Lunes 8 de noviembre. Faltan tres días para que arranque la campaña de las elecciones catalanas y Artur Mas se dispone a presentar su spot electoral. A pesar de los rigores meteorológicos, congrega a una pequeña multitud en el lugar escogido para la ocasión. Se apagan las luces y en la pantalla aparece un Mas sufrido que explica cuánto ha sufrido en el desierto. El realizador se detiene en sus arrugas, sube el volumen de la música y se alcanza el clímax.
Entre el público destaca la figura de un invidente acompañado de su perro lazarillo. Es de los primeros en romper a aplaudir con entusiasmo desde detrás de sus gafas oscuras: '¡Muy bien, me ha gustado mucho!'. A él se suman con entusiasmo el resto de asistentes. Artur Mas acababa de hacer el primer milagro de su campaña electoral.
En los primeros compases electorales, el candidato resiste el entusiasmo que generan todas las encuestas en su partido y su electorado. Apela a la movilización de los suyos y no responde a ninguno de los ataques que le llueven desde todo el arco parlamentario. Asomaba el caso Palau los convergentes ventilarán el asunto apelando a la presunción de inocencia y poniendo en duda el papel de la fiscalía y las profecías de la izquierda en el sentido de que Artur Mas prepara una demolición del Estado del bienestar en Catalunya. Nada inmutó al candidato convergente: cómodamente envuelto en su guante de seda, se niega a entrar al trapo y se resigna a firmar una campaña tediosa.
El Mas medroso se disipa en los platós de TV3 durante el debate televisivo del domingo. Como hiciera Ali con Foreman en Kinshasa, Mas vive el debate agazapado y evitando golpes. Su octavo asalto, el que dio la gloria al púgil, le llega al final del debate, con dos directos que dejan grogui a su rival, José Montilla. 'Si tanto miedo tiene de que pacte con el PP, apoye usted mi investidura', dice primero, para rematar: 'Hagamos ahora mismo el debate cara a cara'. La estrategia del PSC no resulta, Mas ha culminado su segundo milagro sacando a relucir su punch.
Esa noche se dispara la euforia en CiU, que empieza a ver posible una mayoría absoluta. Se descubre entonces el otro candidato: además de su fría solvencia, muestra su aspecto más personal. Se atreverá a jugar al fútbol con los periodistas demostrando que el apodo de flecha negra que se ganó cuando era joven no es tan exagerado como cabría esperar, se muestra cercano y hasta parece relajado. Tanto, que al penúltimo día cruza el Rubicón de hacer la porra electoral, a condición de que sus pronósticos no se publiquen. La persona asoma bajo la rigidez del candidato y a fe que puede hablarse del tercer milagro de la campaña.
Mucho más de lo que podía esperarse de un hombre fraguado a golpes y de mirada anfibia.
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