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¿Podría la retórica entre Pyongyang y Washington desembocar en un holocausto nuclear? Los expertos ya no lo descartan categóricamente. Y no es para menos. Desde la capital norcoreana no sólo se ha mostrado al mundo su creciente -y sorprendente- capacidad para lanzar -no se sabe si con cabeza nuclear o sin ella porque su colisión puede eludir la detonación final- misiles intercontinentales.
Aunque parece que con la suficiente velocidad e intensidad y los necesarios avances tecnológicos como para alcanzar suelo estadounidense. Su líder supremo también ha mantenido el pulso geoestratégico con la mayor potencia militar del planeta. Kim Jong-un no ha tenido reparo en catalogar a Donald Trump como “mentalmente trastornado” y en advertirle de que pagará “caro” la “más feroz declaración de guerra de la historia”. Obviamente, contra Corea del Norte. A colación del anuncio por parte del actual inquilino de la Casa Blanca de sanciones comerciales contra “el hombre-cohete”, a cuyo “régimen depravado” le auguró “la destrucción total”. Un cruce directo de acusaciones, aún candentes, que tratan de evaluar las cancillerías de todo el mundo, desde finales del pasado mes de septiembre.
La intensidad de la deflagración dialéctica ha sido de tal virulencia, según los expertos, que, por primera vez en esta generación, la de la post-guerra Fría, la amenaza nuclear es seria. Es decir, real. Por mucho que fechas más tarde, el secretario de Estado norteamericano, Rex Tillerson, enfatizara que EEUU y Corea del Norte “mantienen cauces de comunicación abiertos y directos” para reducir unas tensiones de su actual punto de fricción.
Una batalla dialéctica peligrosa que ha sido denunciada en numerosas ocasiones por la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares que recientemente ha recibido el Nobel de la Paz
Washington recoge el testigo
Las ínfulas nucleares de Pyongyang merecen toda la atención geoestratégica por parte de la Casa Blanca. Y del Congreso, que ya la identifica como la mayor afrenta contra la estabilidad. No sólo en la convulsa región asiática, donde la carrera armamentística nuclear ha llegado a India, Irán o Pakistán. Sino que el riesgo adquiere el rango de crisis internacional. Para muestra de que el legislativo norteamericano otorga credibilidad al órdago atómico de Jong-un y de que se observa con preocupación, en el interior de EEUU, las intenciones de Trump de acabar, con “fuego e ira”, con el enemigo norcoreano, hay dos botones sumamente esclarecedores.
El primero, que el Pentágono solicitó al Congreso, el pasado 7 de septiembre, casi de tapado, sin apenas luz y taquígrafos, una partida adicional de 416 millones de dólares que se destinarían íntegramente al programa de defensa de misiles en territorio nacional. La fecha es elocuente. Apenas una semana después del lanzamiento del último misil norcoreano que sobrevoló espacio aéreo de Japón, y que requirió de un mensaje de tranquilidad de Tillerson a sus compatriotas de que “podían dormir tranquilos” esa noche. El proyectil -admitió- era de largo alcance. Capaz de llegar a EEUU.
El general Joe Dunford, que preside el Comité Conjunto de Jefes Militares en el Congreso, explicó el objetivo de estos desembolsos: “Adquisición de sistemas de radares adicionales, en especial los de defensa aérea en altitud, conocidos como THAAD, al margen de los ya consignados en el proyecto presupuestario para 2018”, afirmó en sede parlamentaria. Además de incluir en la petición financiera varios modelos de detección navales a distancia y de alta sofisticación, que contribuyan a “mejorar la eficacia” de las bases de intercepción que EEUU tiene desplegadas en Hawaii y Alaska. La totalidad de ellos, hasta ahora, de medio alcance. Dicho en otras palabras. EEUU ha cambiado el paso. Está en una reconstrucción de su estrategia nuclear. Por la amenaza norcoreana. La urgencia de este viraje así lo atestigua, ya que la solicitud surge tras meses más tarde de una ejecución presupuestaria, la de 2017, que se cerró en junio. Incluida su denominada norma ómnibus, de gastos extraordinarios, la versión americana de la Ley de Acompañamiento con la que los sucesivos gobiernos españoles apuntalan, en un auténtico cajón de sastre, costes imprevistos de asuntos más o menos trascendentales que salvan, en bloque, el normal control parlamentario.
