'Cuando me adelantaste en la salida, estabas pisando la hierba, ¿no', le preguntó un locuaz Vettel en la antesala del podio. 'Sí', respondió con desgana y media sonrisa Alonso, mientras se secaba con una toalla la melena empapada por el sudor. 'Tu velocidad máxima era muy buena', le elogió el siempre elegante Button, en un intento de romper el hielo segundos antes de la ceremonia suprema de entrega de premios. 'Sí', contestó de nuevo forzado el español. Recién certificada la octava victoria de Vettel y encaramado a duras penas en el últimopeldaño del cajón, Alonso no estaba para bromas. Él y su equipo, Ferrari, lo venden comoun éxito, pero ni él ni su equipo son ajenos a lo que significa verse aplastados carrera tras carrera por un joven alemán y un bólido que ya ha inscrito en el glorioso libro de la F1 el estrambótico nombre de una popular bebida energética.
En el imperio de la apariencia, el asturiano y Ferrari disimulan. Exhiben resignada satisfacción y, a cuentagotas, ya encelan a sus millones de aficionados con el bólido que, dicen, el año próximo les permitirá plantarle cara a Red Bull. Y, mientras, Alonso se dedica a exhibiciones de salón. A ejecutar una salida prodigiosa y a aguantar.
Plantado en la cuarta posición de la parrilla y bajo cientos de miles de ojos ferraristas que acudieron a Monza, el hogar de la Scuderia, el español engulló 400 metros de recta a pistón abierto. Pisó el acelerador, acarició el muro con el costado derecho de su bólido y dibujó en paralelo un trío suicida y morboso con Vettel y Hamilton. Sin tregua, aplastó el pedal hasta clavárselo en el pie, segó la hierba adyacente al asfalto y, tras una frenada al límite, se plantó en la primera curva con el horizonte despejado. La algarada que se formó por detrás debido al accidente de Liuzzi sacó a la pista el coche de seguridad y retrasó lo inevitable. Los giros en fila india permitieron soñar a los tifossi con una victoria de su piloto, pero, en cuanto se rea-nudó la carrera, Vettel decidió poner punto final a la fiesta y, de paso, al campeonato. Adelantó con insultante facilidad a Alonso y se fue hacia la meta, donde halló el triunfo y, prácticamente, el segundo título mundial consecutivo.
La superioridad del alemán es tal, que lo más interesante fue la pugna por el tercer puesto finalmente cuarto entre Hamilton y un reverdecido Schumacher. El inglés sufrió en sus carnes los latigazos con los que habitualmente él mismo azota a quienes pretenden adelantarlo. El heptacampeón del mundo nunca ha presumido de limpieza, así que bordeó varias veces la sanción para mantener a raya a Lewis. Justo detrás, Button, la hormiguita de la parrilla, se divirtió con la lucha y, en cuanto vio un resquicio, dejó plantados a los dos, se fue a por Alonso y, a la chita callando, acabó segundo. Jenson, un gentleman, pretendía comentar estos detalles con Alonso. Pero el español no tiene humor para nada. Rumia un curso vulgar.
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