Antes de que hubiera un solo invernadero en Almería, las hortalizas sólo eran para el verano. El frío invierno impedía su producción en casi toda Europa. Pero, hace 40 años, se encontró agua subterránea en la zona más árida y con más horas de sol del continente. Aparecieron los primeros invernaderos de mano de unos cuantos aventureros y se inició una expansión explosiva: hoy es la mayor superficie invernada del mundo.
Bajo el plástico hay tanta tecnología como pueda tener un coche alemán. A los hijos de aquellos que hicieron posible el milagro les duele que Alemania les haya señalado. Pero tampoco se pueden revolver con rabia: aquel país es el principal mercado de las hortalizas almerienses.
«Hay que aprovechar el problema», dice José Antonio Lirola
'No nos interesa pelearnos con Alemania, es el que más nos compra', dice José Antonio Lirola, agricultor de 42 años de El Ejido. En efecto, el mercado germano supone un tercio del total de las exportaciones almerienses. 'Hay que aprovechar el problema. Hemos demostrado que nuestra trazabilidad funciona bien, que pueden estar tranquilos con nuestros productos', añade. Lirola pide inteligencia. 'Nada de hacer boicot al Lidl, no son maneras. ¿Te vas a pelear con tu cliente?', sostiene. El sindicato agrario COAG lanzó ese boicot contra las grandes cadenas de alimentación alemanas el pasado miércoles.
Controles de sanidad
Lo que sí tiene claro Lirola es que esta crisis ha mostrado la verdadera situación de los dos extremos de la cadena de las hortalizas. 'Los mercados centrales de Alemania son de vergüenza, están como los almacenes de aquí hace 20 años'. Sin embargo, su invernadero es revisado cada poco tiempo. De cada lote de pimientos, berenjenas o melones se toman muestras para su análisis.
En la pasada campaña, salieron 1,62 millones de toneladas
Cuando echa la mirada atrás para intentar explicar el llamado milagro de Almería, que la alejó del tópico andaluz, pone el ejemplo de su padre. Hace 40 años, lo único verde que había eran unas pocas plantaciones de uva de mesa. La llamaban de barco, porque se exportaba en toneles a Reino Unido. A comienzos de los setenta, aún viviendo de la recolección anual de uva, levantó su primer invernadero.
'Entonces, con una cosecha se podía pagar toda la inversión y ampliar el terreno invernado', explica Lirola. La clave del éxito era sencilla: disponibilidad de tierra abundante y, entonces barata, el agua subterránea que se extraía con pozos como los petrolíferos y la necesidad imperiosa de una vida mejor. Pero lo más importante fue que Almería podía producir toda clase de hortalizas 'cuando nadie tenía', argumenta Lirola.
De hecho, aquí se planta cuando se está cosechando en otras zonas, como Murcia u Holanda, y se recoge cuando ellos no tienen nada que ofrecer: en invierno. El resultado es la proliferación de invernaderos: hay 27.000 hectáreas de superficie invernada. Las exportaciones almerienses suponen el 40% de todas las frutas y hortalizas vendidas por España. Según datos de Aduanas, la pasada campaña salieron de Almería 1,62 millones de toneladas con destino principal a la Unión Europea. En el caso de Lirola, del invernadero en el que está, de 8.000 metros, espera sacar 80.000 kilogramos de berenjenas. En las épocas de plena producción, tiene a 15 personas trabajando. Los hay búlgaros, lituanos, senegaleses, pero la mitad son españoles. Estos últimos vienen rebotados del sector de la construcción y la crisis económica.
En 2007, una partida de pimientos fue rechazada por el alto nivel de residuos
De emigración a inmigración
La población inmigrante en Almería, un 21% del total, supera con creces la media nacional. En localidades como El Ejido o Roquetas de Mar supone un tercio de la población censada, sin contar los inmigrantes irregulares. David Pérez, de 40 años, también es agricultor de segunda generación. Su padre, Manuel, ejemplificaba la primera oleada inmigratoria que vivió Almería. La provincia pasó de ser una fábrica de emigrantes hasta los años sesenta a recibir miles de inmigrantes. Uno de ellos fue el padre de David. Trabajaba en la Opel, en Alemania.
