La tarde de cuchillos largos se convirtió en poco más que un domingo de nervios. Las victorias aplazan los debates, aunque la temporada del Sevilla es un coloquio sin fin. Después de la catastrófica eliminación ante el Athletic, los de Jiménez atraparon un triunfo balsámico ante un Almería que sólo asomó la patita cuando ya tenía el partido a contramano.
Un equipo que gana sin espectáculo, con la clasificación para la Champions cerca del bolsillo; ante una plantilla que fracasó en los dos partidos en los que no había margen para el error. Dos sabores para una misma temporada. El entrenador del Sevilla no huye del alambre; un domingo aparenta un paso seguro y a los tres días da impresión de perder el equilibrio.
Más allá de planteamientos, hay una virtud inalterable en el Sevilla: mantiene a futbolistas que más allá de estilos y tendencias son capaces de resolver partidos por propia iniciativa. El lujo ha dado paso a la practicidad; dos métodos para un mismo objetivo. Hace dos años, la plantilla que luchó por la liga hasta el último día sumaba los mismos puntos en la jornada 26 que este equipo. Misma cosecha, distinto gusto.
El Almería, que podía inflar más las narices, fue un aliado en el primer tiempo. Intentó hacer el partido largo para sacar provecho del cansancio del rival. Mostró su cara más candidez ante un equipo que llegaba con el amor propio herido. Sin tiempo a cogerle el truco al encuentro, Romaric perfiló un gran centro para Kanouté; Pellerano midió mal el salto y el malí resolvió con toda la tranquilidad del mundo ante Alves.
El dibujo del Sevilla era extraño. Jiménez cambió la posición de algunas figuras del belén. Acumuló a gente en el centro e inclinó hacia la izquierda a Romaric. Perotti se movió de un lado a otro del campo en busca de su sitio pero no encontró acomodo hasta la segunda parte. El partido fue un atasco en los primeros 45 minutos. Panorama nublado sin que nadie fuera capaz de abrir el campo.
El ritmo también fue de los más perezoso. Los almerienses fueron incapaces de tirar a puerta. Negredo, Uche y Crusat andaban extraviados. No había continuidad en el juego de los de Hugo Sánchez. Tanto chile que destilaba el juego del mexicano y tan poca pimienta que mostró su equipo en el arranque.
Todo cambió en el segundo tiempo. El Almería sacó brillo a sus hombres de arriba. Cambió la piel y mudó a una fiera más salvaje. La velocidad de Crusat empezó a crear problemas. El Sevilla, ahora sí, con dos bandas bien señaladas recuperó profundidad. Uche se encontró con un mano espléndida de Palop, mientras que Renato falló a puerta vacía. El partido, al fin, tuvo algo de taquicardia.
Renato aprovechó un buen centro de Kanouté para poner más distancia. Negredo, sin tener su mejor tarde, recortó distancias de penalti. El Sevilla perdió peso en el centro del campo con la marcha de Romaric. Fue el momento en el que los rojiblancos enseñaron las uñas y en el que el Sevilla pudo matar a la contra. Nada más se movió. El Almería se presentó demasiado tarde.
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