El Cabanyal está herido. Sus últimas llagas son los solares que han dejado los cinco derribos perpetrados por el ayuntamiento la semana pasada. La violencia de la Policía Local y la Nacional contra los vecinos que intentaron impedirlos ha sumido el barrio en la estupefacción. No es para menos. A finales de diciembre, el Ministerio de Cultura, a instancias del Tribunal Supremo, suspendió el plan por considerarlo un 'expolio del patrimonio' e instó a la rehabilitación de este viejo enclave marinero. Los manifestantes que esgrimieron este argumento acabaron en el hospital o en el calabozo. Formaciones como Compromís o Izquierda Unida ya han demandado el cese del delegado del Gobierno, Ricardo Peralta, por enviar la Policía Nacional a cargar contra ciudadanos que defendían las normas de una administración a la que representa. Esta tarde lo volverán a exigir en Madrid, a las puertas del Ministerio de Cultura.
El clímax vivido en los últimos días también ha puesto de relieve la necesidad de adoptar soluciones urgentes en un barrio al borde del colapso tras más de una década de paralización e incertidumbre. En 1998, el ayuntamiento aprobó el PEPRI (Plan Especial de Protección y Reforma Interior), que incluye la prolongación de la avenida Blasco Ibáñez sobre 600 edificios de un elevado valor histórico. La contestación ciudadana fue inmediata y se articuló en torno a Salvem el Cabanyal, plataforma que aboga por 'una rehabilitación integral del barrio sin destrucción'. Una idea que también defienden los partidos de la oposición y numerosas entidades del ámbito de la protección artística y patrimonial.
Tras 12 años de debate, propuestas, informes y jornadas culturales, se ha generado un plan de rehabilitación no escrito. Un plan minucioso de gran participación ciudadana que se nutre de aportaciones de profesionales de prestigio como Jean Nouvel, Oriol Bohigas, Ramón López de Lucio, Álvaro Siza o Lucien Kroll. Por ejemplo, el portugués Siza apuesta por un barrio habitable, con fachadas de casas tapadas por plantas trepadoras y espacios donde apetezca pasear y no sean sólo un lugar de paso.
En el 2007, Jean Nouvel quedó prendado del Cabanyal. El arquitecto que diseñó la Torre Agbar de Barcelona incluyó el barrio como uno de los puntos fuertes de su proyecto de fachada marítima en Valencia. Nouvel instituyó el puerto y ladesembocadura del río como los ejes centrales. Al norte quedaba El Cabanyal como un museo al aire libre. Una galería de arte repleta de casas maquilladas según la estética del modernismo popular de principios del siglo XX, edificadas donde antiguamente se alzaban las barracas de pescadores.
Para Nouvel resultaba impensable que un ayuntamiento quisiera derruir ese legado y convertirlo en una impersonal avenida. Planteó que la rehabilitación del Cabanyal era necesaria. Y también sencilla. Bastaba aplicar lo que el arquitecto brasileño Jaime Lerner bautizó como 'acupuntura urbana'. Es decir, actuar en puntos estratégicos para sanar una zona en decadencia. Arquitectos como Vicent Gallart o Tato Herrero saben dónde clavar las agujas. 'Primero, acabar con el tráfico de drogas, que degrada el barrio y fuerza el éxodo de los vecinos. Segundo, rehabilitar las casas deterioradas. Tercero, incentivar la actividad económica', opina Gallart.
Tres medidas que reactivarían el riego sanguíneo del barrio. 'El Cabanyal precisa una savia nueva que está a sólo diez minutos', apunta Herrero refiriéndose a la cercanía de la Universidad de Valencia y la Politécnica. De hecho, una hipotética rehabilitación pasaría por dotar al barrio de un marcado perfil universitario. El beneficio sería doble. Por un lado se repoblaría la zona. Por otro, se mitigarían los riesgos de lo que Antonio Font, catedrático de Urbanística de la Universidad Politécnica de Catalunya, definió como 'diseñitis' en unas recientes jornadas sobre el futuro del barrio. 'El Cabanyal no puede transformarse en parque temático del turismo, como pasó con la Barceloneta. Eso supondría una expulsión encubierta de los vecinos fruto, en parte, del encarecimiento del suelo', explica y añade: 'Para que esto no suceda, debe quedar muy clara su identidad'.
Tato Herrero conoce bien la naturaleza de El Cabanyal, 'un barrio que, si no existiera, habría que inventarlo'. Por su pasado histórico, pero también por su ubicación. 'La ciudad lo necesita. Es un filtro que gradúa, diluye la llegada al mar. La dulcifica, sugiere calma. ¿Por qué acabar con él? Además, está urbanizado con sabiduría: muy bien ventilado y soleado', argumenta Herrero, quien asegura que Valencia ya cuenta con avenidas como la de Los Naranjos, del Puerto y de Francia para llegar al mar. 'La de Blasco Ibáñez es una redundancia, un empeño personal de Rita Barberá'.
Además, la avenida acentuaría la degradación de El Cabanyal. Es la tesis que la Academia de Bellas Artes de San Fernando defendió en un informe en febrero. 'Con la prolongación se produciría una auténtica colisión entre la retícula histórica subsistente y la nueva ordenación urbana, de imposible solución', reza el documento. Vicent Gallart suscribe el análisis: 'El plan de la alcaldesa orbita alrededor de la prolongación. La gente llegaría rápido al mar con el coche y no se adentraría en la calles. ¿Quién va a querer montar un comercio allí? La avenida parte, destruye y desprecia El Cabanyal'.
Según Salvem El Cabanyal, existe una razón contundente para defender la rehabilitación: 'Es mucho más barato que destruir y volver a edificar'. Vicente González Móstoles, concejal socialista, afirma que el ayuntamiento gastaría 300 millones 'sólo para expropiar las casas'. Siempre que los vecinos no vayan a los tribunales, 'ya que el PP les ofrece precios irrisorios, muy por debajo de los de mercado'.
Además de las expropiaciones, el consistorio debería construir equipamientos y reurbanizar la zona. ¿Qué coste tendría? El ayuntamiento no da datos. La propuesta socialista ronda los 200 millones y abarca todos los poblados marítimos. 'Cabe todo', explica González Móstoles, 'rehabilitar las casas, construir nuevas y equipamientos'. Una cifra muy similar, 206 millones, la planteó el grupo Compromís en Les Corts a través de un proyecto que también incluye frenar la marginalidad. La rehabilitación, según Compromís, estaría pilotada por un Consejo de Participación Ciudadana ampliamente representado por asociaciones vecinales.
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