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Actualizado:Ana Juan (Valencia, 1961) es una de las pioneras de la ilustración en España. Ha estampado libros propios y ajenos, atesora más de veinte portadas de la revista The New Yorker y acaba de publicar La revolución en la tienda de animales (Destino), cuya edición original en Estados Unidos peligró por incluir en el título la palabra revolución, algo que cree que le vendría bien a este país.
Premio Nacional de Ilustración en 2010, es tímida pero no ahorra risas ni carcajadas. No le gusta hablar de sí misma porque todo está dicho en su obra, donde ahora ha prescindido del color. Tampoco volverá a tocar el género infantil porque sentía que se estaba engañando a sí misma. Blanco y negro.
Pese a que la tarde es desapacible, acepta responder a unas preguntas antes de participar en una mesa redonda sobre periodismo ilustrado del Hotel Florida, un ciclo de debates organizado por la revista fronterad, dirigida por Alfonso Armada. Cree que el libro tendrá una larga vida como objeto, por supuesto ilustrado, aunque le augura un futuro apocalíptico a la prensa de papel.
¿Cómo va la ilustración de su vida?
Bien, sigo viviendo y disfrutando de ella.
Desde que llegó a Madrid en los ochenta…
Ha habido de todo: grandes proyectos, pero también muchos fracasos y errores.
¿Fracasos?
Muchos más que aciertos, aunque nadie se entera de eso.
Sin embargo, ha quedado el poso del éxito.
Mi vida profesional está basada en grandes errores, que te van haciendo aprender y continuar.
¿Está más satisfecha de su vida personal que de la profesional?
Van a la par. Es difícil discernir una de la otra.
La personal, en cambio, no ha trascendido.
Aunque la prensa se empeñe en hacer de mí un personaje público, simplemente soy una ilustradora. Estaba muy contenta de no aparecer en los medios y de que nadie supiese cómo era. No tengo nada más que contar. Al cabo, lo único que importa es mi trabajo.
¿Ana Juan es en color o en blanco y negro?
Soy más de blanco y negro, aunque al principio no encontraba el modo de expresarme. Más que pintora, me considero dibujante. Cuando me di cuenta, dejé el color y volví a mis inicios con el carbón. Desde los once años, después de clase, iba a la Escuela de Artes y Oficios, hasta que me matriculé en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos.
¿Allí aprendió o desaprendió?
Siempre se aprende. Mi formación es decimonónica. Durante años dibujé hojas de acanto, bustos, el Discóbolo de Mirón…
Antes me refería a cómo es usted como persona.
Quizás en blanco y negro. Con muchos grises y matices, si bien soy demasiado tajante.
¿Es más diurna que nocturna?
Sí. Las noches no están hechas para trabajar, aunque tampoco me las paso de fiesta [risas].
¿En una carrera cuánto pesa el sacrificio y cuánto la creatividad?
Una cosa lleva a la otra. Cuando trabajas, perfeccionas tu lenguaje y cuentas las cosas mejor.
Pero debe haber unos mimbres...
Claro. Una facilidad para dibujar y luego mucha fuerza de voluntad y entusiasmo para convertirla en tu profesión. Yo soy muy inquieta, aunque no sé si es bueno o malo. Todos los días estoy maquinando…
¿Es más pesimista que optimista?
Soy una optimista pesimista. Para disfrutar de tu trabajo, no tengo más remedio que ser optimista.
Triunfar en el extranjero...
Yo no he triunfado en el extranjero [risas].
Le iba a comentar si piensa que debió ser así para obtener el reconocimiento en su país.
He trabajado fuera, aunque eso no puede considerarse un triunfo. Mi proyección no ha ido más allá de The New Yorker.
¿No cree que es un tanto cosmopaleto reivindicarla por sus portadas en esa revista?
Sí, pero eso sucede desde que existe internet, porque antes nadie sabía ni siquiera qué era el New Yorker. Sin embargo, no considero que muchas de ellas sean mis mejores obras.
Dos de sus portadas más famosas corresponden a sendas tragedias: el 11-S y el atentado de 'Charlie Hebdo'.
Es el sentimiento trágico de la vida que tengo [risas]. La directora de arte, Françoise Mouly, publicó el libro Blown Covers con todas las portadas que no llegaron a publicarse. Pues yo tengo el honor de encabezar el capítulo Guerra y desastres [risas]. Cuando pasa algo, tiemblo, porque sé que me van a llamar…
Tenebrosa, expresionista, 'claroscura'...