En esta toma de iniciativa, el Senado americano ha ejercido de benefactor. Porque, a finales de septiembre, liberó un cheque casi cinco veces superior al que reclamaba el Pentágono. De 8.500 millones de dólares. Gran parte de ellos, destinados a la construcción de 14 nuevos silos de interceptación de misiles en Fort Greely (Alaska), donde los bunkers subterráneos que albergan estas rampas de lanzamiento ascenderán hasta 58. Reacción que ha sido ensalzada por ciertos observadores de Seguridad. Como Kingston Reif, director en la Asociación de Control de Armas y experto en misiles balísticos de largo alcance, para quien el sistema GBMD “ofrece serias dudas sobre su viabilidad técnica”. En su opinión, este escudo de protección, cuya construcción data de 2004, bajo la Administración de Bush, hijo, “presenta una hoja de servicios” no demasiado convincente, “de menos del 50% de interceptaciones en el aire con éxito”.
Si este ejemplo, de marcado cariz económico, podría ser la zanahoria, el siguiente se asemejaría más al palo. Porque, en segundo término, han irrumpido también las voces que claman contra las posibles tentaciones belicistas de Trump. El actual guardián del botón rojo nuclear no ofrece todas las garantías a los expertos. Hasta el punto de que expertos como Jeffrey Bader, asesor de Barack Obama entre 2009 y 2011 o Jonathan Pollack, de Brookings Institution, especializado en materia de seguridad y relaciones con Corea del Norte y China, recuerdan al líder republicano que es el Congreso el que ostenta el poder de decisión sobre una declaración de guerra nuclear, según el artículo 1 de la Constitución. Además de rememorarle que los dos ataques nucleares estadounidenses -Hiroshima y Nagasaki-, fueron bajo la excepcionalidad de una guerra mundial y que, durante la crisis de los misiles con la Unión Soviética, el legislativo otorgó a los presidentes mandatos con flexibilidad máxima para no retrasar posibles decisiones urgentes. Pero con su conocimiento e involucración.
Varias líneas de pensamiento en EEUU recomiendan al Congreso que se reserve el poder de declarar una guerra nuclear y que modifiquen la legislación para garantizar la pulsión del botón atómico
En un artículo en The New York Times, ambos recuerdan que “las circunstancias estratégicas a las que se enfrente EEUU son diferentes a las de la Guerra Fría”, que la Casa Blanca no debería perder “habilidad alguna” en responder a un ataque nuclear o convencional de Corea del Norte sobre su territorio, pero que esa permisividad “debería desaparecer” ante cualquier declaración de ataque preventivo, que “deberá ser cuidadosamente evaluado” con anterioridad. Para lo cual, el Congreso debería modificar su Ley de Poderes de Guerra en este punto. De forma que se configure un grupo de oficiales, entre los que se encontrarían también el vicepresidente y el secretario de Defensa, además de los integrantes del Comité Conjunto de Jefes Militares del Congreso, que sería el encargado de dar el consentimiento. Además de contemplar cambios en el sistema de comandancia y control nuclear, con objeto de que existan dos botones rojos, de activación simultánea por parte de otros tantos militares de alta graduación que se designen a cargo de tan delicada misión.
La aritmética geoestratégica
Ante este escenario, ¿resulta posible impedir el proceso norcoreano de obtención de misiles de alcance intercontinental? Las cartas que están encima de la mesa de Trump son muchas y muy complejas.
