La estética le roba madurez en Suráfrica. Pelo corto a lo Atleti. El corte de los goles perennes ante el Barça. El look que empezó a predicar el apodo: El Niño. El hombre de la carrera hacia la leyenda ante Lahm. El punto de partida del gol sublime frente a Lehman. Después llegó el éxtasis. La Eurocopa. La gloria convertida ya en efeméride.
Tal día como este martes cumplió dos años. Y Torres quiso reencontrarse con el gol. La obligación que le señala su espalda. El 9. El número que delata la identidad de un killer. Levantarse pensando en gol. Comer pensando en gol. Descansar pensando en gol. Vivir pensando en gol. El estado que exterioriza Villa en el Mundial. 'Tiene el gol en la cabeza', asegura Torres. Reflexivo, pero no agobiado ante el cero.
Para Torres, el gol es un asunto de espacios. Porque es más trabajador que pillo. Más sensible a lo físico que al olfato. Más de pico y pala ante las defensas. Más de sufrimiento, como su Atleti. Más de llegada desde la lejanía. Como en la final ante Alemania. Un gol que podría haber firmado Van Basten. Su ídolo. El delantero del que aprendió muchos tics hartándose de ver vídeos del holandés en el salón de su casa.
En realidad, Torres debutó ayer en el Mundial. El estrago causado por Suiza le convirtió en protagonista cuando los plazos sólo exigían ir recogiendo sensaciones ante Honduras y Chile. Tres partidos de pobres números. Sin gol, el único baremo para un delantero. Dos remates a puerta, cinco fuera, uno de ellos a balón parado. Una jugada en el área. Siete remates tras jugada colectiva. Tan solo uno tras jugada individual, la gran señal de que aterrizó en Suráfrica faltó de cocción física. 'Dos meses es poco tiempo, tras una lesión, para estar al máximo nivel en dos partidos. Lo bueno es que cada vez siento más rapidez y confianza en mis movimientos', asumía el lunes Torres.
En ningún caso, sus labios emitieron una excusa. 'Las excusas son de perdedores', incidía Fernando en este diario. Simplemente, una explicación en alto de lo que siente. Un delantero en el último tramo de la rehabilitación: la llegada del gol. El mismo fin que Messi, otro ilustre, aún anda en ello en Suráfrica. El premio que Torres dejó huérfano en Austria. Sólo un tanto. El del Ernst Happel ante Alemania. Un gol cargado de pasado con crédito.
El mismo que exploró, ante la portería de Eduardo, al poco de finalizar los himnos. Un derechazo, en parábola, entre dos defensas, escorado a la izquierda, entonó la primera ocasión. Su producción se fundió, sin embargo, al cuarto de hora. Ahí quedaron sus dos únicos remates del encuentro. Cayó a la banda para resarcirse de la telaraña defensiva portuguesa. Lo hizo en busca de espacios, intentando, sin éxito, ganarle la espalda a Coentrao.
Pero el balón le salió ayer revoltoso. Más vivo que sus piernas. Se marchó con mucha brega pero sin repetir el gesto de la efeméride. Un gol con otra estética. Media melena. El corte del Liverpool. El cromo de The Kid. La traducción madura de El Niño.
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