BRUSELAS
"Asistiremos al Consejo Europeo. No esperamos recibir mucho, pero pediremos que se nos escuche sobre la estrategia de los Balcanes Abiertos que hace suyo el espíritu de Europa y sobre el secuestro de Bulgaria que lo destruye". Así confirmaba Edi Rama, primer ministro albanés, su presencia en la cumbre UE-Balcanes Occidentales que los 27 líderes de Estado y de Gobierno celebran en Bruselas el jueves, y tras el amago de Serbia, Macedonia del Norte y la propia Albania de boicotearla.
Los Balcanes Occidentales han sido durante años el patio trasero de la Unión Europea. Pero la creciente presencia de Rusia y China en la región aceleró el apetito de los europeos para abrirles la puerta de entrada hacia su club. Una puerta envenenada que se ha atascado durante todo el proceso debido a las rencillas de algunos países Este, de las disputas internas entre los países de las exrepúblicas yugoslavas o del tímido interés de muchas capitales europeas.
Los Balcanes Occidentales han sido durante años el patio trasero de la Unión Europea
Como ocurre en toda decisión de trascendencia que se toma en el seno de la UE, los Balcanes también son presos de los intereses nacionales y de la política de vetos interna de las capitales europeas. Grecia bloqueó durante mucho tiempo los avances de Macedonia del Norte por sus sensibilidades lingüísticas e históricas. Finalmente, Skopje accedió a cambiar el nombre de su país como peaje hacia Bruselas.
Ahora es Bulgaria quien obstruye su acceso ensalzando una disputa histórica y exigiendo que sus vecinos reconozcan que su lengua materna solo es una extensión de la suya y que ambos comparten una historia común. El país, candidato a formar parte del club desde 2005, se siente de alguna forma traicionado y lamenta que los europeos no hayan cumplido su parte del trato.
Macedonia del Norte cuenta con Albania como compañero de viaje. Tirana es junto a Montenegro el mejor posicionado para convertirse en un futuro en nuevos Estados miembros. Pero su proceso se encuentra congelado, ya que va de la mano de Skopje. Es decir, se ha quedado cautivo de la estrategia europea. "Parece que tendremos que escuchar otro 'No, lo sentimos'. ¿Qué más vamos a hacer?", se quejaba Rama antes de una cita en la que se esperan mensajes duros de los líderes balcánicos.
La propia Francia, que ahora ostenta la Presidencia y anhela resolver el nudo búlgaro, se pegó un tiro en el pie cuando bloqueó el inicio de las conversaciones de adhesión en la cumbre europea de 2019. Por entonces, ni siquiera Bulgaria se oponía.
Los de Macron consiguieron con su postura reacia a la ampliación endurecer el proceso y hacerlo reversible. Es decir, en los últimos años el procedimiento de adhesión es para todos más severo. Todo ello emana de un conjunto de arterias que se han sucedido a nivel interno y externo en la UE. El brexit puso la casa comunitaria patas arriba. Y los ataques al Estado de Derecho de países como Polonia o Hungría incrementaron el miedo de algunas capitales sobre importar problemas con nuevos miembros mucho más rezagados en términos de estabilidad financiera y democrática. Al contexto actual se suma la derivada de la pandemia y la guerra en Ucrania, que acarrearán importantes consecuencias para los bolsillos de los ciudadanos comunitarios. Y la entrada de nuevos miembros supone una factura importante para las arcas comunitarias.
¿Qué está en juego, entonces, en la cumbre?
La gran incógnita es si una Bulgaria muy atrapada en sus divisiones y política interna levantará su veto y permitirá comenzar las negociaciones de adhesión con Macedonia del Norte y con Albania. Este es un paso menos simbólico que la obtención del estatus de candidato, pero es mucho más importante en términos prácticos. Lo que sí se da por descontado es que los Veintisiete ratificarán la recomendación de la Comisión Europea y posicionarán a Ucrania y Moldavia como nuevos Estados candidatos a formar parte del bloque. Un proceso que se anticipa largo y complejo y ante el cual ambos deberán efectuar reformas revolucionarias para avanzar.
Los Veintisiete ratificarán la recomendación de la Comisión Europea y posicionarán a Ucrania y Moldavia como nuevos Estados candidatos a formar parte del bloque
El doble mensaje que emana es, sin embargo, que dentro de las tecnicidades y la complejidad del proceso de ampliación, hay mucho de voluntad política. Ucrania recibirá la luz verde tan solo cuatro meses después de haberlo solicitado. Mientras que los países balcánicos suman años tocando el timbre de la UE sin mucha respuesta clara. Y es que de fondo se encuentra la gran pregunta que todos se hacen en la capital comunitaria: ¿Qué Europa queremos ser de mayor y cuál es el encuadre de la ampliación en ella? Todas las fuentes coinciden en que la UE está comprometida con la integración de nuevos miembros del Este, pero la realidad es mucho más farragosa.
¿Cómo está el proceso de adhesión hacia la UE?
En estos momentos hay cinco países candidatos: Serbia, Montenegro, Macedonia del Norte, Albania y Turquía, este último es el más veterano pero también el que cuenta con unas expectativas menos factible. Por su parte, Kosovo y Bosnia-Herzegovina son potenciales candidatos.
De ellos, Belgrado y Podgorica tienen ya las negociaciones de adhesión abiertas, pero durante la última década el avance ha sido limitado. En el primer caso debido en buena medida a su disputa con Kosovo, país que algunos como España no reconocen, y en el segundo a consecuencia de las fallas sobre la lucha contra la corrupción o la falta de pilares estables en torno al Estado de Derecho. "Hay algunos que se empantanan a sí mismos. También hay que tener compromiso con la ampliación", se excusa una fuente diplomática.
El 'casus belli' de Kaliningrado
De fondo ya en el Consejo Europeo a Veintisiete, la agenda de los líderes cuenta con dos componentes: el jueves uno geopolítico; y el viernes otro económico, pero ambos tienen la derivada común de la guerra en Ucrania. Los Veintisiete pasarán revista a la crisis alimentaria global, que ya amenaza con desatar nuevas olas migratorias desde el norte de África hacia el sur de Europa, medirán su estrategia de envío de nuevo armamento a Kiev y darán las primeras puntadas a los planes de reconstrucción. Mientras que en la jornada siguiente se centrarán en los efectos económicos como la inflación, la crisis social que se está cultivando o el tope de los precios de la energía.
Sin embargo, de fondo planean dos patatas calientes. La UE no está cocinando un séptimo paquete de sanciones, pero los bálticos y el Este están empujando por poner en marcha una nueva ristra de medidas punitivas contra Vladímir Putin que incluyan el embargo al gas. Además, durante la última semana se ha abierto un nuevo foco de tensión entre Moscú y Bruselas, que en esta ocasión pasa por Lituania. Putin acusa a los europeos de cortar el tránsito de bienes y mercancías hacia su enclave de Kaliningrado (rodeado por Polonia y Lituania), mientras que la UE alega que es una medida de alcance limitado y amparada en el marco de las sanciones europeas. Moscú ya ha amenazado con consecuencias, mientras que en los Veintisiete hay divisiones sobre si incluir o no unas líneas de solidaridad hacia Vilna en lo que podría convertirse en un casus belli.
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