Washington DC
Actualizado:Al acabar su mandato de ocho años, el presidente George W. Bush dejó la Casa Blanca con una media de aprobación del 49'4%. Algunos estadounidenses (y muchos ciudadanos en el resto del mundo) pensaron entonces que Estados Unidos había tocado fondo con un presidente que parecía un títere en manos de otros intereses y del que muchos se burlaban. Ocho años después, Bush Jr. parece casi un estadista en comparación con el actual presidente, un ególatra formidable, un mentiroso compulsivo, cuya aprobación jamás se ha aproximado a la media final del pequeño de los Bush (su padre se retiró con un 60'9% de beneplácito).
Las 'midterms' aspiran a ser una válvula de escape para una sociedad sometida a dos años de estrés trumpista
Donald Trump es el presidente más impopular en sus primeros dos años de mandato desde que la empresa de sondeos Gallup empezara a encuestar sobre la aprobación presidencial en tiempos de Harry Truman. Ironías del trumpismo, su papel durante la campaña de las elecciones que se celebran este martes en Estados Unidos puede haber resultado clave para que los republicanos sean competitivos en una convocatoria que suele castigar al partido en el gobierno.
Las elecciones de este martes son muchas cosas a la vez, pero una por encima de todas: un referéndum sobre Donald Trump. No puede ser de otra manera después de dos años de estrés social que aspiran a encontrar en estas elecciones una válvula de escape. Un referéndum incompleto, dado que no todos los estados votan lo mismo, pero el resultado permitirá concluir el estado de ánimo de una nación encolerizada por un presidente que hace tan solo unos días anunciaba desde la Casa Blanca la creación de campos de concentración en la frontera sur del país.
Las elecciones miden el calado de las políticas de Trump y la reacción de los demócratas de cara a las presidenciales
La cólera es posiblemente de lo poco que comparten las dos trincheras ideológicas de los Estados Unidos. La de los fanáticos de Trump es fruto de un temor inducido desde la Casa Blanca al inmigrante y al conciudadano de valores más liberales (¿Vamos camino de un nuevo McCartismo?); el de los opositores a Trump, hijo de la falta de decoro de un presidente que ha intoxicado a la sociedad con su retórica racista, machista y xenófoba. Donald Trump ha revuelto las tripas del país con su cóctel de demagogia y mentiras, combinado (hasta ahora) imbatible para un presidente de tintes orwellianos: "Lo que veis y lo que leéis no es lo que está pasando", llegó a decir hace unos meses.
Lo que veamos y leamos de los resultados de este martes nos dará una idea de cuán profundo ha calado el discurso de Trump y de cuál es la fuerza de la reacción demócrata con vistas a las elecciones presidenciales de 2020. De momento, los síntomas previos describen un paciente más preocupado que de costumbre por unas elecciones legislativas. El voto anticipado ha batido récords, con más de 10 millones de diferencia sobre el registrado en 2014. Claro que entonces la participación fue ridícula: un 35'9% (61'4% en las presidenciales de 2016).
La mayor participación es, a priori, una mala noticia para los republicanos. Sin embargo, las particularidades de la presidencia de Donald Trump, la novedad de una presidencia tan atípica, convierte en aventurado prever en qué medida es también republicana. El mayor porcentaje de mujeres sobre el de hombres en el voto anticipado invita a pensar en azul, aunque las Women for Trump de pelo cardado están muy motivadas en la defensa de la contrarreforma conservadora.
Las mujeres han liderado el voto anticipado, que se ha disparado respecto a las elecciones de 2014
Trump consiguió un 41% de voto femenino en 2016 (51% entre las mujeres blancas). En Georgia, donde la demócrata Stacey Abrams lucha por ser la primera gobernadora negra de la historia, las mujeres que ya han emitido su voto aventajan en doce puntos a los hombres. Datos que, con menos diferencias pero significativo margen, se repiten en estados de tendencia conservadora como Indiana, Texas o Tennessee.
Las mujeres son protagonistas también de la oferta electoral. El porcentaje de candidatos blancos es el menor en las últimas cuatro elecciones, mientras que las mujeres suponen en esta ocasión una cuarta parte de las candidaturas. Eso sí, están lejos de representar de forma equivalente su número en la sociedad. El 69% de congresistas y gobernadores son hoy hombres blancos, cuando solo suponen un tercio de la población. Pero que 410 candidatos al Senado, la Cámara de Representantes y puestos de gobernador sean en esta ocasión mujeres (272 en total), personas de color (que no sea blanco) y miembros de la comunidad LGTB, es en parte una reacción a los ataques de la administración Trump. Y quizá el comienzo de un cambio de relato en la política del país.
Las encuestas apuntan a una victoria demócrata en la Cámara de Representantes
Con lo que resulte de las urnas, Estados Unidos afrontará los dos años restantes del (primer) mandato de Donald Trump. Con toda la precaución con la que hay que tomarse las encuestas (máxime después de su descalabro en 2016), todo parece indicar que el Partido Demócrata se hará con el control de la Cámara de Representantes, que renueva al completo sus 435 plazas. Para ello, los demócratas necesitan sumar 23 asientos a los 195 que tienen que defender. Más complicado lo tienen en el Senado, donde se renueva solo un tercio de la cámara y en la que necesitan conservar los 26 asientos que defienden y sumar 2 de los 9 republicanos que también se votan. Improbable.
En caso de hacerse con una de las dos, al presidente Trump le resultaría mucho más complicado sacar adelante su agenda, dado que ambas cámaras tienen que ponerse de acuerdo para sacar adelante leyes y reformas. De darse el vuelco en ambas, ganaría enteros la opción de un impeachment. De seguir igual que hasta ahora, el presidente caminaría sobre un plácido llano hasta 2020.
El retrato de país se completa con la elección de 36 nuevos gobernadores y elecciones para renovar el parlamento en 46 estados, además de más de un centenar de consultas de todo tipo. Votaciones que, a priori, inciden menos sobre la acción de la Casa Blanca pero que servirán para auscultar el estado de la salud ideológica de Estados Unidos dos años después de la victoria de Donald Trump.
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