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"La Iglesia, cuando beatifica, oculta su parte de verdugo"

Julián Casanova, historiador. Es uno de los mayores especialistas en la Guerra Civil. Ha estudiado las complicidades de poder entre la Iglesia y el franquismo.

MIGUEL ÁNGEL MARFULL

Los libros se apilan en su pequeño despacho de la universidad, que es proporcionalmente inverso al tamaño de su trabajo. Julián Casanova, historiador y catedrático de la Universidad de Zaragoza, acaba de recibir a la revista Time. La memoria interesa en Estados Unidos, donde imparte  clase seis meses al año. Descansa leyendo a Faulkner y a Marsé. Ha publicado recientemente República y Guerra Civil, editado por Crítica. Es autor de otro manual de referencia, La Iglesia de Franco, portal necesario para adentrarse con criterio en la nostalgia de una Iglesia que beatificará el próximo 28 de octubre en el Vaticano a 498 “mártires” de la Guerra Civil.

¿Qué significado tiene esa ceremonia?

Lo que hace la Iglesia cada vez que beatifica es humillar más a los vencidos. Hay un desequilibrio básico entre una ceremonia en el Vaticano y la gente que está buscando a sus muertos en fosas, sin ni siquiera saber dónde están. Es el gran desequilibrio de la memoria que nos queda de la guerra civil.

¿Hubo una Iglesia perseguida?

La Iglesia fue muy perseguida durante la Guerra Civil, no así durante la República, aunque ellos unen República y Guerra Civil. 6.800 eclesiásticos muertos son muchos, aunque nada de eso habría ocurrido sin la sublevación militar, que quitó los mecanismos de orden del Estado, y si la Iglesia no hubiera tenido una actitud frontal contra la República. La hecatombe anticlerical se paró en diciembre de 1936. A partir de ese momento no se mata al clero y sin embargo, en la otra zona, la Iglesia nunca levantó una voz para detener los miles de asesinatos que se produjeron hasta el último momento en que Franco ganó la guerra. La Iglesia nunca levantó una voz para decir algo sobre los 50.000 asesinados que hubo en la posguerra.

¿Qué término se ajusta al papel de la Iglesia en la Guerra Civil, instigadora o sumisa?

Las primeras proclamas de los sublevados no nombraban a la religión. La Iglesia se ofreció desde el principio. Abrió las puertas de las catedrales a los golpistas, y los sublevados se dieron cuenta del papel fundamental que podía desempeñar la Iglesia como máscara para el exterminio que estaban emprendiendo. La Iglesia practica una triple estrategia. En primer lugar, convierte una guerra en cruzada. Es decir, reverdece el mito medieval por el cual era posible matar en nombre de Dios. En segundo lugar, trata de convencer de que la causa de Franco es la causa de la civilización cristiana y, en tercer lugar, nunca quiso que la guerra acabara con una rendición pactada. Esto es muy importante, porque el Vaticano, a la altura del 37, dio muestras de querer negociar una paz y la Iglesia española defendió la rendición incondicional, humillando y derrotando al vencido.

El cardenal primado, Isidro Gomá pidió explicaciones a Franco por el asesinato de 16 religiosos en el País Vasco y los asesinatos se frenaron. ¿La Iglesia podría haber detenido la violencia?  

Son casos excepcionales. Lo curioso es que el cardenal Gomá pida audiencia a Franco para pedirle que no se vuelva a repetir, pero que no fuera capaz nunca de pedirle a Franco que frenara la masacre que estaba cometiendo en nombre de Dios. La Iglesia se implica sangrientamente y mantiene silencio. De ahí que, cuando beatifica, lo que hace es ocultar la parte de verdugo que tuvo la Iglesia. No lo reconocen, pero hay pruebas de todo tipo del silencio de la Iglesia.

Hay silencios y delaciones. Una Iglesia que persigue también, después de ser perseguida.

