Al calor de la clasificación para la Liga de Campeones, Miguel Ángel Gil Marín, consejero delegado, y Enrique Cerezo, presidente, se juntaron el pasado lunes en la Cadena Ser para vender un ambiente idílico y sincronizado en el gobierno del Atlético. Lejos de aceptar esa visión bondadosa, el tercer accionista y vicepresidente del área económica, Fernando García Abasolo, entiende que, en vez de regalarse flores, ha llegado la hora de iniciar un debate interno sobre la política deportiva. Y denuncia un problema muy comentado de puertas hacia fuera que hasta ahora nadie se había atrevido a denunciar desde dentro: el mal del Atlético es que nadie sabe quién es el jefe.
¿En qué consiste la reflexión interna que propone?
Hacer un debate interno, de reflexión y de autocrítica. Desde la tranquilidad de alcanzar uno de los tres objetivos marcados, es el momento de aceptar que desde el ascenso hemos invertido 250 millones de euros y el mejor resultado ha sido un cuarto puesto. En otras áreas, las responsabilidades están más definidas y repartidas. Pero en la deportiva no es así. Se puede seguir un proyecto de dirección deportiva o un proyecto presidencial. No sé cuál es mejor. El problema del Atlético es que no tiene modelo. No hay un proyecto único consensuado y coherente. Y relacionado con esto, el nivel de exigencia que los gestores trasladan al cuerpo técnico y los jugadores es bajo.
Pues Gil Marín dice que todo lo decide en consenso.
Miguel Ángel tuvo el coraje de transformar el club en un momento delicado y en muchas cosas le dio resultados. Pero en la gestión deportiva no ha funcionado. Y no porque alguien tome o no las decisiones consensuadas. Es que no hay una persona que tome las decisiones deportivas.
¿La continuidad de Aguirre se decidió por consenso?
Es un caso de renovación automática. Si hubo debate, por lo menos yo no intervine. Si se plantea, daré mi opinión. Me gustaría conocer de primera mano su visión sobre cómo corregir las carencias del equipo.
Vaya lío: dentro del club no quieren que siga Aguirre, Gil Marín anuncia que sigue por consenso y usted niega ese presunto consenso.
Hace un año, lo hubo. Pero en éste no se ha producido aún. Cuesta entender el esquema de decisiones del Atlético. No tenemos un proyecto deportivo único. Y un factor nos complica más: que ni siquiera existe un presidente único. Hay un presidente y un consejero delegado, además máximo accionista. Los proyectos deportivos no son de ninguno. Quizás Miguel Ángel tiene más peso, pero hay parte del director deportivo, parte del presidente, incluso parte del entrenador. Y lo que ocurre al final es que se contratan jugadores que no se tienen que contratar y no se contratan otros que se tienen que contratar. Y al final, cada vez fichas a ocho y echas a ocho. O sea, una revolución al año. Drámatico.
¿Y qué solución propone?
La primera condición para resolver un problema es asumir que se tiene. Y aquí no pasa. El Atlético no es consciente de su problema. Y de ahí viene todo lo demás. Podemos dejar al director deportivo que gestione con el entrenador, los jugadores y los representantes. O que el presidente o el consejero delegado, que uno dé un paso adelante y el otro uno atrás. Los sistemas mixtos no funcionan. Y menos los triples.
¿No se ha atrevido a decirlo o no le hacen caso?
Lo he hecho más de una vez internamente y frontalmente.
¿Y cuál fue la respuesta?
Que el modelo funciona.
¿Si Aguirre continúa en el club, habría que prescindir de García Pitarch?
No es un problema de personas, es de modelo.
Pero la continuidad de Aguirre ilustra el caos.
Es un ejemplo porque es de ahora. Su semblante tras ganar al Depor tiene que ver con lo que hablamos. Si percibe que ha estado cuestionado por personas significativas, que no hay unanimidad con respecto a él, si realmente no sabe quién es su jefe... El problema es cuando no se sabe quién es el jefe. Y Aguirre no sabe si es el presidente, el consejero delegado o el director deportivo.