Tengo cierta sensibilidad para buscar una solución a un momento difícil o comprometido. Del mismo modo que Barry Blitt y otros ilustradores son más hábiles con otros temas.
¿Resulta más fácil ilustrar la soledad y el dolor o la vida y el gozo?
Si lo haces bien, es lo mismo. Dibujas emociones universales, que pueden sentirse en Madrid o en Hawái.
¿Dónde le gustaría vivir?
Aquí.
¿Hay alguna ciudad para crear o basta una mesa y un foco?
Eso depende de ti y de tus ojos, da igual dónde estés. Si no tienes la ambición de buscar o de mirar la vida de una forma personal, no hay nada que hacer. Y, al contrario, puedes recrear un mundo maravilloso sin haber salido de tu casa.
¿Disfruta más dibujando o entre personas?
Todo tiene su momento. Aunque también depende de qué personas, porque hay gente a la que ni me acercaría [carcajadas].
Ha ilustrado las portadas de los libros de Isabel Allende en Plaza & Janés. ¿A qué otro autor o autora elegiría?
Prefiero que los libros me escojan a mí. De hecho, Isabel Allende no figura entre mis escritoras favoritas, pero hay que ser profesional. Tampoco se me habría ocurrido en la vida ilustrar a Stephen King. Sin embargo, te lo proponen, le das dos vueltas y ahí está El hombre del traje negro.
¿Es más sencillo dibujar un nuevo personaje, que puede inventarse, que un clásico?
No hay libro más versionado que Otra vuelta de tuerca, de Henry James, por lo que el reto consiste precisamente en darle otra vuelta de tuerca y hacerlo tuyo. Cada lector tiene una visión diferente de la obra que está leyendo, incluidos los ilustradores, porque nos acompañan nuestras vivencias, nuestra educación, nuestra forma de ser…
¿Una historia necesita la palabra o basta con la imagen?
Amantes, en un principio, estaba pensado para no llevar texto, pero la editorial me pidió que lo añadiese. Cada libro tiene una aventura detrás…
Ha publicado trabajos más arriesgados en editoriales pequeñas porque quizás en las grandes pesa más lo políticamente correcto.
Una editorial pequeña puede publicarte lo que te apetece hacer, mientras que una grande tal vez no lo haría por razones de mercado.
En Estados Unidos, por ejemplo, querían eliminar la palabra revolución del título de 'La revolución en la tienda de animales'.
EEUU es otro mundo... Todas estas señoras que compran libros para las bibliotecas de los estados situados entre la costa este y la oeste consideraron que ese libro no encajaba en sus patrones simplemente por incluir palabra revolución en el título.
Al final se salió con la suya.
Siiií…
¿Ese sí dubitativo significa que no se vendió?
¿¡Acierto o error!? La verdad es que no funcionó, pero qué le vamos a hacer… Seguimos jugando.
No intuye usted revolución alguna allá o acá...
Aquí nos haría buena falta, tal y como está el panorama.
¿Qué le incomoda de la sociedad actual?
Es bastante obvio… Todo lo que está ocurriendo en este país, donde Vox parece que está marcando la agenda, incluida la del Gobierno. Tanto aquí como en el extranjero, la ultraderecha se está extremando cada vez más, por eso me incomoda que haya llegado al poder gracias al apoyo de los conservadores y entrado en el Ayuntamiento de Madrid. Y, por supuesto, también me irrita la tiranía de lo políticamente correcto. No soy nostálgica y vivo el presente, pero echo de menos los años ochenta. ¿Podría existir hoy La bola de cristal? Pues no… En ese sentido, estamos retrocediendo.
¿A qué atribuye esa involución a nivel nacional e internacional?
Vox quiere imponer el pin parental en 2020, cuando las escuelas escandinavas ya impartían clases de educación sexual hace medio siglo. Sin embargo, décadas después en España nos abrimos las carnes. ¿Hacia dónde vamos? Eso es lo que más me aterra... Respecto al auge de la ultraderecha, está criado en el miedo, porque el ser humano busca la seguridad, la reafirmación y, en un mundo globalizado, la distinción frente al otro.
