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La cumbre de Bahrein muestra que el plan de Trump para Palestina está "divorciado de la realidad" 

Treinta y nueve países se han reunido en Bahrein para impulsar el plan de paz de Donald Trump entre israelíes y palestinos. Preparada durante más de dos años, la iniciativa está condenada al fracaso porque se ha cortado a la medida de Israel y sin tener en cuenta las aspiraciones de los palestinos y las leyes internacionales.

Palestinos queman una fotografía del presidente de EEUU, Donald Trump, como protesta contra la cumbre de Bahrein. / REUTERS - IBRAHEEM ABU MUSTAFA

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

La conferencia económica celebrada este martes y miércoles en Manama, la capital de Bahrein, para resolver el conflicto de entre israelíes y palestinos “ha sido como una boda a la que no han acudido ni la novia ni el novio”, han indicado distintos medios de Oriente Próximo, una definición que han confirmado algunos de los participantes.

Al cónclave de dos días han asistido países en la órbita de Estados Unidos, a los que los americanos presionaron para contar con ellos, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Ha faltado la delegación oficial palestina, ya que el presidente Mahmud Abás ha boicoteado el encuentro, y también la delegación oficial israelí, que por una cuestión de simetría no ha acudido.

Sin la novia y el novio, los participantes escucharon lo que Human Rights Watch definió como “un plan divorciado de la realidad”, una iniciativa que no puede ocultar que persigue la normalización de las relaciones del mundo árabe con Israel a cambio de ninguna concesión por parte de Israel.

El organizador de la extravagancia, Jared Kushner, yerno del presidente Donald Trump, más sionista que el primer ministro Benjamín Netanyahu, se ha comprometido a destinar 50.000 millones de dólares a proyectos de infraestructuras y negocios en cuatro entidades de la región, dinero que tiene que salir de los países árabes ricos en petróleo.

Algunos son proyectos que rozan el desvarío mental, como la construcción de un fastuoso corredor entre Cisjordania y la Franja de Gaza para que los palestinos puedan moverse entre las dos zonas donde viven encerradas millones de personas, un proyecto valorado en 5.000 millones de dólares.

Varios líderes palestinos se han referido a esta idea diciendo que si se lleva adelante no tendrá ninguna utilidad, puesto que los dos millones de palestinos de la Franja de Gaza viven bajo un régimen de clausura completa impuesta por Israel y Egipto, de manera que la obra faraónica, que también debe incluir una línea de ferrocarril, se morirá de inanición.

El plan de Kushner prevé contribuciones de 28.000 millones de dólares para los palestinos, 7.500 para Jordania, 9.000 para Egipto y 6.000 para Líbano, a lo largo de diez años. Son números que no cuentan con ninguna contrapartida política y que ni siquiera reconocen la posibilidad de crear un estado palestino en el 22% de la Palestina histórica que Israel ocupó en la guerra de 1967.

La normalización en marcha entre Israel y los países árabes “moderados” consolidará la ocupación militar y la expansión de las colonias judías, que nunca paran de crecer a pesar de violar la ley internacional y las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU, reduciendo a la población palestina a unos enclaves aislados donde los nativos residen como si estuvieran encerrados en reservas o en bantustanes sudafricanos.

Viajeros sudafricanos que visitan la zona aseguran que las prácticas que ven en Palestina son peores que las del apartheid. Mientras tanto, la Unión Europea mantiene una inacción total. Los europeos no han acudido a la conferencia de Manama, como tampoco lo han hecho los rusos, lo que ha deslucido un poco la extravagancia.

Mahmud Abás pidió a los países árabes que no acudieran, pero aquellos que más dependen de Estados Unidos no han podido negarse. Entre ellos destacan Arabia Saudí, Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y Marruecos. Abás dijo la semana pasada que para pedir dinero a los países árabes no necesita la mediación de Estados Unidos.

Ninguna contrapartida política pueden esperar los palestinos. A principios de esta semana Abás reveló a un grupo de periodistas que durante la reunión que mantuvo con Trump en la Casa Blanca en noviembre de 2017, el presidente le comenzó a hablar de un estado palestino y en ese momento lo interrumpió Kushner y le hizo cambiar de tema. Dos semanas después Trump reconoció Jerusalén como capital de Israel y los palestinos dejaron de comunicarse directamente con la administración estadounidense.

Mahmud Abás pidió a los países árabes que no acudieran

El miércoles, la otra lumbrera de Washington encargada del conflicto, Jason Greenblatt, reiteró que la parte política de lo que Trump llamó pomposamente “acuerdo del siglo” no verá la luz hasta por lo menos después de que se forme gobierno en Israel tras las elecciones convocadas para el 17 de septiembre, es decir hasta noviembre como muy pronto. De todas maneras, y a la luz de lo dicho por Kushner y Greenblatt, la parte política no prevé la creación de ningún estado palestino.

En Cisjordania y Gaza han tenido lugar en los últimos días protestas y manifestaciones contra Estados Unidos e Israel. Por su parte, la Autoridad Palestina ha señalado a esos dos países como los causantes de la crisis económica y política que le afecta.

La extravagancia de Manama no tendrá ninguna repercusión en la resolución del conflicto, aunque sienta las bases para una normalización rápida entre los países árabes “moderados” en Israel. Ese y no otro parece ser el motivo de la conferencia que Kushner y Greenblatt han estado preparando durante más de dos años.

La política de Estados Unidos nunca ha estado más sincronizada que ahora con la de Israel. Los gestos del presidente Trump hacia el primer ministro Netanyahu se han multiplicado y han dado vía libre para la anexión a Israel de grandes partes de Cisjordania. En mayo el embajador de Estados Unidos en Israel se expresó favorablemente a esa circunstancia, y en junio lo ha hecho Greenblatt.

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