El arsenal de Corea del Norte se encuentra muy disperso por un territorio demasiado montañoso que pondría en serio riesgo la eficiencia de las incursiones aéreas americanas encargadas de su destrucción y, con ello, la vida de más de 10 millones de personas en Seúl y de otros 38 millones en Tokio, además de cientos de miles de militares estadounidenses desplegados en el norte de Asia, los primeros objetivos atómicos declarados por Pyongyang. Sin contar con la respuesta de su artillería. El régimen de Jong-un también reaccionaría ante cualquier maniobra de castigo del Ejército estadounidense.
Otra opción es el cambio de régimen. El líder supremo, que estudió en Suiza, se ha desmarcado de los valores occidentales desde su llegada al poder, en sustitución de su padre. El final de los métodos sucesorios por lazos de sangre en Corea del Norte daría paso una crisis de refugiados que China no está dispuesta a soportar, a una vigilancia excelsa de la prolongada frontera del país, que EEUU no quiere rememorar y, sobre todo, a una inestabilidad sin control de una nación hermética, sin análisis precisos de cómo funcionaría la elección del heredero y el futuro del país y con la amenaza en ciernes de un botón nuclear sin medidas de protección por las supuestas luchas de poder.
La invasión terrestre, imprescindible para hacerse con sus puntos de artillería desplegados por la frontera, no impediría la activación del programa nuclear. Varios lanzamientos de misiles se dirigirían de inmediato a Seúl y Tokio.
Los analistas se inclinan por una salida diplomática y negociada de EEUU con, al menos, China y Corea del Sur para evitar la conflagración, aunque cualquier viraje táctico de Pyongyang, Pekín o Washington podría provocar la guerra
En definitiva, el consenso de los observadores de seguridad se inclina por sugerir que se evite la confrontación. En términos de costes-beneficios. Porque se suceden los preparativos en Japón y Corea del Sur para que sus residentes sepan cómo responder a ataques nucleares, biológicos o químicos y las firmas de seguridad americanas han empezado a ofrecer refugios atómicos ante la posibilidad real de que los proyectiles ICBM norcoreanos alcancen ciudades como Denver o Chicago. Por no hablar del severo parón que, para Corea del Sur, una de las economías de mayor dinamismo y avance tecnológico reciente, significaría recesión en un PIB que representa el 1,9% de la riqueza global, una brusca ralentización de la actividad empresarial en Asia, un nuevo shock financiero y la vuelta al oro, el dólar y el franco suizo como valores refugio. Por no contar con la ingente reconstrucción de la Península de Corea. De ahí que “lo más realista” sea la búsqueda de “una solución diplomática”. Con medidas de castigo. En línea con las sanciones económicas y comerciales.
Este embargo internacional, dice Xander Snyder, de Geopolitical Futures, debería englobar sus fuentes de energía, ya que el tamaño de sus reservas de crudo anticipa que su calendario para mantener activo un conflicto bélico sería de “escasos meses”, lo que obligaría a Pyongyang a seleccionar sus objetivos militares.
George Friedman, por su parte, escribe en Mauldin Economics que EEUU “tiene poco que ganar” en una confrontación con Corea del Norte. Cualquier intento de eliminar sus silos nucleares “exigirá una intensa y prolongada campaña aérea”. La mejor carta es negociar con China, aclara. Y, sobre todo, bajo la tutela de Corea del Sur, donde hay 40.000 soldados de EEUU desplegados. “Trump no debe tomaría ninguna iniciativa” en este terreno “sin la expresa autorización expresa de Seúl”. En caso de saltarse esta regla, “se encontrará entre dos fuegos hostiles, y los efectos colaterales de esta hipotética escalada “provocará un efecto dominó” de consecuencias “piramidales” para los intereses geoestratégicos de Washington en Asia. Y Seúl ya ha advertido de que “no aceptará ninguna otra devastación de la península coreana”.
