Madrid
Pablo Yuste ha dedicado más de media vida al trabajo humanitario, desde su puesto de coordinador en la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI), desde donde ayudó en diversas catástrofes en Sudán, Irak, Afganistán, Haití, hasta los tres últimos años, donde ha estado al frente como Jefe de Servicios Bilaterales en el Programa Mundial de Alimentos de la ONU en Yemen. Entre los preparativos de su próximo traslado a Nigeria, ha tenido la amabilidad de concedernos esta entrevista en exclusiva para conmemorar el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria.
Son sus primeras vacaciones de verdad en mucho tiempo, ¿no es así?
Las primeras de verdad, desde julio del 2017. Antes disfrutaba de breves períodos de descanso, una semana cada cuatro semanas, pero el trabajo nunca se detiene de modo que no hay forma de desconectar. Mientras estaba en España tenía que estar pendiente de un camión de suministros detenido por las autoridades, otro parado por una disputa tribal, un convoy al que disparan en una zona, problemas de documentación, etc.
¿En qué consistía su trabajo?
Entre otros cometidos, mi trabajo consistía en suministrar combustible a hospitales y plantas de tratamiento de agua, en colaboración con la OMS y UNICEF. Vivía permanentemente pegado al teléfono, 24 horas al día, especialmente teniendo en cuenta que Yemen es un país nocturno debido al consumo de qat y al calor casi insoportable. En Aden, por ejemplo, ahora hay unos 40 grados de temperatura pero con una humedad muy alta.
La guerra lleva ya 5 largos años, ha causado más de 230.000 muertos y ha devastado el país, sin embargo, apenas se la menciona en las noticias.
Yemen es, quiza, el elefante en la habitación de la política internacional y es extraño que pase tan desapercibido a pesar de la magnitud del conflicto. Nuestro programa alimenta a trece millones de personas en un país de treinta millones donde dos de cada tres personas está en situación de inseguridad alimentaria. Uno de los indicadores más críticos de una hambruna son los niños y en Yemen hay dos millones de niños en situación de desnutrición aguda.
Dicen que es la peor crisis humanitaria provocada por causas humanas de los últimos tiempos. Usted, que tiene experiencia suficiente (en la guerra de Irak, en el maremoto del Índico, en el terremoto de Haití y en diversos conflictos africanos), ¿qué piensa al respecto?
En volumen, sin duda es la mayor crisis hoy día en el mundo y también la peor en la que he trabajado. Pero eso no se puede medir en términos absolutos, no es un problema estadístico. El sufrimiento no sabe de números, se trata de una cuestión personal.
A pesar de los crímenes de guerra y del constante pisoteo de los derechos humanos, ¿por qué la comunidad internacional ha decidido cruzarse de brazos?
Por desgracia, creo que globalmente va aumentando la tolerancia hacia el sufrimiento ajeno. Cada vez es más difícil despertar conciencias, la gente va acolchándose, probablemente por un simple mecanismo de defensa. El dolor ajeno es como una especie de droga y parece que cada vez necesitemos revulsivos más fuertes, cifras de muertos más altas, como si tuviéramos que batir un récord.
La guerra, el hambre, la falta de recursos, el cólera y ahora el coronavirus. ¿Se ha formado en Yemen una tormenta perfecta?
En términos de covid-19, Yemen tiene la tasa de mortalidad más alta del mundo. Por si fuera poco, en junio sufrimos una plaga de langosta: parece una plaga bíblica. A la tormenta perfecta, en el aspecto logístico, hay que sumar unas dificultades de acceso tremendas para el transporte de comida dentro del país.
Hace unos años se alertó que en Yemen podía desatarse la peor hambruna de las últimas décadas. Ese riesgo, ¿sigue presente?
Es importante considerar el término "hambruna" en su sentido técnico. Para los profesionales humanitarios, se considera hambruna una tasa de mortalidad de dos personas diarias de cada diez mil. En Yemen llevamos años a punto de cruzar el límite y cualquier factor puede desencadenar una catástrofe aun mayor.
Por ejemplo, desde hace años, en el puerto de Al Hudayda hay un petrolero llamado Safer que es un peligro medioambiental y que podría provocar una crisis humanitaria en toda la zona. Ahora está empezando a hundirse, y si lo hace del todo, los dos puertos principales de Yemen quedarían inutilizados y se bloquearía la entrada de alimentos al país indefinidamente.
¿Cómo era su día a día allí?
Muy limitado, vivía entre cuatro paredes, porque la seguridad es un problema casi irresoluble. Cada uno de nuestros movimientos tiene que estar coordinado, negociado y aceptado por ambas partes, para que los convoys no sean bombardeados. De la oficina hasta el apartamento, por ejemplo, yo iba en vehículo blindado, y fuera de eso, todo desplazamiento debe ser autorizado desde cuatro o cinco instancias distintas.
Tiene mujer y tres hijos, ¿cómo llevan ellos sus ausencias y cómo la lleva usted?
Mi mujer, Sandra, es la auténtica heroína de esta historia. Aparte de la cantidad de tiempo que he pasado lejos de ellos en estos tres años, durante los últimos cuatro meses ella ha estado sola encerrada con los tres niños, así que imagínate. Mi gratitud hacia ella es infinita.
A pesar de todo, ¿hay esperanza para Yemen?
Creo que, al final, las guerras finalizan cuando las sociedades están exhaustas. Es increíble la capacidad de resistencia del pueblo yemení, pero no creo que haya muchas más reservas. Todo el mundo, en ambos bandos, está harto, harto de ver a su gente sufrir y pasar hambre. El dolor ya es intolerable. Espero y deseo que este horror termine muy pronto.
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