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Terrorismo La ineficacia de Al Sisi en Egipto contra el Estado Islámico

La reciente matanza en el norte de la península del Sinaí pone en entredicho la política militar de Abdel Fattah al Sisi en esa región, una política que no ha cambiado desde que el presidente egipcio tomó el poder en 2013 a pesar de las críticas que ha recibido en Occidente.

Cartel del presidente de Egipto, Abdel Fattah Al-Sisi, frente a una mezquita en el antiguo Cairo Islámico. /REUTERS

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

Hace apenas un mes, más de cincuenta policías egipcios fueron abatidos en una emboscada al oeste de El Cairo que entonces causó más polvareda que la matanza de 305 beduinos del norte del Sinaí el pasado viernes en la mezquita Al Rawda de la localidad de Bir al Abed. Sin embargo, el ataque del viernes puede tener mayores consecuencias en lo tocante a la lucha contra el terrorismo en Egipto.

La situación en el Sinaí es difícilmente sostenible. Millares de soldados, en su mayor parte jóvenes de reemplazo y sin demasiada experiencia, tratan sin éxito de mantener a raya a un millar de yihadistas de Wilayat Sinaí (Provincia del Sinaí), una organización que se afilió al Estado Islámico con ese nombre a fines de 2014.

La mayoría de los soldados destinados en la península son oriundos de Egipto continental, a diferencia de lo que ocurre con los yihadistas, cuyos efectivos suelen ser beduinos de las tribus asentadas en las localidades de la costa mediterránea, efectivos que conocen bien el terreno que pisan, a diferencia de lo que sucede con los soldados.

La operación del viernes muestra con claridad que los yihadistas conocen la zona mejor que nadie. Llegaron a Bir al Abed en cinco vehículos. Eran 40 o 50 hombres bien armados y con explosivos, que portaban una bandera negra del Estado Islámico. Realizaron su tarea rápidamente dejando dentro de la mezquita Al Rawda 305 muertos, y luego se marcharon por donde habían venido sin ser molestados por los soldados.

Según la página de Facebook del ejército egipcio, los militares aseguran que han matado a 3.000 yihadistas en el norte del Sinaí, aunque, según las autoridades, los yihadistas que operan en la región son apenas unos centenares. Si esto es cierto, las cuentas no cuadran, es decir que una buena parte de los muertos son civiles, algo que sostienen los beduinos.

Los beduinos acusan al ejército de destrozar sus propiedades y causar muertes indiscriminadas, incluidas ejecuciones arbitrarias de jóvenes

La Provincia del Sinaí, es decir el Estado Islámico, se atribuyó en 2015 el derribo de un avión comercial ruso cargado de turistas poco después de que el aparato despegara del aeropuerto de Sharm al Sheij, en sur de la península, un espléndido balneario frecuentado por turistas europeos durante todo el año.

El avión fue derribado minutos después del despegue con un misil y toda la secuencia fue grabada por los yihadistas y difundida posteriormente. Este incidente, junto con otros de la misma naturaleza, han hundido el sector del turismo en Egipto, y sin embargo, las autoridades no han adoptado las medidas necesarias para que la lucha contra el terrorismo sea eficaz.

Expertos occidentales han criticado que el ejército egipcio no para de adquirir aviones de guerra, tanques y submarinos que no pueden hacer mucho para combatir el yihadismo de la Provincia del Sinaí. Para ello, serían necesarios otros medios más propios de la lucha antiguerrillera que de un conflicto convencional.

Aviones y submarinos no acabarán con la Provincia del Sinaí, aunque el mismo viernes, justo después de que el presidente Abdel Fattah al Sisi saliera por televisión condenando la matanza, fueron los cazas los que bombardearon posiciones en poder de los yihadistas. La eficacia de estos bombardeos es muy escasa, como lo demuestra el hecho de que no hayan hecho mella en la organización afiliada al Estado Islámico.

Si en su alocución justo después de la matanza, Al Sisi volvió a repetir que el estado iba a responder con puño de hierro a los terroristas, todavía no lo ha hecho. El puño de hierro no puede ser enviar aviones de guerra al Sinaí sino diseñar una estrategia adecuada para hacer frente al fenómeno yihadista.

En El Cairo consideran que el problema del terrorismo tiene tres frentes: el libio, donde los egipcios han obtenido algunos éxitos recientemente; el del Valle del Nilo, donde más o menos está controlado; y el del Sinaí, donde el descontrol es considerable. El del Sinaí desde luego no es el frente más urgente para Al Sisi, aunque el atentado del viernes puede hacerle cambiar de idea.

Imagen del Ministerio de Defensa egipcio que muestra a la Fuerza Aérea egipcia durante una operación supuestamente dirigida contra objetivos terroristas. /EFE

Imagen del Ministerio de Defensa egipcio que muestra a la Fuerza Aérea del país durante una operación supuestamente dirigida contra objetivos terroristas. /EFE

Los niveles de violencia en la península carecen de precedentes. Se acentuaron justo después de que Al Sisi se hiciera con el poder en 2013. Entonces ya prometió combatir el terrorismo con puño de hierro pero el terrorismo ha ido creciendo y creciendo hasta culminar en el atentado del viernes. La estrategia que El Cairo ha seguido hasta ahora no ha servido de mucho, de manera que es urgente cambiarla.

En cualquier caso, un plan de intervención más decisivo debería ir acompañado de medidas que mejoren la situación económica y social de los beduinos asentados en el norte de la península, algo a lo que las autoridades han prestado poca atención. Al contrario, los beduinos acusan al ejército de destrozar sus propiedades y causar muertes indiscriminadas, incluidas ejecuciones arbitrarias de jóvenes, lo que significa que los yihadistas reclutan más hombres por ese motivo.

Si mediante la fuerza se ha sido capaz de desmantelar las estructuras del Estado Islámico en Siria e Irak, en teoría debería ser posible desmantelar las estructuras de la Provincia del Sinaí en la península con mayor facilidad. El que todavía no se haya conseguido muestra que la estrategia seguida no es la correcta, aunque ciertamente será necesario acompañar la fuerza de otras medidas económicas y sociales.

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