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Un total de 821,6 millones de personas pasaban todavía hambre en el mundo en 2018, cifra que ha aumentado por tercer año consecutivo en parte por la débil recuperación de la última gran crisis económica, destacó este lunes la ONU.
Las últimas estimaciones muestran que el número de hambrientos se ha incrementado lentamente desde 2015, mientras que su prevalencia se ha estancado por debajo del 11% de la población tras décadas de descenso.
Según el informe de cinco agencias de Naciones Unidas, la tímida recuperación económica y el bajo rendimiento en muchos países tras la recesión mundial de 2008 y 2009 está socavando los esfuerzos para acabar con el hambre y otras formas de malnutrición. “En el cambio de tendencia en los números del hambre el factor económico ha pesado de manera muy importante”, explicó el experto de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) Marco Sánchez Cantillo.
África se lleva la peor parte: la subalimentación ha crecido en casi todas sus regiones
De los 77 países que experimentaron un aumento de la desnutrición entre 2011 y 2017, 65 sufrieron una desaceleración o una contracción de sus economías de manera simultánea y, entre estos, 52 dependían altamente del comercio de productos básicos y el vaivén de sus precios.
Los choques económicos han empeorado, además, el impacto de conflictos y sucesos climáticos extremos, como la sequía en la mitad de los países sumidos en crisis alimentarias agudas, afectando a 96 millones de personas en 2018. De los más de 820 millones de personas con hambre, 513,9 millones se localizan en Asia (el 11,3 % de la población), 256 millones en África (19,9 %) y 42,5 millones (6,5 %) en América Latina y el Caribe.
África, en situación de alerta
La situación más alarmante está en África, donde la subalimentación ha crecido en casi todas sus regiones, mientras que en países de Oriente Medio como Siria o el Yemen no para de incrementarse desde 2010 por la inestabilidad. “Además de una respuesta humanitaria, se debe sacar a la gente de la pobreza, reducir las desigualdades y fomentar el desarrollo de esas personas para que tengan la capacidad de salir del hambre”, indicó Sánchez Cantillo.
Unos 2.000 millones de personas experimentan un acceso irregular a una buena alimentación, situación en la que se halla el 8% de la población en Norteamérica y Europa, según un nuevo indicador que mide la inseguridad alimentaria moderada o severa.
El especialista de la FAO aseguró que en ese tipo de contextos el hambre y la obesidad coexisten, ya que “las personas que tienden a sufrir inseguridad alimentaria suelen ser las más pobres” y ven más fácil acceder a alimentos baratos pero ricos en azúcar, sal y grasas saturadas.
De hecho, la obesidad ha subido en todas las regiones, ya sea en países de ingresos bajos, medios o altos, y en 2016 los 822 millones de personas que la padecían -incluyendo a adultos y niños- sobrepasaron a los 796,5 millones de personas que pasaban entonces hambre, según el informe.
Sánchez Cantillo precisó que esos números obedecen a distintas poblaciones de estudio y metodologías (el primero parte del índice de masa corporal y el segundo de la prevalencia de subalimentación), por lo que son difíciles de comparar.
El informe también destaca que el sobrepeso ha crecido particularmente en adultos y niños: en 2018 afectaba a 40 millones de menores de cinco años y en 2016 a 338 millones de niños en edad escolar y adolescentes, junto a 2.000 millones de adultos.
Algo esperanzador es el hecho de que el número de menores con retrasos en el crecimiento por la desnutrición crónica ha disminuido un 10% en los últimos seis años, pero todavía suman 149 millones y los avances son demasiado lentos. El mundo sigue así lejos de alcanzar la erradicación de la malnutrición para 2030, uno de los objetivos de desarrollo sostenible, ante lo que la ONU llama a redoblar los esfuerzos y atender las desigualdades y proteger a los más vulnerables.
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