Berlín
Junto a la icónica torre de la televisión de Berlín, Hans espera sentado en su bici-taxi a posibles clientes. “Mira qué buen día hace, hoy ganaré bien”, dice el joven de 29 años. Su sueldo depende en gran parte del clima, pues es autónomo y no tiene ningún tipo de ingreso fijo. “Es muy complicado saber cuánto ganamos porque cambia mucho de un día para otro, pero yo creo que en general está alrededor del salario medio”, explica antes de preguntar a una pareja de turistas si quieren un paseo por el centro de la ciudad. A pocos metros de distancia, Elisabeth trata de vender llaveros e imanes en una tienda de souvenirs. “Yo estoy aquí contratada con un minijob de 450 euros, pero es suficiente porque mi marido tiene un buen trabajo”. La industria turística de la capital alemana, uno de los pocos motores económicos de Berlín, está plagada de casos similares.
No parece que Hans y Elisabeth formen parte del 10% más rico de Alemania, que posee el 60% de la riqueza de todo el país. Diversos estudios, como uno de la OCDE, respaldan esta estimación, y eso a pesar de lo difícil que resulta medir la concentración de bienes en Alemania, donde los súper ricos tienden a ser más reservados sobre sus fortunas que sus pudientes homólogos europeos. Aun así, se estima que 1,2 millones de millonarios viven en Alemania, alrededor de un 1,4% de toda la población.
Alemania es, de hecho, uno de los países europeos con mayor brecha entre ricos y pobres. Junto a Austria, la locomotora de Europa tiene el porcentaje más alto de la UE en el coeficiente de Gini, el índice que mide la desigualdad económica de un país. Asimismo, según un informe del DIW (Instituto Alemán para la Investigación Económica) del año 2015, solo el uno por ciento de la población acumula un tercio del patrimonio total del país.
En cambio, el 50% más pobre, según los cálculos del DIW, apenas posee el 2,5% de la riqueza total. Del Banco Central Europeo se desprende otro dato significativo: la mitad de los hogares alemanes solo dispone de cero a 60.000 euros.
Estos no son los únicos indicadores que apuntan a la creciente desigualdad de Alemania. Su economía es la que más creció en 2016 entre los países del G7, los más industrializados del mundo. Y este año siguen las buenas noticias macroeconómicas: el PIB creció en el tercer cuarto de 2017 un 0,8% y en octubre se alcanzó un nuevo récord de empleo al situarse la tasa de paro en el 5,4%, la más baja desde la unificación de las dos Alemanias en 1990. Y sin embargo, la pobreza infantil no deja de aumentar.
Según un estudio recientemente publicado por la Fundación Bertelsmann, el 21% de los niños alemanes viven en una situación de pobreza permanente. "Alemania es un país rico que en los últimos años ha experimentado un crecimiento económico. Pero está claro que muchos niños y muchas familias no se han beneficiado de ello”, explicaba Anette Stein, de la fundación, a la cadena estatal Deutsche Welle.
Es importante señalar que el estudio define como familias pobres a aquellas que reciben ayudas del Estado o cuyos ingresos representan el 60% o menos de la media en Alemania. Es a estos detalles a los que apuntan los investigadores que defienden la Agenda 2010, aquel programa de reformas económicas instaurado por el socialdemócrata Gerhard Schröder y continuado por la conservadora Angela Merkel, que supuso la aparición y multiplicación de minijobs y autónomos precarios.
“El debate sobre la desigualdad en Alemania es exagerado”, responde a Público Clemens Fuest, presidente del Instituto IFO, un centro de investigaciones económicas con sede en Múnich. “Si te fijas en la renta disponible, es decir, en los ingresos tras quitarle los impuestos y los pagos, la desigualdad en Alemania es menor que todo el resto de países del G7. Y añado otra cifra: en los últimos diez años no ha cambiado la renta disponible del 25% más pobre de la población”.
