parís
Es un fenómeno preocupante que podría acentuarse con los Juegos Olímpicos de París. El Gobierno francés y el tejido asociativo temen que ese macroevento deportivo incremente la explotación sexual de prostitutas (o trabajadoras sexuales) menores de edad. Unas 12.000 adolescentes se prostituyen en Francia, según datos del Ministerio de Igualdad. Como ha sucedido en España, esta actividad ha cambiado de manera significativa durante la última década en el país vecino, donde se ha uberizado —trasladándose de la calle a hoteles, pisos y apartamentos de Airbnb— y ha aumentado el número de menores de 18 años que se ven atrapadas en redes de proxenetas. Al Ejecutivo de Emmanuel Macron le preocupa que estas nuevas formas de prostitución vivan un momento álgido este verano.
"La celebración de grandes competiciones deportivas siempre es considerada como una oportunidad para los proxenetas, que ya han empezado a hacer venir a Francia a mujeres con esa perspectiva", advertía un plan del Gobierno, presentado en mayo, sobre los Juegos Olímpicos y Paralímpicos que empezarán el 26 de julio. Esa hoja gubernamental tiene como uno de sus objetivos principales evitar que las menores caigan en esta actividad y ayudar a las que lo hayan hecho. Los adolescentes representan el 30% de las 40.000 personas, la gran mayoría de ellas mujeres, que se prostituyen en territorio galo, según la ministra de Igualdad, Aurore Bergé.
"Durante el periodo olímpico, me temo que haya un mayor consumo del cuerpo de jóvenes mujeres, de la misma manera que habrá un mayor consumo de alcohol y de drogas", explica a Público Sophie Antoine, la responsable jurídica de la asociación Agir contre la Prostitution des Enfants. "Ya sucedió algo parecido con los Juegos de Río de Janeiro en 2016. Por este motivo, queremos hacer una campaña de sensibilización para que los visitantes entiendan que en Francia hay una legislación abolicionista y que no está permitida la compra de actos sexuales", añade Lénaïg Le Fouillé, secretaria general del Mouvement du Nid, un colectivo abolicionista que apoya a mujeres que ejercen la prostitución.
Un fenómeno al alza tras la pandemia de la covid-19
Pese a tratarse de uno de los países del oeste de Europa con una legislación más dura contra esta actividad, que sanciona desde 2016 con multas de 1.500 euros a los clientes de las prostitutas (o trabajadoras sexuales), la prostitución es una actividad banal en Francia. También lo es que hombres paguen por acostarse con mujeres jovencísimas, de las que difícilmente pueden ignorar su minoría de edad. Según las asociaciones, la prostitución de menores ha aumentado de manera significativa en el país vecino durante los últimos cinco años. Incluso algunas de ellas mencionan un incremento del 70%, aunque estas cifras deben cogerse con pinzas al tratarse de un fenómeno clandestino y del que faltan datos precisos.
"La pandemia de la covid-19 favoreció la cultura digital y eso contribuyó a nuevas formas de explotación sexual", destaca Antoine. Los cierres de fronteras durante esos años supusieron un obstáculo para las redes de proxenetismo, y eso redujo la presencia de trabajadoras sexuales extranjeras. Los proxenetas lanzaron sus tentáculos sobre los perfiles de adolescentes. De las 900 víctimas de proxenetismo identificadas en Francia en 2020, 219 de ellas eran menores, lo que representó un aumento del 16% respecto al año anterior, indicó un informe policial. Y, según el Ministerio del Interior, entre 2021 y 2022 se dobló el número de menores entre las víctimas de trata asistidas por asociaciones.
A través de las redes sociales (Instagram, Snapchat o TikTok...), "ahora resulta mucho más fácil que los proxenetas se pongan en contacto con sus víctimas", advierte Le Fouillé. "Solo hace falta poner un anuncio en un portal especializado y en menos de una hora tendrán clientes", recuerda Antoine, de Agir contre la Prostitution des Enfants, sobre la uberización de esta actividad. Esta responsable asociativa lamenta que el auge de las influencers y plataformas como Only Fans han banalizado el hecho de enriquecerse vendiendo imágenes de su cuerpo: "Hay influencers que presumen de ganar mucho dinero con fotos de sus pies. Todo esto contribuye a una glamurización de la prostitución. Muchas de estas adolescentes no se consideran prostitutas, sino escorts (acompañantes)".
