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El Gobierno británico se divide ante el referéndum

El ‘no’ lleva ventaja en la consulta sobre el cambio de sistema electoral

IÑIGO SÁENZ DE UGARTE

A un lado del cuadrilátero, está el primer ministro. David Cameron ha dicho que el sistema de voto alternativo que se somete a referéndum es “antidemocrático, confuso, injusto y demencial”. Al otro lado, se encuentra el viceprimer ministro. Nick Clegg ha acusado a la campaña del no de estar llena de “mentiras, desinformación y engaños”.

El Gobierno británico se ha partido en dos en las semanas anteriores a la consulta sobre el cambio del sistema electoral que se celebra el próximo jueves.

Fue una de las condiciones irrenunciables de los liberales demócratas en el acuerdo de coalición. Sabían que no era posible incluir la representación proporcional, pero lo mínimo que podían aceptar era la propuesta del voto alternativo.

A diferencia del sistema mayoritario –el candidato con más votos gana el escaño en disputa–, el voto alternativo obliga a superar el 50% de votos. Si nadie lo consigue, el candidato peor situado queda eliminado y la segunda preferencia de sus votantes se asigna al candidato correspondiente. Y así sucesivamente hasta que alguien alcance la mayoría absoluta.

No es un cambio espectacular, pero da a los liberales y a los partidos pequeños más opciones de entrar en el Parlamento. Es también una forma de reflejar el debilitamiento del tradicional bipartidismo británico. Conservadores y laboristas ya no reúnen tantos votos como hace 20 o 30 años.

Clegg convenció a los sectores escépticos de su partido de las bondades del pacto con los tories con la idea del referéndum. Era una oportunidad que no se iba a repetir en una generación y no podían desperdiciarla. Ahora, con los sondeos inclinados hacia el no, los nervios han entrado en escena.

Cameron y Clegg insisten en que la supervivencia del Gobierno de coalición no está en juego. No es eso lo que han pensado muchos diputados tories al leer el artículo a favor del sí publicado por el ministro de Energía, el liberal Chris Huhne, junto a dos políticos laboristas y verdes.

Huhne escribe que la consulta es una oportunidad para que la “mayoría progresista del país” ponga en práctica sus ideas e impida una repetición “de los peores excesos de los tiempos de Thatcher”.

Hasta abril, las encuestas anunciaban una victoria del sí. Pero cuando los conservadores comenzaron a movilizarse, la tendencia cambió. El último sondeo de YouGov da diez puntos de ventaja al no. Otros sondeos amplían esa diferencia a 15 y hasta 18 puntos.

Las encuestas plantean un margen para la duda. No está claro cuál será la participación. La campaña casi ha desaparecido de los periódicos para dejar sitio a las interminables páginas sobre la boda real.

Tampoco se sabe cómo se comportarán los votantes laboristas. Su líder, Ed Miliband, apoya el sí, pero sin mucho entusiasmo. Casi la mitad del grupo parlamentario del partido está en contra.

El flanco débil del sí es precisamente su principal promotor. En palabras de Miliband, la cleggmanía de la pasada campaña se ha convertido en “cleggfobia”.

La imagen de Clegg es casi tóxica. Todo el desgaste por el Gobierno con los tories ha caído sobre sus hombros. A los liberales, les habría convenido que Clegg se hubiera quedado en su despacho y dejado la campaña a otros.

Una extrapolación del sistema de voto alternativo a anteriores comicios no arroja grandes cambios. Sin embargo, los tories lo ven como una amenaza para el futuro y están dispuestos a todo para frenar a sus socios de coalición.

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