Madura pero con un nosequé de chica de instituto, la escritora Almudena Grandes (Madrid, 1960) fue una niña que quiso ser azafata o enfermera: 'Hemos ido hacia atrás, porque son dos profesiones muy dignas. Mucho más, desde luego, que la de ser supervivientes en la Isla de los Famosos. Ahora, más que querer ser, los niños quieren estar. Estar en la tele, estar en el candelabro'. Pese a esas primeras vocaciones, Grandes recuerda que 'desde muy pronto' quiso ser escritora.
'Mi abuelo me regaló para mi primera comunión una versión de La Odisea que me gustó mucho. Luego leí Mujercitas, de Louisa May Alcott, y entonces quise ser Jo March'.
Estudió prehistoria y hoy cree que 'un novelista y un historiador son como dos coches que se cruzan en direcciones contrarias en la misma carretera'. 'Un historiador debe documentar la historia que tuvo que ser verdad y un novelista inventa una historia que tiene que parecer real. Ahora me siento más cerca que nunca de mi carrera', explica.
'¿Miedo a Galdós? No, porque Galdós me ama. Si viviera, me entendería'
En septiembre aparecerá Inés y la alegría, dentro del ciclo Episodios de una guerra interminable, algo así como los Episodios nacionales de la infamia del siglo XX. '¿Miedo a Galdós? No, porque Galdós me ama (risas). Creo que si viviera en esta época entendería mi opción'. Historias individuales se solapan con la historia colectiva. 'Admiro mucho a Galdós y creo que es, después de Cervantes, el gran novelista español de todos los tiempos. Está entre los grandes autores del XIX, a escala mundial. Si fuera inglés o francés sería reconocido universalmente'.
Inés y la alegría narra la historia de una mujer en la guerrilla antifranquista, un ejemplo de la alegría de ser comunista, de ser de aquel 'partido terco' como ella lo llama que logró resistir cuarenta años a una dictadura, aunque la historiografía franquista que pervive caricaturice a los guerrilleros como simples bandoleros que 'sobrevivían como osos en las cuevas'. 'La memoria de España nunca ha dejado de flaquear por unas razones o por otras. A la clandestinidad impuesta por la dictadura hubo que sumar una especie de clandestinidad posterior, debida a la falta de interés en rescatar esa época', afirma.
'Echarse al monte está complicado, pero no echarse al monte también'
Hoy quizá haya motivos para echarse a otros montes, 'pero nos costaría trabajo sobrevivir, por la deforestación y porque no sabemos poner cepos'. 'Veremos si sobrevivimos en nuestras casas, porque vamos a que los mercados financieros se conviertan en dirigentes de la humanidad', dice.
'Hasta cierto punto añade vivimos una película de Batman, con Joker, el Pingüino y Catwoman lanzando sus ataques. Las agencias de calificación de la deuda no tienen portavoces, alguien que dé la cara, sino que emiten comunicados, como Joker, desde el subsuelo. ¿Quiénes son, de dónde han salido? Lo de echarse al monte está complicado, pero no echarse también. Estamos viviendo tiempos muy feos y la indolencia de los ciudadanos no hace presagiar que dejen de serlo'. El 29 de septiembre apoyará la huelga general. 'Es tremendo que además se esté criminalizando a los sindicatos. Los bancos provocaron la crisis, se han hecho rescatar por los gobiernos y estrangulan a los estados con procedimientos gansteriles. Una cosa es que nos arruinen y otra es que, de paso, nos volvamos tontos', afirma.
'Sería triste que Zapatero consiguiera llevar a Rajoy a la Moncloa. En vez de defender lo indefendible, ZP hubiera tenido que denunciar las presiones y haber convocado elecciones. Las hubiera ganado. O, al menos, los que lo han votado no tendrían la cara de marcianos que tienen, lo que no es mi caso. Sólo alguien fuera del mundo aceptaría los ajustes con esa mansedumbre. O él o sus asesores no van en metro'.
Ella va a la playa de su refugio gaditano en Rota, aunque esté cerca de la base militar: 'Cuando la guerra de Irak, mi hija Elisa tenía seis años. Y veíamos entrar y salir unos aviones espantosos que llevaban a la gente a Guantánamo en la panza. Los niños dejaban las palas en la arena y les decían adiós. Una metáfora tristísima de la realidad'.
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