A comienzos de los setenta regresó a su pueblo, Belerda de Guadix (Granada). Pero allí había poco futuro y oyó que en una zona de Almería estaba naciendo una nueva forma de hacer agricultura que, además, daba dinero. 'No sabía nada de cómo sacar adelante un invernadero', recuerda Pérez, que creció yendo al invernadero con su padre. 'Pero como todos los agricultores entonces', aclara. De hecho, era tan nuevo eso de cultivar bajo plástico que se aprendió mediante ensayo y error. Mientras uno podía pagar su casa con una campaña, el vecino de al lado se arruinaba y se quitaba la vida tomando algún plaguicida.
Los plaguicidas fueron sustituidos por insectos que se comen las plagas
Hoy, si alguien se quiere quitar la vida con un veneno lo tiene más difícil. El uso de plaguicidas había entrado en una espiral infernal en los últimos años. Con cada nueva campaña, las plagas se hacían más resistentes y para combatirlos había que redoblar la potencia del plaguicida. Esto llevó a algunos a usar productos prohibidos. En 2007, una partida de pimientos con destino a Alemania fue rechazada por el alto nivel de residuos.
Como ahora con la bacteria, la frontera alemana se cerró para el pimiento almeriense. Pero de la adversidad nació lo que aquí llaman la revolución verde: jubilaron los plaguicidas y los sustituyeron por insectos que se comían a las plagas. Según la Junta de Andalucía, de las 27.000 hectáreas de invernaderos, 20.000 ya no usan plaguicidas y sí bichos para el control biológico. En el pimiento o el melón, el uso de insectos ronda el 100%.
La comercialización
La última apuesta es vender el producto en rodajas o tiras, listo para usar
Otra ha sido la comercialización. En los ochenta, los grandes comerciantes de hortalizas eran murcianos y valencianos. Se acercaban por Almería a comprar unas hortalizas que luego exportaban. Hoy, la provincia andaluza casi dobla la exportación murciana y sextuplica la valenciana. 'Unos cuantos, como mi padre, se plantearon ir más lejos', recuerda Gabriel Barranco, consejero delegado de la alhóndiga La Unión.
El caso del creador de La Unión es un buen ejemplo de la evolución comercial de Almería. Empezaron por llevar las hortalizas hasta Perpiñán, entonces el punto de entrada al mercado europeo. Hoy exportan directamente a toda Europa. En su primer almacén trabajaban 25 mujeres preparando el género, hoy hay 700 empleados. Pero en una semana han tenido que despedir a cien de ellos. Líder mundial de exportación de pepinos, con la 100.000 toneladas exportadas en la presente campaña, La Unión vendía la mitad de sus hortalizas en Alemania, de ahí el duro golpe que se han llevado.
Pero aquí no se quedan quietos. En La Unión trabajan ahora en dos líneas para llegar aún más lejos. En colaboración con científicos del CEBAS, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, están diseñando unos envases que permiten alargar la vida del fruto varios días más. 'Con esto podrías llevarlo en barco hasta Norteamérica, algo que ahora sólo puedes hacer en avión, con el sobrecoste que conlleva', explica Barranco.
Otro destino posible es Rusia, donde uno de los 70 camiones frigoríficos que salen de La Unión cada día, tarda una semana en llegar. La última apuesta es la cuarta gama: vender en rodajas o tiras, ya listo para usar, pimientos, calabacines o tomates. Con esto esperan repetir el éxito que han tenido otros con las lechugas. Para esta modernización están en fase de robotización de la planta, con la introducción de 40 robots. 'Teníamos previsto empezar esta próxima semana, pero con lo de la bacteria hemos tenido que paralizarlo', lamenta Barranco.
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