Todo el mundo cuenta la fiesta según la vive, y en el juicio contra los jóvenes acusados de dejar en coma a un guardia urbano el viejo dicho se ha cumplido al pie de la letra. El fiscal pide 11 años de prisión para Rodrigo Andrés Lanza, Alex Cisternas y Juan Daniel Pintos, los tres principales acusados, a los que se considera coautores de la agresión que dejó en estado vegetativo a un policía el 4 de febrero de 2006.
La defensa solicita la absolución de sus clientes. Mantiene que en todo el juicio no se ha aportado ninguna prueba con suficiente entidad para desmontar la presunción de inocencia de los acusados y que no hay elementos suficientes para condenar a nadie.
La sentencia llegará con muchos cabos sin atar. Las detenciones se realizaron sin posteriores ruedas de reconocimiento, la zona no se acordonó para recoger pruebas de los hechos, la policía no inspeccionó la casa en la que se celebró una fiesta ilegal y en la que se acumularon casi 1.000 personas.
El elemento que provocó la lesión es un misterio y los peritos tienen teorías contradictorias. ¿El agente sangraba por la nariz o no sangraba? ¿Por qué se permitían fiestas ilegales de asistencia masiva? El informe del Ayuntamiento al que se refirió el ex alcalde de Barcelona, Joan Clos, no ha aparecido.
La defensa no ha dejado de quejarse sobre la parcialidad del Tribunal. Las declaraciones, con coherencia monolítica, de los guardias urbanos presentes en el altercado difieren de las de los otros testigos que describieron el enfrentamiento como una batalla campal donde la policía repartió una violencia desmesurada. No hay respuestas claras. La verdad, una vez más, se esconde.
Los dos lados del espejo
El estado del agente Juan José Sala es irreversible. La medicina no puede hacer nada por sacarle del estado vegetativo en el que se encuentra. La esposa de este agente de 39 años y padre de cuatro hijos ha seguido todas las sesiones del juicio, acompañada de familiares y amigos. Los párpados cansados y los ojos humedecidos revelaban su estado de ánimo. La mirada de la esposa de Juan era fría y contenida. No quiere hablar hasta que se dicte sentencia. “Haremos un comunicado, pero de momento no quiero explicar qué esperamos del juicio”, dice, reprimiendo palabras que no quiere avanzar. Soportó sin aspavientos todas las sesiones. Sólo se ausentó durante las intervenciones de los peritos. Escuchar cómo describían los golpes y fracturas del cerebro de su marido la superó.
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