8 de febrero de 2009. El móvil de José Tomás no deja de sonar. En la pantalla aparece siempre el mismo nombre: 'Cams' [sic]. Tomás lo descuelga y al otro lado de la línea el expresident de la Generalitat Francisco Camps habla con voz suplicante. 'Estaba muy preocupado de que hubiera alguna factura a su nombre', relató ayer Tomás, en el undécimo día del llamado juicio de los trajes. Tanto insistió Camps aquel día que la situación se volvió incómoda. 'Mi mujer estaba muy nerviosa. ¡Que te deje en paz!', me gritaba'. A la séptima llamada, explica Tomás, su interlocutor se derrumbó: 'Por favor, sácame de esta, que cuando pase esto con tu jefe, aquí abajo no te va a faltar de nada'.
Estas son las últimas palabras de la estrecha relación entre Francisco Camps y José Tomás, el alto directivo de las tiendas Milano y Forever Young que le tomó las medidas de las prendas que presuntamente pagó la Gürtel entre 2005 y 2008. En esos años, los empresarios de la trama obtuvieron contratos públicos de la Generalitat valorados en seis millones de euros. De probarse que los dueños de la Gürtel abonaron la ropa, Francisco Camps y Ricardo Costa serían condenados por un delito de soborno, castigado con una multa de 41.250 euros.
Muestra tickets originales a nombre de Camps que luego fueron borrados
El sastre llegó al Tribunal Superior de Justicia a primera hora de la mañana dejando un rastro fugaz de flashes y un barullo de preguntas sin respuesta. Arriba, decenas de personas guardaban cola para entrar en la sala. La mayoría, familiares y amigos de los acusados. A las 11:00, el magistrado Juan Climent llamó a José Tomás, quien irrumpió con grandes zancadas, casi al trote. En su mirada había un único horizonte: el rostro del expresident Francisco Camps, que dibujaba la misma sonrisa torcida con la que respondió durante años a las preguntas de los periodistas.
Fue la primera escaramuza de una larga batalla de gestos y signos que se libró al margen del caótico interrogatorio de Miriam Segura, la más imprecisa de las dos fiscales. La densidad del cuestionario dio pie a fugitivas somnolencias entre el público, a las que Tomás contribuyó con la narración de las peripecias del aprendiz de 13 años que aprendió a cortar y medir telas y cuya destreza le llevó a pilotar la nave de 500 metros cuadrados de Milano, 'con 20.000 trajes al año y seis millones de facturación, es decir, cifras de Guiness'. Una historia a lo Dickens con final feliz en el barrio de Salamanca y colofón en noviembre de 2005, cuando Tomás tomó medidas por primera vez 'al presi, que era como conocíamos a Camps'.
Tomás asegura que tomó medidas a Costa en la sede del PP valenciano
'Era un honor para mí. Un orgullo. Por ideas y por empatía. Siempre he sido del Partido Popular', prosiguió Tomás con fugaces miradas hacia Camps, todas cargadas con la pólvora del reproche. '¡Espectacular, espectacular!', murmuraba el expresident con ironía. Tomás siguió su relato hasta llegar a Álvaro Pérez, el Bigotes, el lugarteniente en Valencia de Francisco Correa, el cabecilla de la trama, 'a quien Tomás conocía hace 18 años, cuando trabajaba en Antena 3 y venía a comprar habitualmente a Milano'.
Fue Pérez quien proporcionó a Tomás el primer contacto con cargos valencianos. Sucedió en 2004, cuando el Bigotes acudió a Milano, en la calle Serrano 29, junto a Rafael Betoret, ex jefe de Gabinete de la Conselleria de Turismo, 'para adquirir un abrigo y un traje para Fitur'. Después, según el relato del encargado, también se llevó trajes Pedro García, 'a quien me presentaron como director general de Canal 9'.
El sastre dice que estaba orgulloso de trabajar para Camps porque él es del PP
La faena de Tomás dejó contentos a los políticos valencianos. Le empezaron a llover encargos y en la primavera de 2005 viajó a Valencia para tomar medidas a Ricardo Costa y al expresidente del Consell Víctor Campos.
Por esa época también tomó medidas a Camps en el lujoso hotel Ritz, 'donde se alojaba cuando viajaba a Madrid', recordó Tomás, quien abandonó Milano en septiembre de 2006 y fichó como alto cargo de la firma Forever Young. En ambos establecimientos, 'las prendas para Camps y Costa se cargaban a la cuenta de Álvaro Pérez y las pagaba Pablo Crespo [el número dos de la trama] con talones o en efectivo'. '¿Le pagaron en mano alguna vez los acusados?', replicó la fiscal. '¡Jamás!', retronó la voz de Tomás, y subrayó: 'Álvaro Pérez me lo advirtió en más de una ocasión: nunca se te puede escapar que tú sabes que no pagan'.
La narración de Tomás dejó al desnudo la imagen de austeridad que Camps ha querido mostrar desde el primer día del juicio. Su abogado, Javier Boix, llegó a reivindicar el apelativo de el Curita, que era como se referían al político los miembros de la trama, a quien también tildaban de 'racanillo'.
El perfil espartano de Camps fue cayendo a trozos y dejó en su lugar un gusto refinado. 'Tuvimos que hilar muy fino', aseguró Tomás, con sorna. A tanto llegó el deseo por el matiz que el expresident extrajo del armario su traje preferido y lo envió a Tomás para que los reprodujera al milímetro. Nacía el modelo Camps, 'algo inusual en sastrería industrial', según Tomás. Un patrón al que se añadieron aderezos como el tercer botón falso y el ceñidor central.'Porque hay bastante diferencia de su trasero a la cintura', describió el sastre, quien reconoció que confeccionar para Camps se convirtió en 'una labor de chinos'.
La primera sesión del sastre (la declaración continúa hoy con las preguntas de la defensa) finalizó en el principio, en aquel 8 de febrero de 2009 en el que Camps perdió la paciencia. Fue la víspera de la declaración de Tomás ante la Fiscalía, la Policía y el juez Garzón. La operación contra la Gürtel estaba en marcha y al poco reventaría las costuras del PP. Tomás acabó despedido por el dueño de Forever, Eduardo Hinojosa, quien le acusó de manipular documentación para inculpar a Camps. A su vez, Tomás denunció a Hinojosa de lo contrario: deformar facturas para borrar el rastro de los políticos siguiendo las directrices de Federico Trillo, con quien se reunió en al menos dos ocasiones. '¡Aquí está la prueba, yo tengo los originales!', tronó entre una polvareda de murmullos. Entonces, mostró un ticket con el nombre de 'Camps' que en el sumario consta con la casilla del cliente borrada. Y se volteó con enojo hacia su adversario, quien esta vez no pudo sostenerle la mirada.
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