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La cineasta alemana lleva al cine la novela autobiográfica de Judith Kerr, historia del exilio de una familia judía en 1933 huyendo del nazismo. El año que dejamos de jugar, una película con vocación de llegar a jóvenes y niños, se aleja del discurso del miedo y el odio.
"Algunos salían corriendo del aula, muchos vomitaban". La cineasta Caroline Link se refiere a sus compañeros de colegio cuando en su adolescencia les enseñaban en la escuela las películas documentales sobre los campos de concentración del nazismo. Eran jóvenes que sí sabían lo que había ocurrido en su país, aunque nunca les habían revelado la barbarie con esa crudeza. De hecho, a sus diez años todos habían leído, porque es lectura obligatoria en los colegios germanos, Cuando Hitler robó el conejo rosa, la novela autobiográfica de Judith Kerr, relato sobre el nazismo narrado por una niña.
Ahora, Carolin Link firma la adaptación del libro en el cine, con la pequeña Riva Krymalowski en el papel principal y con Oliver Masucci, interpretando a su padre, el crítico Alfred Kerr. Éste, un escritor poderoso que podía destruir un montaje teatral o la carrera de cualquier actor y que irritó y se enfrentó a intelectuales como Thomas Mann o Bertolt Brecht, huyó de Alemania poco antes de que los nazis ganaran las elecciones de 1933. Toda su familia le acompañó al exilio. Y esa es la historia que Judith Kerr contó en su libro y ahora llega al cine.
La niña, que en la ficción se llama Anna, tiene nueve años cuando comienza el viaje, un éxodo triste en el que debe aprender a despedirse de sus juguetes, de su casa, sus amigos, sus compañeros... y en el que tendrá que repetir ese rito con cada nueva partida a un nuevo país. Es una mirada, sin embargo, llena de la esperanza de la infancia, que desprecia cualquier discurso de odio y, sobre todo, que demuestra que a un niño se le puede contar hasta el más siniestro de los relatos al mismo tiempo que se le enseña que nunca hay que tener miedo.
Leyó el libro en su infancia, ¿recuerda qué sintió?
Judith Kerr escribió el libro en 1971, en 1974 se tradujo al inglés. Yo lo leí cuando tenía diez años, en la escuela era una lectura obligatoria. El recuerdo que tengo de entonces es que no me dio miedo, que era un libro importante que me produjo una intensa emoción, pero no daba miedo y no era cruel ni brutal.
En una encuesta que difundió la CNN hace dos años, uno de cada tres jóvenes europeos no sabía que era el Holocausto...
...en Alemania no creo que eso sea válido, todos los niños en la escuela estudian lo que sucedió en los campos de concentración cuando tienen 15-16 años. Aunque ahora se aprecia un cambio de actitud porque muchos alemanes no quieren oír hablar más de ello.
¿Usted también lo estudió a esa edad?
Sí. Vimos muchos documentales en blanco y negro, las películas que habían grabado los rusos y los americanos que mostraban los montones de cadáveres. Me acuerdo que algunos salían corriendo del aula, muchos vomitaban. A mí me impresionaron muchísimo, para siempre.
Para los niños y jóvenes alemanes y para los europeos que no conocen la Historia, ¿es importante hacer películas como la suya?
Creo que es muy importante, siempre es importante hacer películas sobre el Holocausto y el nazismo. Y, en concreto, para los niños y los jóvenes no hay muchas películas sobre ello. Yo hice ya en 2001 En un lugar de África, sobre los judíos que huyeron de la Alemania nazi, que estaba basada en la novela autobiográfica de Stefanie Zwieg. Pero ahora la historia desde la perspectiva de esta niña creo que es única.
Usted cuenta la historia sin subrayar la crueldad o el odio, ¿cree que el mundo hoy está educando a los niños en el lenguaje del odio?
La cultura de la comunicación ha cambiado, los padres y los profesores deben respetar las reglas de la comunicación, las normas de la democracia. Por supuesto, me preocupa mucho la tendencia nada tolerante de muchísimos medios de comunicación y de la sociedad en general. Hoy, los que piensan una cosa no hablan con los que tienen ideas opuestas. La gente solo lee artículos que respaldan sus opiniones y eso es muy malo. Y las redes sociales fomentan las brechas, la brecha entre ricos y pobres, entre Alemania Occidental y Oriental, entre progresistas y conservadores...
¿Cómo explicó a Riva Krymalowski, la niña protagonista, la historia?
Riva es de una familia judía y su familia no le había hablado nunca de la historia de Alemania porque es muy pequeña, pero ella sabía que hubo un tiempo muy muy oscuro. Lleva la historia en sus genes y cuando le conté la historia y le expliqué el guion, vi que significaba mucho para ella.
¿Y llevó bien el rodaje, no le afectó?
Cuando rodamos la escena en París en que un amigo de la familia les cuenta lo que está pasando en Alemania, ella se puso a llorar, aunque yo no le dije que tenía que llorar. Cuando le pregunté por qué lloraba, me dijo: "Es que es tristísimo".
¿'El año que dejamos de jugar' es un modelo de cómo contar la historia a los niños?
Sí, creo que lo es. También, es importante tener ciertas ideas claras. Yo no he hecho una película sobre política, sino sobre personas, sobre niños y sus familias. Me gusta estar con niños, siempre he estado cerca de ellos, la comunicación con ellos es natural y fácil. Los niños no miran atrás, miran siempre hacia lo nuevo. Los niños son todavía capaces de ver lo bueno que tiene el futuro, lo bueno de lo que es nuevo. Tienen más futuro que pasado. En Alemania muchos niños han visto la película.
Nosotras ya no somos niñas y miramos el pasado ¿le da miedo el resurgimiento del fascismo y del nazismo que se está produciendo en el mundo?
Me da mucho miedo el nazismo, el neonazismo, y la intolerancia. Y los políticos hoy ofrecen soluciones fáciles a problemas muy graves. Están muy limitados. Da miedo que la gente no tenga la información verdadera, real, inteligente, que solo tenga el discurso populista. Hoy ¡hay tanta gente que no lee la prensa! justo cuando estamos viviendo un ataque a la democracia.
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