Por supuesto. Después de la Guerra Civil, la implicación de la Iglesia viene con la Ley de Responsabilidades Políticas que, con efectos retroactivos, investiga a toda la gente que había estado afiliada a partidos del llamado Frente Popular. Se abren más de medio millón de expedientes de depuración, es una ley de expolio, y se monta una tríada de poder representada por el comandante del puesto de la Guardia Civil, el alcalde o jefe de Falange y el cura. Y los sacerdotes se implican y que lo que dicen, en vez de ir a misa, va al cementerio. Hay también una doble moral, porque hay veces que salvan a gente que les hace aportaciones económicas. Esa implicación es indudable y no pueden silenciarla. El argumento que utilizan, que viene a decir que la Iglesia se implicó en la sublevación porque la perseguían y no tuvo otro remedio, no es cierto. Las cartas que escribe Gomá al Vaticano son muy claras, nos van a salvar, nos van a devolver los privilegios, decía.

¿Qué obtuvo la Iglesia con la victoria del bando sublevado?

Recuperó todos los beneficios que había tenido históricamente antes de la República y posiblemente los agrandó. Financiación, monopolio de la enseñanza y monopolio en los temas morales, que son los tres temas que la Iglesia negocia a la salida del franquismo, durante la transición, que trató muy bien a la Iglesia católica.

La Iglesia dice que podría haber 2000 beatificaciones más...

Piden hasta 10.000. Son beatificaciones de seglares que consideran que murieron por la fe, cuando en realidad eran afiliados a Acción Católica o a partidos de derecha. Están metiendo a civiles en vez de a eclesiásticos en un saco que evidentemente no les corresponde, con lo que creo que la causa de los santos está abriendo una diferencia clarísima entre la memoria de los vencidos y la memoria de los vencedores. Desde ese punto de vista y con la vista puesta en la Ley de la Memoria Histórica y la retirada de símbolos franquistas, distinguiría entre el nombre de calle, que cambiaría sin ningún problema y dejaría las placas en las iglesias. Nadie les dijo que escribieran José Antonio y lo hicieron, que aparecieran junto a los mártires de la cruzada todos los mártires falangistas. Creo que es una enseñanza para el futuro. Como historiador, no soy demasiado partidario de borrar los restos que ilustran sobre la unión entre religión y política, explicándolos. Igual que nunca sería partidario de deshacer el Valle de los Caídos, porque creo que eso queda para posteridad. Una cosa es una estatua de Franco, que hay que quitarla, y otra cosa es todo lo relacionado con la política y la religión. No estaría mal dejar esas huellas del pasado, explicadas, a las generaciones futuras.

¿Qué opinión le merece la Ley de la Memoria Histórica?

Estamos en un desequilibrio tan profundo, que la Ley de la Memoria Histórica era necesaria. Creo además que es útil, que lo único que hace es una reparación jurídica y política a todas las víctimas que nunca fueron reparadas. La ley no persigue a nadie. La ley no reabre heridas, porque no reabre, y creo que está bien, el tema de los verdugos, algo que se hace en Chile y en Argentina. La ley, además, ha incorporado otras memorias, reconoce que el clero fue asesinado, que en el bando republicano hubo asesinatos. Ha incorporado la diversidad de memorias de España y hace justicia a los vencidos que nunca tuvieron la posibilidad de reclamar a sus propias víctimas.

¿Por qué se tardan 30 años en comenzar la reparación? ¿Sigue habiendo dos Españas?

No hay dos Españas, hay muchas más. Hay muchas memorias, y no sólo dos. El gran problema que tiene la sociedad española es que tiene un partido de derecha y una herencia sociológica del franquismo que no quiere reconocer que después de una guerra, que empieza por un golpe de Estado, hubo una dictadura que duró mucho más de lo que duran normalmente las dictaduras que emergen de las guerras, que pasó a cuchillo a los vencidos, que humilló, que atrasó a la sociedad española.

¿El legado del franquismo sobrevive en el PP y en la Iglesia?

Mucha gente que vota en democracia sería incapaz de reconocer que el franquismo fue una dictadura criminal. Sin querer entrar en el tema de los historiadores neofranquistas, ésa es la base social los que compran sus libros. Se sienten reconfortados. Yo puedo recordar a los dinosaurios, o a Carlos V, pero que nadie me toque el franquismo, eso es pasado. Es un tema en el que la sociedad española tiene problemas, igual que el asunto de la bandera o del himno, en la sociedad del siglo XXI, es un tema resuelto. No tiene ningún sentido crear una letra para un himno nacional porque se nos pasó. Esa es o nuestra desgracia o nuestra ventaja, pero no tiene ningún sentido.

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