jerusalén
Hace solo unos días, las fuerzas de ocupación israelíes evacuaron un asentamiento salvaje de colonos judíos en Cisjordania. Acontecimientos como este ocurren muy de tanto en tanto y no tienen mayor trascendencia en el conjunto del conflicto entre Israel y Palestina. De hecho, a los dos días se supo que el primer ministro Benjamín Netanyahu había ordenado al ejército que, a pesar de la orden judicial, no se procediera con esa evacuación, que finalmente se realizó por el error de un jefe militar que omitió la orden de Netanyahu.
La expansión colonial israelí se acrecienta día a día. No solo se construyen cada año miles y miles de viviendas en las colonias, sino que paralelamente el gobierno incrementa las infraestructuras que normalizan la ocupación. Aquí y allá se pavimentan nuevas carreteras, aquí y allá se construyen equipamientos de todo tipo. Y se hace a plena luz del día y sin que la comunidad internacional, especialmente la Unión Europea, haga nada para evitarlo y para que se cumplan las leyes internacionales.
Se construyen equipamientos sin que la comunidad internacional haga nada
En esta situación, la solución de los dos estados, de la que se ha venido hablando desde la Conferencia de Madrid de 1991, ha quedado obsoleta. Los primeros que la dieron por muerta fueron los colonos, hace muchos años. En 2014, el propio Netanyahu dijo en hebreo, que es la lengua en la que habla más claro, que un estado palestino soberano era inviable, y en esa dirección se ha estado trabajando desde hace tiempo. Por sugerir lo contrario fue asesinado el primer ministro Yitzhak Rabin en 1995.
Richard Falk, un conocido jurista de derecho internacional, ha escrito en Middle East Monitor que la única salida que ve al conflicto es la de un estado binacional puesto que Israel ya ha dejado “tan claro como el cristal” que no aceptará un estado palestino en Cisjordania. Naturalmente, Falk no contempla la solución de un estado como tantos intelectuales progresistas que han indicado desde hace décadas que la mejor solución sería dar los mismos derechos a israelíes y palestinos.
La aprobación por la Kneset, hace apenas unas semanas, de la Ley Estado-Nación muestra claramente que Israel se ve a sí misma como un estado de apartheid, puesto que se reconocen derechos a los israelíes judíos que no se reconocen a los israelíes no judíos. En Israel no todos los ciudadanos disfrutan de los mismos derechos. Es algo que ha ocurrido desde el establecimiento del estado en 1948, aunque solo ahora se haya acomodado en el complejo sistema de leyes israelíes que carece de Constitución.
Numerosos juristas de todo el mundo han denunciado el apartheid que impera en el país. Visitantes de Sudáfrica han dicho después que el sistema de apartheid que impera en Israel es más dañino que el que ellos sufrieron durante décadas. La diferencia es que en Sudáfrica acabó un buen día mientras que en Israel cada día va a más. Recientemente la Kneset rechazó un proyecto de ley para garantizar la igualdad de todos los ciudadanos.
La cercanía de Netanyahu con los colonos judíos es paradigmática. En diciembre, solo unas horas después de que se anunciara la disolución del parlamento y la convocatoria de elecciones para el 9 de abril, el primer ministro celebró su primera reunión con una delegación de los colonos a quienes aseguró que él es el único que puede garantizar un impulso a la empresa colonial.
Numerosos juristas de todo el mundo han denunciado el apartheid que impera en el país
Tanto dentro de los palestinos como dentro de los israelíes hay voces que han hablado a favor y en contra de la solución de un estado único. Se ha especulado todo lo posible en ambos sentidos. Por ejemplo, el ministro de Exteriores palestino, Riad al Maliki, ha dicho que un estado sería un “desastre tanto para Israel como para nosotros”. Seguramente, Maliki ve que un estado binacional seguiría anclado en el apartheid con toda seguridad. Frente a Maliki, Edward Said declaró hace casi dos décadas que “un estado binacional es la única solución que parece tener en cuenta la realidad de dos pueblos que básicamente reclaman la misma tierra”.
La solución de un estado binacional de Said ha sido acariciada por un gran número de intelectuales, incluso desde antes de la Conferencia de Madrid y de los acuerdos de Oslo de 1993. En teoría, es la mejor solución pero es impracticable puesto que no se podrá prescindir del apartheid que está tan instalado el sionismo, un régimen político sectario que no podría sobrevivir en la forma que lo conocemos si renuncia al apartheid, y que nada indica que se quiera suicidar en esa reencarnación.
Las negociaciones “largamente moribundas” de los dos estados han llegado a su fin. Así lo proclama Richard Falk, quien califica de “maniobras zombies” las últimas décadas de negociaciones. La cuestión, sin embargo, es que Israel deberá esperar todavía algún tiempo para confirmar oficialmente que lo que se va a crear es un estado binacional. Se ha hablado en las últimas semanas de dar dinero a los palestinos que quieran marcharse a Canadá, a Australia, a Europa o adonde sea.
Naturalmente, la Franja de Gaza quedará al margen del estado binacional. Esta misma semana la ONU ha revelado que durante 2018 han salido 20.000 palestinos más de los que han entrado en la Franja. Las draconianas condiciones impuestas por Israel están causando ese éxodo. La mayor parte de esos emigrantes se han establecido en Turquía, una estación de paso hacia Occidente. La misma política de acoso sufren los palestinos de Cisjordania. De todas las maneras posibles, Israel trata de reducir en todo lo posible la población palestina antes de su anexión y de la aplicación del apartheid que contemplan sus leyes.
En ese sentido es hasta cómico que Falk se pregunte cómo será el futuro estado binacional, si será secular o de apartheid. La respuesta que dan a diario Netanyahu y la Kneset es demasiado obvia.
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