El despreciado entrenador obsoleto. El considerado, despectivamente, como un simple alineador heredero de la flor de Muñoz y del 'salgan y jueguen' de Molowny. El bizcochón que debió dar por concluido uno de los ciclos más brillantes de la historia del Real Madrid porque no era moderno; no se ajustaba, y él no tragaba, con la virginal, pija e inmaculada imagen corporativa que pretende imprimir al club Florentino Pérez. El bigotudo al que, sólo unas semanas antes de darle un puntapié caprichoso y desagradecido, le regalaron los oídos aireando que sería el Ferguson del Bernabéu. El hombre que emigró a Turquía con la sospecha de que su ex presidente le había cerrado varias puertas de clubes españoles, resulta que se ha proclamado campeón del mundo.
Del Bosque ha forjado su victoria personal desde su derrota inicial. Antes de que España diera su primera patada al balón en este Mundial, en torno a su figura se amontonaban todas las condiciones que lo convertían en un gran perdedor de antemano. Había heredado un equipo campeón y todo lo que no fuera regresar con el mismo rango sería tildado de fracaso. En esa tesitura hubiera sido el principal señalado porque los jugadores conservaban intacto el crédito ganado en Viena dos años antes. Para colmo, su predecesor, destripaba con lupa y altavoz público cada una de sus decisiones tácticas.
Antes de intentar cruzar la orilla, Del Bosque ya encarnaba el papel del ahogado. Ha tenido que aplicar el recurso más aconsejable en medio de tantas corrientes fuertes que fluían en su contra: mantener la calma. No le ha sido difícil porque esa siempre ha sido su gran arma para vencer la dificultad. Su día a día siempre nace en un análisis concienzudo de la realidad y a partir de ahí relativiza tanto el elogio como la crítica, el fútbol como las cuestiones cotidianas que pueden afectar a un grupo humano. Cree en su lógica, aunque no piense que sea la mejor. Y desde que esa lógica no gobierna en el Bernabéu, el Real Madrid gana poco y su modelo no brilla más allá de la púrpura de la mercadotecnia.
Siete años después, alguien en Concha Espina debería pensar que el Renacimiento se inspiró en el mundo clásico. Que no era otra cosa que aplicar la lógica. No despreciarla.
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