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Elecciones en Israel Los israelíes deciden hoy la continuidad, con Netanyahu o sin él

Los israelíes vuelven a votar en unas elecciones que una vez más son un plebiscito para decidir el futuro del primer ministro. Si éste no obtiene la mayoría absoluta, los votantes sean convocados a unas quintas elecciones consecutivas.

Benjamin Netayanhu
Benjamin Netayanhu y su mujer votan este martes en un colegio electoral de Jerusalén. Ronen Zvulum / EFE | EPA

Los israelíes votan el martes en unas elecciones, las cuartas consecutivas en dos años, que carecen de una perspectiva clara en lo tocante a los resultados, pero con la garantía de que en cualquiera de los casos la política israelí no va a experimentar grandes cambios, especialmente en lo tocante a los territorios ocupados de palestinos y sirios.

El recuento oficial que se conocerá la próxima madrugada determinará si el bloque pro Benjamín Netanyahu obtiene los 61 escaños que le darían mayoría en el parlamento. En este caso todo seguirá como hasta ahora con el añadido de que el primer ministro se las podrá apañar para neutralizar los procesos de corrupción en que está inmerso.

En cambio, si el bloque anti Netanyahu consigue 61 escaños, el panorama es incierto y en este caso lo más probable es que se vaya a unas quintas elecciones. La disparidad de programas de este bloque es tal (en realidad solo están unidos por el deseo de apartar a Netanyahu del poder) que es impensable que logren pergeñar un programa de gobierno que se ajuste a los intereses de cada una de las formaciones.

A esto debe añadirse una aritmética muy clara. Los sondeos de los últimos días siempre conceden a partidos de la derecha, extrema derecha y ultraortodoxos (pro Netanyahu o anti Netanyahu), alrededor de 80 escaños, es decir una mayoría tan aplastante que no se vislumbra que alguien de la oposición pueda establecer una coalición de una orientación que no sea de extrema derecha, incluso en el que caso de que el bloque anti Netanyahu gane los comicios.

Un reflejo de la crisis democrática puede observarse en el porcentaje de participación. En las localidades más religiosas y nacionalistas se espera que sea de alrededor del 80%, mientras que en las localidades más laicas será de entre el 50% y el 60%, una diferencia considerable que abunda en la apatía y desgana de los progresistas y en la motivación de religiosos y nacionalistas.

El hecho cierto de que nacionalistas y religiosos estén más motivados no es exclusivo de Israel. Se da por todas partes donde arrecian populismos y nacionalismos, incluida Europa, aunque es evidente que el superior número de votos de estos sectores no garantiza que haya una democracia sana. Al contrario, habla a gritos de una crisis de valores democráticos y trae a colación dos versos W.B.Yeats: "Los mejores están sin convicción, y los peores / llenos de apasionada intensidad".

El llamado no muy correctamente bloque de centro izquierda alcanzará en torno a 30 escaños mientras que los partidos árabes se quedarán en alrededor de una decena de diputados. Con esta aritmética nadie en sus cabales puede pensar que estas elecciones vayan a representar un cambio en las políticas de Israel, ni de lejos.

Pero aunque el bloque pro Netanyahu no consiga en las urnas el número mágico de 61 escaños, habrá que esperar unas semanas para ver si el primer ministro es capaz de atraerse con promesas y prebendas a algunos diputados tibios de otros partidos, lo que es una de sus especialidades. El propio Netanyahu dijo la semana pasada que varios diputados de la oposición potencialmente tránsfugas están en contacto con el Likud.

Durante la campaña ha sido imposible que la oposición se pusiera de acuerdo para elegir a un candidato a la presidencia del gobierno. El partido al que los sondeos atribuyen mejor nota es Hay un Futuro, de Yair Lapid, que ronda los 20 escaños, pero los líderes de otros partidos "opositores", Naftalí Bennett y Gideon Saar, se resisten a votar a Lapid, de modo que las perspectivas de la oposición no son halagüeñas incluso en el hipotético caso de que venzan.

Bennett y Saar son por lo menos tan radicales como Netanyahu. El primero, cuyo partido podría ser decisivo, no ha querido aclarar si al final se alineará con Netanyahu. Su ambigua e insustancial campaña, viendo todo desde la barrera, ha hecho que poco a poco haya ido perdiendo escaños en los sondeos hasta quedarse en una decena.

La misma cantidad se pronostica para el partido de Saar, un político que acaba de abandonar el Likud y que ambiciona un futuro similar al de Netanyahu. Netanyahu lo ha ninguneado durante años para frenar sus ambiciones y ni siquiera le nombró ministro tras las pasadas elecciones. Saar, que en algunos aspectos es más radical que Netanyahu, y carece de carisma, dijo anoche que está abierto a una presidencia rotatoria con Lapid si se tercia.

Netanyahu se vuelca

Netanyahu se ha volcado más que en cualquier otra campaña. Ha logrado las vacunas del Covid-19 necesarias para toda la población antes que ningún otro mandatario y ha tratado de seducir a los votantes árabes a los que su partido en más de una ocasión ha calificado de terroristas. Dirigentes del Likud han pedido a sus votantes que no digan la verdad de sus intenciones en los sondeos, de manera que los pronósticos publicados podrían ser engañosos.

También habrá que estar pendientes de cuatro partidos minoritarios de distinta orientación que luchan por entrar en la Kneset. El umbral para tener asientos en el parlamento es el 3,25 por ciento de los votos. Si se consigue ese porcentaje se logran cuatro diputados, pero si no se consigue no se obtiene ninguna representación. Alguno de esos cuatro partidos, si sobrepasa el umbral, podría tener un peso decisivo.

Con este panorama, lo más probable es que si el bloque pro Netanyahu no obtiene la mayoría absoluta, los israelíes sean convocados pronto a las urnas. En un programa cómico de televisión se recomendó a las autoridades que habilitaran en los colegios electorales dos urnas, una para las cuartas elecciones de hoy y otra para las inevitables quintas, con el fin de ahorrar dinero, un consejo que puede arrancar una sonrisa pero no es descabellado.

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