La carrera política de Celestino Corbacho refleja resultados logrados a base de tenacidad. Extremeño de nacimiento, se marchó a Catalunya a los 13 años. En 1983 entró como concejal de Urbanismo en el Ayuntamiento de L'Hospitalet y 11 años más tarde fue nombrado alcalde de la ciudad tras la marcha forzada por un escándalo urbanístico del anterior primer edil. Hombre directo y con carisma en el momento de dirigirse a sus ciudadanos, pero a la par acusado de autoritario, supo imponerse frente a cualquier sombra de competencia que surgió en el interior de la formación local del PSC de L'Hospitalet.
En 2004 alcanzó la presidencia de la Diputación de Barcelona, que había disputado a José Montilla, cuando este fue nombrado ministro de Industria.
Ocupar una cartera ministerial también era uno de sus grandes sueños. Le llegó de la mano de Zapatero, cuando el presidente buscó entre el PSC para cumplir la obligada cuota catalana y encontró a un alcalde algo alejado de la rama catalanista y que había sido ampliamente apoyado por sus ciudadanos en los cuatro comicios municipales a los que se presentó, obteniendo siempre mayoría absoluta.
Corbacho había liderado con gran éxito la profunda transformación de la que es la segunda ciudad en número de habitantes de Catalunya. Zapatero también valoró cómo consiguió sofocar los brotes de xenofobia que surgieron en los barrios del norte de la ciudad como consecuencia de los problemas de convivencia ante el desembarco repentino de población inmigrante. Corbacho se ganó la confianza de los ciudadanos locales, asustados ante los cambios, garantizándoles 'tolerancia cero' con los nuevos vecinos que no cumplieran todas las normas. Se convirtió con ello en el primer ministro titular de la cartera de Inmigración.
Fue fiel a su comportamiento y se mostró contundente en la gestión, lo que le costó numerosas críticas. Pero la crisis le obligó a centrarse en la abultada cifra de los cuatro millones de parados y hacer frente a la peliaguda reforma laboral y no en la inmigración.
Precisamente, acostumbrado a hacer y deshacer, el principal obstáculo que se ha encontrado como ministro es no poder llegar a ejercer sus dotes de mando. Anunció medidas, como considera que le corresponde como político, pero entonces topó con los sindicatos y la necesidad de negociar.
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