Las cifras abundan. Algunas siguen el camino señalado por Fuest, como las de las encuestas que indican que la sensación de satisfacción por las condiciones generales de la vida ha aumentado durante los últimos diez años. Otras, sin embargo, describen un panorama completamente diferente.
Vivienda precaria, trabajo precario
Hace apenas unos días, la organización BAG Wohnungslosenhilfe anunciaba que el año pasado terminó con 860.000 personas sin vivienda, es decir, un 150% más que en 2014. Casi un millón de personas sin vivienda fija, es decir, que carecen de residencia permanente y que duermen en alojamientos temporales. Según la asociación, 440.000 de estas son refugiados. Y las perspectivas no son halagüeñas, pues desde BAG Wohnungslosenhilfe estiman que en 2018 la cifra total habrá aumentado hasta los 1,2 millones.
Y la misma inestabilidad se replica en el ámbito laboral. La extrema flexibilización del mercado laboral promovida desde principios del siglo XXI ya se ha traducido en la creación de más de 7,5 millones de minijobs, que ya representan el 19% de los empleos asalariados. Estos son trabajos por el que se puede recibir un máximo de 450 euros, exentos de impuestos y cotizaciones. Trabajos, por tanto, que no pueden superar las 50 horas mensuales, pues se tienen que ajustar al salario mínimo interprofesional: 8,84 euros por hora. Además, un minijob también da derecho a bajas por enfermedad y a vacaciones pagadas, aunque en la práctica en la mayoría de casos no se aplica. En 2016, solo el 44% de los conocidos como ‘minijobbers’ cobraron estando de vacaciones.
La idea original de estos empleos a tiempo más que parcial era facilitar la entrada al mundo laboral de parados de larga duración, acabar con el trabajo en negro y facilitar la conciliación para los estudiantes que tengan que ganarse un dinero. Pero la realidad es que para muchos alemanes los minijobs son la principal fuente de financiación. De ahí que en el pasado mes de marzo se registraran hasta 3,2 millones de personas pluriempleadas.
Asimismo, quienes recurren a estos trabajos son los ciudadanos más vulnerables laboralmente, es decir, las mujeres. Sobre todo en los Estados federados del oeste, más ricos que los del este (los que conformaban la antigua y soviética República Democrática), mayor cantidad de mujeres se ven atrapadas en la espiral de minijobs sin poder acceder a un empleo estable y con mejores condiciones, como desveló una información de Correctiv, un colectivo de periodistas de investigación.
Pensiones insuficientes
No obstante, los trabajadores precarios no solo provienen de los famosos minijobs. Menos conocido es el caso de los “Solo-Selbständige”, es decir, autónomos que no tienen ningún tipo de contrato a tiempo parcial o de mínimos con una empresa. Hay 2,3 millones en Alemania, y su media de ingresos les coloca por debajo del salario mínimo. Más de 100.000 de ellos, incluso, tienen que recurrir a las ayudas del Estado (conocidas como Hartz IV) para poder completar unos ingresos suficientes para costearse los gastos diarios.
Muchos autónomos, ante esta baja cantidad de ingresos, prefiere prescindir de cotizar para su jubilación, por lo que las posibilidades de acabar la vida laboral con una pensión mínima se disparan. Lo mismo ocurre con las personas que enlazan minijob tras minijob. Un estudio del pasado mes de junio del Centro para la Investigación Económica Europea (ZEW) concluye que el 16% de los mayores de 67 años se encuentra en riesgo de pobreza, una cifra que para el 2036 se estima que se expanda hasta el 20,2%.
De hecho, la inseguridad de los ancianos alemanes ya se puede apreciar en que casi un millón de pensionistas tenga que completar sus ingresos con un minijob. Por las calles de Berlín no es extraño ver ancianos rebuscando entre la basura para sacarse unos pocos euros devolviendo botellas de cristal y plástico. A Hans, a punto de cumplir los 30, no le importa no cotizar. “De la pensión ya me preocuparé cuando sea mayor”, dice poco antes de ponerse a pedalear.
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