En opinión de Friedman, el inminente viaje de Trump a Pekín, previsto para noviembre, podría hacer posible esta “geometría bélica”; sobre todo, si el dirigente republicano accede a demandas de China en áreas como el comercio, la reivindicación sobre las islas artificiales del Mar de China o el número de fuerzas estadounidenses en Corea del Sur. “En los supuestos de que surja una nueva amenaza de Corea del Norte que sea demasiado inminente, de que China sea incapaz de persuadir a Pyongyang o de que EEUU decida que no puede tolerar más el riesgo que plantea Corea del Norte, la guerra será posible”, aclara.
De momento, Max Bacus, ex embajador de EEUU en Pekín hasta enero pasado, apela a la calma. Porque -dice- “nunca he visto a Xi Jinping mostrar tanto disgusto en privado” como con el líder norcoreano. La intención del presidente chino es la de alinearse con las sanciones comerciales a Pyongyang, impulsar las discusiones sobre un hipotético flujo de refugiados con Washington y cortar las líneas de financiación a Corea del Norte, en connivencia con el Tesoro americano. Si bien, los máximos responsables militares de su vecino del sur han recomendado a Seúl que “se preparen para lo peor”. Al lado de las fuerzas estadounidenses, de las que George Bush, padre, ordenó retirar, en 1991, los arsenales nucleares dispersados por el Paralelo 38.
La escalada armamentística sube enteros
Sea como fuere, lo que ha propiciado ya la crisis nuclear norcoreana ha sido un súbito parón en el mandato de reducción de los arsenales de armas al que obliga el Tratado New Start de 2010 a las potencias atómicas. Según el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), uno de los think-tanks de mayor prestigio en la materia, asegura en su último informe anual que al comienzo de este año existían 14.935 armas nucleares en el planeta frente a las 15.395 de 2016. Una línea descendiente, constante, desde que, a mediados de los ochenta del siglo pasado, el número de cabezas atómicas rozase las 70.000. Fruto de los tres tratados de limitación de armas suscritos por EEUU y Rusia desde 1991.
Sin embargo -constata- “el ritmo de las reducciones de arsenales se ha frenado en comparación con la década precedente y ni Rusia ni EEUU que, en conjunto, protagonizaron el 93% de estas eliminaciones, han manifestado deseo alguno de acelerar, para conseguir las cuotas consignadas hasta 2020, nuevos recortes de sus fuerzas atómicas estratégica”. Más bien al contrario. Ambas potencias han intensificado los gastos y prolongado el periodo de modernización de sus planes nucleares, bajo la justificación de que deben tener en perfecto estado de revista sus misiles, sus instalaciones y sus contratos de producción. Pero también China se ha embarcado en programas de actualización sine die, para mejorar la calidad, las prestaciones y el tamaño de sus arsenales. Como India y Pakistán, que engordan sus inventarios nucleares casi al unísono, como enemigos irreconciliables que son, en un intento de disuasión permanente; en este caso, a costa de misiles tierra-agua y de instalaciones defensivas antiaéreas. O Israel, que insiste en su política de no confirmar ni desmentir su condición de potencia atómica, pero que no ceja en su empeño de realizar ensayos de misiles balísticos de largo alcance. Y Corea del Norte, con evidencias cada vez más claras.
Las potencias nucleares han interrumpido el ritmo de reducción de sus arsenales nucleares y elevado sus gastos para modernizar sus armas atómicas, con EEUU a la cabeza: un billón de dólares (el PIB español) hasta 2040
Los expertos del SIPRI precisan que “ninguna de las potencias nucleares” tienen previstas nuevas reducciones en el futuro. Más bien al contrario, admiten desarrollar o tener previsto construir nuevos sistemas armamentísticos. Por ejemplo, EEUU, que ha aireado su propósito de dedicar, nada menos que 400.000 millones de dólares a la modernización de fuerzas nucleares, adquirir modelos de defensa antimisiles más actuales y mejorar las infraestructuras de sus arsenales, antes de 2026. En total, y a más largo plazo, hasta 2040, el cheque que auguran en este instituto de pensamiento es de un billón de dólares.
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