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"Apaleaban a los jóvenes sin piedad"

Silvia García, una activista prosaharaui canaria de 24 años, vivió el asalto militar

R. TORRES

Nos dieron la voz de alarma alrededor de las 5.30 de la madrugada. Estaba durmiendo y unos saharauis me avisaron de que comenzaba el movimiento. Salí y me subí a un tejado para tomar imágenes. A las 6.30, apareció un helicóptero con megafonía: 'Aquí estamos y vamos a entrar'. En ese momento, se encendieron las luces de decenas de camiones y coches, que estaban apostados en la oscuridad.

Entonces estalló un gran estruendo de sirenas y vi a dos grupos de antidisturbios, cada uno de unos cien agentes, con cascos, porras y chalecos antibalas de plástico, que les cubrían tanto el pecho como las piernas. Llegué a ver metralletas y pistolas de cañón grande, y cómo, poco a poco, entraban en el campamento. Bajé del tejado porque me vieron y me empezaron a lanzar piedras. Los saharauis intentaban contenerlos y respondían igual: con piedras.

La gente empezó a correr, huyendo del gas lacrimógeno, que estaba arrojando el mismo helicóptero. La policía marroquí iba con máscaras antigás para protegerse, mientras que los saharauis se asfixiaban. Sus caras estaban totalmente rojas y los ojos arrasados de lágrimas. Cuando el gas te empezaba a afectar, los saharauis te tiraban colonia y te daban cebollas para que llorásemos y no se nos quemase la cara.

Me acerqué hacia el sur porque había más revuelo y quería grabar, y vi que a 30 o 50 metros de los saharauis estaban los antidisturbios. Las melfas (túnica femenina tradicional) estaban cubiertas de sangre y los escudos de los militares, también. Me refugié en una de las construcciones que se alzaban alrededor del campamento; había 50 mujeres, bebés, un chico en silla de ruedas y diez jóvenes.

Colocamos una barrera en la puerta y conseguimos resistir un poco a la carga policial. Pero comenzaron a romper las ventanas y a lanzar piedras para reventar el tejado. Cuando entraron en la casa, arrastraron fuera a la gente, sobre todo a las mujeres y a los niños. Al salir me encontré a unos 200 militares cercando el lugar.

A las mujeres y a los niños nos situaron frente a la casa. Podía ver el campamento totalmente arrasado: sólo quedaba una jaima en pie y los coches estaban totalmente quemados. Había cinco saharauis esposados con las manos a la espalda, a los que empezaron a dar porrazos en las rodillas y patadas. Las mujeres estábamos rodeadas por los antidisturbios. En ese momento, colocaron a los chicos entre un coche y el muro de la casa, y comenzaron a apalearlos sin piedad entre unos cincuenta agentes. A los chicos los aporreaban, los metían en un coche y se los llevaban; todavía no sabemos dónde están. En ese momento, vi una de las imágenes más detestables: los militares saqueando los restos, cogiendo los enseres personales que les venía en gana.

Mientras dejábamos el campamento, una apisonadora aplastaba el resto de las jaimas y se escuchaba una pequeña explosión. Al mirar hacia atrás, se veía una cortina de humo.

Yo iba con un grupo de 30 mujeres, 10 o 15 niños, muchos bebés y muchas ancianas. Empezamos a caminar por el desierto, junto a la carretera llena de piedras y coches quemados. Solo veíamos pasar coches cargados con las cosas de los saharauis y de marroquíes que se burlaban de nosotras. Caminamos hasta llegar a una casa que está a las afueras de El Aaiún.

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