¿Cómo ve este Madrid?
Está perdiendo su cara. Ese Madrid un poco canalla y villano. Todo está demasiado globalizado, estandarizado y unificado. Entras en un hotel de cualquier capital y no sabes ni dónde estás: nada tiene personalidad ni carácter. Es una pena.
¿Le inspira más la pintura, el cine o la música?
Todo. Aunque últimamente no escucho nada. Son etapas...
¿Qué banda sonora amenizaría su vida?
Es muy difícil de escoger, depende del estado de ánimo. Y como hay miles de estados de ánimo, podría haber miles de bandas sonoras.
¿Qué encargo le resulta más difícil abordar?
Si lo quieres hacer bien y darle un toque personal, todos son difíciles. Otra cuestión es solucionar un trabajo, pero si buscas algo más debes esforzarte.
Depende de su grado de exigencia.
Nunca estoy contenta con lo que hago [risas].
¿Cómo trata España a los ilustradores?
Mal. En prensa se pagan facturas ridículas, hasta el punto de que las tarifas son similares o inferiores a las de los ochenta. Eso me hace pensar: ¡antes era rica! [carcajadas].
En Estados Unidos o en Japón…
Hay otra forma de trabajar. Aquí se cobra menos, si bien tienes más libertad. En Estados Unidos te pagan diez veces más, pero desde el primer boceto hasta la obra final estás muy fiscalizada. Me he pasado días enteros mandando propuestas a The New Yorker que no llegaron a ver la luz. Y, cuando te aceptan una idea, la portada no es tuya hasta que la revista ha entrado en la rotativa. Demasiadas lecciones de humildad...
¿De qué se siente más orgullosa?
De nada en especial. Unas cosas llevan a otras y no se pueden comparar. Lo mejor que he hecho en mi vida ha sido seguir adelante y arriesgarme un poco.
¿Prefiere escribir e ilustrar un libro propio para niños, jóvenes o adultos?
Un libro para todos. En todo caso, no volveré a publicar un libro infantil.
¿Y si le encargan ilustrar el de otra persona?
No, porque un día te das cuenta de que te estás engañando a ti misma y... Es un trabajo que puedo solucionar fácilmente, pero no me siento a gusto. Son pequeñas formas de encaminarme hacia el suicidio profesional [carcajadas].
Usted era tímida, ¿no?
Sí, ¿por qué? [carcajadas]
Ha expuesto aquí y en el extranjero, aunque huye de los focos.
Nadie necesita conocerme. Es más, hasta hace poco nadie sabía cómo era mi cara.
Al menos estará orgullosa del Premio Nacional de Ilustración que recibió en 2010.
Se lo agradezco a mis compañeros, pero no lo busqué ni cambió mi vida. Bueno, al menos sirve para que te escriban un bonito obituario cuando te mueras.
Siempre ha estado ahí y pese a haber tenido éxito...
El éxito es poder vivir de tu trabajo. ¿Te parece poco?
Le iba a preguntar si las mujeres ilustradoras lo han tenido más difícil.
Yo no. Quizás llegué en el momento justo al lugar indicado y aproveché todas las oportunidades. Siempre he estado rodeada de hombres y nunca he tenido ningún problema. Es más, los compañeros me han valorado y ayudado. No tengo nada que decir en contra.
Pero cuando empezó había más hombres que mujeres.
Sí. Al principio yo era la chica de Madriz, porque en la revista no había otra. Con el tiempo fueron apareciendo más, algo normal debido a la incorporación de la mujer al mundo laboral. No obstante, entonces las ilustradoras se dedicaban al libro infantil.
¿Se imagina un futuro en el que sus libros sólo se publiquen en edición digital?
No, porque el único reducto que le queda físicamente es el libro ilustrado o el libro objeto.
¿Y cuál cree que es el futuro de un periódico o revista en papel?
El periódico de papel no tiene futuro. A mí me gusta más y lo leo con otra actitud. Antes le echabas un ojo a la edición dominical durante toda la semana, disfrutando los artículos poco a poco. Pero es un signo de los tiempos: todo va demasiado deprisa.
¿Volvería cuarenta años atrás, cuando llegó a Madrid?
No, no, no… Mis tiempos son estos.
¿Y con lo aprendido?
Bueeeno… [carcajadas].
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