ZARAGOZA
“Íbamos pasando a la gente y pensaba que se podía hacer lo que no hicimos”, rememora Martín Arnal (Angües, Huesca, 1921) al recordar su participación en la fallida invasión de España por el maquis a través del valle de Arán y Huesca en el otoño de 1944. ¿Y cuál era ese pensamiento? “Echar a Franco y cambiar el régimen. Pensábamos que era el momento de liberar España, un país que quería vivir y al que no le daban libertad”, explica.
Arnal, que cumplirá 97 años en noviembre, acaba de publicar en Comuniter “Ecos de un lugar cualquiera”, el segundo tomo de su relato vital tras “Memorias de un anarquista de Angüés”, reeditado el año pasado por la misma editorial. En el primero “no escribí todo lo que debía haber escrito sobre lo que he vivido, sobre nuestra lucha”, explica mientras interrumpe la redacción de su tercer volumen, al que se refiere como el “epílogo de un candil que se apaga, pero no una despedida, porque nunca he pensado en morirme aunque todo llega”.
La sublevación militar sorprendió a Martín antes de cumplir los quince años en su pueblo, ubicado en la zona leal a la Segunda República como casi toda la mitad oriental de Aragón. Pese a ser prácticamente un niño, recuerda, “todos más o menos tuvimos que participar”. En su caso, con trabajos manuales antes de ser movilizado en 1938 dentro de un grupo dedicado a construir fortificaciones en los frentes. No llegó a ser alistado. “Soy de la ‘quinta del biberón’ y la batalla del Ebro (julio-noviembre de 1938) me pilló en Catalunya, a donde había llegado tras pasar a Francia. Pero solo fue movilizado el primer reemplazo, el de los nacidos hasta junio, y yo me quedé en puertas pensando que me iban a movilizar”, aunque no llegó a ocurrir.
La retirada y la resistencia contra los nazis
Unos meses después vino la retirada. “Pasé a Francia el 3 de febrero de 1939, como hicimos medio millón de españoles en ocho días”, anota. Allí fue conducido a un campo de concentración cercano a Perpignan, del que “tuve la ocasión de evadirme en un tren que no sabía dónde iba”. Los fugitivos se bajaron en el macizo central, desde donde serían trasladados al campo de Argelès-Sur-Mer tras dar aviso de su presencia el alcalde. Era enero de 1939, y permanecería allí hasta que fue movilizado en un batallón dedicado a construir fortificaciones ante la amenaza del avance alemán.
Ya en 1942, con más de medio país en manos de los nazis, “llegue a lo que llamaban la Francia libre, la del Mariscal Petain, que era más o menos como los alemanes”, para permanecer allí cuatro meses sin documentación hasta que logró acercarse a Toulouse, donde vivían varios familiares.
Allí contactó con la resistencia, “primero pasiva y después, cuando los alemanes se enfadaron con esa Francia que llamaban libre, bélica”. Los inicios consistieron en organizar “grupos de vecinos para evitar que los llevaran a trabajar a Alemania”. Más tarde comenzaron las acciones armadas y Martín se integró en el Grupo XL del Maquis, en el que siguió hasta que la zona fue liberada por los aliados.“Me pareció que había acabado algo –señala-, pero cuando me retiré a casa pensé que la lucha no había terminado porque Franco seguía en España. Entonces pensé que si entraba en los grupos podría acercarme y ser útil”.
Avanzadilla en el Pirineo
Se integró de nuevo en el Maquis, donde fue “uno de los que preparamos la operación del valle de Arán”, donde, cuatro meses después del desembarco de Normandía, y cuando la guerra mundial ya parecía decidida, pretendían instaurar un Gobierno libre que alentara la insurrección contra la dictadura en el resto del país en una ofensiva en la que participaron 4.000 guerrilleros.
Sin embargo, la aventura duró solo cinco días, tras los que, pese a haber tomado más de una docena de pueblos, tuvieron que retirarse. “Era muy fácil entrar pero no salir”, recuerda.
Él, pese a haber participado en los preparativos, no intervino en la entrada. Diez días antes fue enviado con otro grupo de combatientes a la zona del Sobrarbe, en el Pirineo de Huesca, por donde debía penetrar otra fuerza que nunca llegó. “Estuvimos varios días por pueblos como Gistaín, Urdiceto, Serveto y Saravillo” antes de la retirada, tras la que pasó varios meses en los batallones de seguridad del cuartel del Maquis en Oloron-Sainte –Mari, hasta su desmovilización en 1945. “Pensábamos que Franco se balancearía en una de las cuerdas del proceso de Nuremberg. Eso habría liberado a España de los sufrimientos de la posguerra y de los fusilamientos en tiempos de paz”, indica. Pero eso nunca ocurrió. Ni siquiera tuvo visos de poder pasar.
“El silencio mata”
Finalizada la segunda guerra mundial, Martín Arnal se empleó durante tres años en los ferrocarriles antes de dedicarse el resto de su vida a la albañilería, un oficio que le permitió construir su propia casa cuando se estableció en su pueblo en 1976.
Había regresado por primera vez a Huesca en 1968, treinta años después de dejar su tierra, con un pasaporte que le facilitó el consulado. “Vine para ver cómo se habían organizado el robo y los asesinatos: nos quitaron la casa, querían vender nuestras tierras, habían fusilado a nuestros hermanos y no podíamos recuperar nada”, recuerda. No pudo aclarar nada. Un manto de silencio cubría lo ocurrido en esos años.
El miedo que pasaron entonces no se les ha quitado, no lo superan”
Martín volvió varias veces, en viajes de unos días, “pero hasta que no murió Franco no iba con seguridad. No entendía cómo en España seguía lo que había sembrado la dictadura”.“El silencio mata. Nadie sabía nada. El miedo que pasaron entonces no se les ha quitado, no lo superan”, explica el último maquis aragonés, que se ganó la vida como albañil hasta la jubilación. “Pronto no quedará nadie del maquis”, señala. “Es la regla de la vida, pero eso no me hace temblar”, asegura.
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