Buena parte de los asistentes al debate que tuvo lugar en Ávila entre Zapatero y el obispo Antonio Cañizares abuchearon al expresidente. Resulta extraña la obsesión de la Iglesia oficial por acusar a Zapatero de perseguirla: si bien propició algunas leyes que no gustaron a la jerarquía, también es cierto que detuvo otras muy solicitadas desde la izquierda, como la ley de libertad religiosa y de la muerte digna, además de mejorar la dotación económica de la Iglesia. Y más extraña todavía es la asistencia del expresidente a un debate organizado nada menos que por la Universidad Católica de Ávila y el periódico La Razón.
Pero, anécdotas aparte, quizás podríamos aprovechar la ocasión para preguntarnos las razones de fondo por las cuales la Iglesia considera a la izquierda –a su juicio representada por Zapatero– como su principal enemigo. Sobre todo teniendo en cuenta que la aparición del cristianismo implicó en su tiempo lo que podríamos llamar hoy 'un giro a la izquierda': de la hegemonía normativa de las numerosas leyes del Antiguo Testamento se pasó a proponer el amor como el único mandamiento, del dominio de un Dios lejano y vengador a un Padre que envía a su Hijo a compartir la vida de los hombres, de los rituales religiosos a proponer la atención al prójimo necesitado como único camino de acceso a la salvación.
Poco duraron estas buenas intenciones. En cuanto el cristianismo logró imponerse como religión oficial del Imperio Romano la Iglesia descubrió que a su sombra podía crear un verdadero imperio. Y la lógica del poder se impuso por sobre las consideraciones éticas, creando una pirámide jerárquica –el Papa, los obispos, los sacerdotes– que reservaron al pueblo llano un papel de obediencia pasiva. El nuevo mandamiento del amor se relega a un papel meramente ornamental: en su lugar asumen la primacía las normas, el dogma y la represión, que llega en ocasiones a tomar formas de inaudita crueldad. Y se establece una alianza con el poder político y económico cuyos resultados perduran hasta hoy.
Decía Norberto Bobbio que la nota distintiva de la izquierda era la defensa de la igualdad. Seguramente hay que matizar esta afirmación, teniendo en cuenta que también regímenes dictatoriales la utilizaron como excusa para legitimar su poder. Pero es verdad que históricamente la izquierda siempre ha representado el intento de oponerse a los regímenes jerárquicos y autoritarios reclamando para la gente 'no cualificada' el acceso a la toma de decisiones, aunque no hayan faltado perversiones en esos intentos. Mientras, la Iglesia oficial basa su poder en el principio de autoridad: la verdad y la ley la poseen, en distintos grados, los miembros de la jerarquía, culminando en el dogma de la infalibilidad papal, y cualquier disenso es castigado hasta con la expulsión de la institución, como bien lo saben varios teólogos represaliados por sus superiores. ¿Cómo sorprenderse de que una institución así reaccione contra los matrimonios homosexuales, el feminismo, el control de la natalidad, la ley del aborto, la decisión personal sobre el fin de la vida? Para la jerarquía eclesiástica tales irrupciones del pueblo llano en el coto privado de la moral de la Iglesia socavan los fundamentos en los que asienta su poder: la gestión hegemónica del miedo y de la culpa. Un súbdito que se considera culpable - y la sexualidad es una excelente razón para ello- y cree que está en manos de la autoridad eclesiástica librarle de las consecuencias de su delito es el súbdito ideal.
Y el socialismo lleva al extremo esa intromisión del pueblo en la estructura del poder. Pretender que hasta la gestión de la política y la economía pase de manos de sus actuales gestores a organizaciones populares, como propuso el marxismo, implicaría destruir las bases materiales del poder eclesiástico. De ahí la violenta condena de la Iglesia a la obra de Marx, sin reparar en que sus postulados –utópicos o no– se acercaban mucho más al cristianismo primitivo que el sistema capitalista vigente. De cualquier modo, no parece que este aspecto de la cuestión deba influir en el abucheo a Zapatero: lejos está la socialdemocracia actual de encarnar ese peligro revolucionario.
Mientras tanto, muchos cristianos que se niegan a identificar el mensaje cristiano original con la actual estructura del poder eclesiástico se debaten dentro de la Iglesia denunciando sus desviaciones y tratando de recuperar el único mandamiento del cristianismo. 'Ama y haz lo que quieras', decía San Agustín. Aunque supongo que sus posibilidades de influir en una reforma de la institución son prácticamente inexistentes.
No se trata, por supuesto, de que los que abuchearon a Zapatero sean conscientes de los supuestos que implican tales desahogos. Pero la Iglesia ha logrado imponer en muchos de sus miembros una 'forma de vida' que se siente cómoda en la seguridad que proporciona la pertenencia a una institución que monopoliza el bien y la verdad y que ahorra a sus fieles ese desasosiego que denunciaba Kant y que consiste en atreverse a pensar por sí mismo.
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