¿Nota euforia en vez de autocrítica?
Tampoco. Pero sí advierto cierto conformismo. Se dan como inevitables los resultados de los últimos años, por el trauma de la Segunda. Pero ese trauma puede durar un año o dos. No cinco. Si se sigue invirtiendo, hay que exigir que el resultado sea acorde. Hemos tenido peores resultados que otros que han invertido menos. La temporada ha sido de cinco. Un aprobado. No es brillante, ni siquiera notable. Nos han eliminado muy pronto en Copa y en UEFA y no hemos entrado claramente y sin sufrimiento en Champions. Si no hubiéramos invertido nada, sería un éxito. Pero para que no tardemos otros cuatro años en lograr otro cuarto puesto tenemos que cambiar cosas fundamentales de la gestión deportiva. Ésa es la reflexión.
En el Atlético ha desaparecido la exigencia.
Sí, y tiene que ver con ese esquema difuso de poder. Un futbolista tiene que entender que el Atlético tiene un nivel de exigencia y de inversión altísimo, y que sus sueldos tienen que ver con ese nivel. Y lo tiene que entender desde el primer día que entra en el club. Pero en el Atlético hay una suma de pequeños detalles que hacen pensar al profesional que está por encima del club. Si un jugador pega a un aficionado y no pasa nada... Si un jugador incumple compromisos con patrocinadores y no pasa nada... Si un jugador incumple compromisos con la masa social y no pasa nada... El jugador acaba pensando que está por encima del club. Si el club ve que hay un problema táctico en el funcionamiento del equipo y no exige al cuerpo técnico y los jugadores mayor esfuerzo y dedicación, les confunde. En un club de la exigencia mediática, histórica y económica del Atlético hay que trabajar mucho desde el primer día. Y eso no lo hemos hecho.Se ha pasado de los insultos de la era Gil a la palmadita en la espalda.No estaba de acuerdo con la política de Gil. Pero hay un término medio. No había que pasar al extremo de la palmadita en la espalda. Si no marcas un nivel de exigencia fuerte desde el primer día, luego te despeñas. Y eso tiene que ver menos con el nombre del entrenador que con el nivel de exigencia que impone la sociedad. El respaldo del club a Aguirre en el despido a Maniche fue un ejemplo bueno. Quizás empeora la plantilla, pero refuerza el grupo y al entrenador.
Que un presidente se vea obligado a retirar sus quejas públicas a los jugadores no refuerza.
Hay muchos casos. Pero el mal es de fondo. No hay un esquema claro de poder.
¿Es optimista?
Estamos en mayo. Nos queda el debate del entrenador, si es que sale. Tenemos tres meses para cambiar la estructura de funcionamiento de la parte deportiva. Si hacemos un análisis con buena voluntad, claro que tiene solución.
¿Si el club sigue igual y no le hacen caso, se irá?
Como accionista significativo tengo que ayudar a que el club solucione sus problemas de funcionamiento. Si no, probablemente tendría que irme. Pero aún confío.
Pero si el ambiente es de ir a Neptuno...
No hay tal ambiente. Hay tranquilidad, no entusiasmo. Y así es mejor tomar decisiones que desde la crispación. Es poner los problemas encima de la mesa, sincerarnos y lograr que alguien dé un paso adelante y otro, un paso atrás. El modelo no es malo intrínsecamente. Sólo puede funcionar si están claras las responsabilidades. Si no queremos trabajar con un modelo de director deportivo, suprimamos al director deportivo. Y si queremos ese modelo, dejémosle trabajar. La política puede recaer en el consejero ‘o’ en el presidente, pero no ‘y’. Porque así nadie se identifica con el proyecto y a nadie se le puede pedir responsabilidades.
¿Y usted quién cree que debe dar un paso adelante?
Miguel Ángel. Salvo que él decidiera que no quiere gestionar y delegara.
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