"No solo se trata de adolescentes pobres"
El perfil de las menores, según las asociaciones francesas, que venden su cuerpo por dinero —o se ven obligadas a ello— destaca por su heterogeneidad. No solo se trata de adolescentes en una situación de gran fragilidad económica, sino que también hay hijas de familias de clase media que no necesitan ese dinero. "Nos encontramos con muchas jóvenes que se prostituyen para comprarse vestidos caros y ponerse uñas postizas. Para ellas, resulta una necesidad básica llevar un vestido de Versace y un string brasileño", afirma Jennifer Pailhet, presidenta del colectivo Nos Ados Oubliés, quien lo ve como el fruto de la "hipersexualización de la sociedad".
La mayoría de ellas suelen tener entre 15 y 17 años, "pero también las hay de 13 o 14. Aunque sea más excepcional, tenemos constancia de casos de niñas de 12 años que se prostituyen", explica Antoine. Esta responsable asociativa recuerda un episodio reciente que le chocó: una adolescente de 14 años que se fugó del centro de adolescentes donde vive y se encontró en una galería comercial con un grupo de jóvenes que le dijeron que no volviera a su centro y se fuera de fiesta con ellos.
"Le dieron alcohol y porros. Al final de esa fiesta ellos le dijeron: Nos has costado demasiado cara. La tuvieron cinco días secuestrada y explotándola sexualmente. Esa chica nunca había tenido relaciones sexuales", recuerda Antoine. Como esa adolescente, el hecho de vivir en un centro de menores resulta una característica recurrente entre muchas de las que caen en redes de proxenetismo. "Al haberse alejado de sus familias, muchas de ellas son presas más fáciles por los proxenetas", advierte esta integrante de Agir contre la Prostitution des Enfants.
El perfil de aquellos que se aprovechan de la explotación sexual también ha cambiado en los últimos años en Francia, habiendo proxenetas veinteañeros o incluso menores de edad. Bastante menos vigilado que el tráfico de estupefacientes, el mercado de relaciones sexuales de pago en internet es una especie de Far West. Se trata de un espacio sin reglas en el que apenas hace falta un teléfono móvil para poner en contacto a una chica con sus clientes. "Jóvenes que vendían droga ahora se dedican al proxenetismo, ya que les resulta mucho más fácil llevar a cabo esa actividad de manera disimulada", asegura la secretaria general del Mouvement du Nid sobre un proxenetismo que se ha visto favorecido por la irrupción Airbnb y la uberización de la vivienda.
El Estado "no lo considera una prioridad"
La plataforma estadounidense firmó el mes pasado una convención con la Administración gala con la que se compromete a avisar sobre las situaciones de explotación sexual, además de reforzar su cooperación con la Policía y la Justicia sobre esa cuestión. Es una de las medidas estrella con las que las autoridades francesas quieren frenar la prostitución de menores durante este verano olímpico en París. Aunque muchas de las asociaciones la consideran positiva, la ven como insuficiente. Desde 2014, el Ejecutivo galo ha impulsado tres planes para frenar la explotación sexual de los menores, pero este preocupante fenómeno no ha parado de crecer.
Desde 2021, aquellos que paguen por acostarse con una adolescente de entre 15 y 17 años pueden ser condenados a una pena de cinco años de prisión. En el caso de las menores de 15, se considera un delito de violación, lo que conlleva un castigo de hasta 20 años de encarcelamiento. Sin embargo, "los jueces no disponen de los medios para investigar ni castigar a los clientes. La mayoría de ellos no son juzgados", lamenta Le Fouillé. Aunque la policía judicial en París ha previsto doblar el número de sus miembros para gestionar las situaciones de proxenetismo de las menores, sus recursos resultan insuficientes. Y aún más para hacer frente a una actividad que, al tener lugar en espacios privados, suele pasar desapercibida.
A medida que se acercan los Juegos Olímpicos, la presión policial en París se ha centrado en la prostitución callejera. Es decir, aumentando los controles sobre aquellas trabajadoras sexuales, la gran mayoría de las cuales son mayores de edad, que venden sus cuerpos en los grandes parques de la capital francesa, como el Bois de Boulogne o el de Vincennes. Este dispositivo de seguridad forma parte de una "limpieza social" en los meses previos a la cita olímpica. Numerosos colectivos humanitarios han denunciado la expulsión del espacio público de los llamados "indeseables", como los sintecho, migrantes o prostitutas.
"Ha habido una multiplicación por diez del número de los controles en esas zonas", denuncia Elisa Koubi, coordinadora del Strass, un sindicato de trabajadoras sexuales. Según datos de la Policía de la capital, más de 200 prostitutas fueron controladas y 37 de ellas recibieron órdenes de expulsión del territorio galo durante los últimos meses. "El Estado no considera una prioridad proteger a las niñas y los niños de la explotación sexual, sino que prefiere concentrarse en expulsar del espacio público a los migrantes y las trabajadoras sexuales", concluye Koubi.
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