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MADRID.- Cruza precipitadamente desde la mediana de la Castellana y da un salto a la acera. Un fuerte saludo con una mano, una llamada al móvil con la otra. Mantiene la conversación telefónica mientras ojea varios de los libros expuestos frente a la entrada de la Librería Lé, al norte de Madrid, en la que se deja caer todas las semanas. Al lado, el Santiago Bernabéu. Puede que Miguel Pardeza (La Palma del Condado, Huelva, 1965) se encuentre más cómodo hoy entre novelas que en el verde, donde durante una década y media se desempeñó. No en el Madrid, donde no le dejaron pese a formar parte de la Quinta del Buitre, sino en el Zaragoza. En la ciudad maña lideró una de las mejores épocas y generaciones de futbolistas de su historia. Entretanto, se erigió en ese perfil de futbolista culto que uno no esperaría encontrarse en esos ochenta en España. "Aunque no fuera algo muy popular dentro de mi gremio, la gente se tomaba con absoluta normalidad el hecho de que yo leyera", explica. Licenciado en Filología Hispánica, acaba de publicar su primera novela, Torneo (Malpaso), en la que narra su infancia vinculada al deporte rey, su forma de ver la vida siendo un chaval -temeroso y ya maduro para su edad- y cómo logró dar el salto de su pueblo a una residencia para niños de la cantera del Real Madrid.
-Su padre quería que se dedicara a algo relacionado con la mecánica, como él, y no al fútbol, algo que no le hacía mucha gracia.
Hay que entender el contexto. Es muy importante poner las películas y las historias en su situación. Yo era un niño de un pueblo, en una España de mediados de los setenta en la que las distancias eran tremendas. Con un padre mecánico y un taller muy humilde. Lógicamente, todo lo que representara salir del pueblo y emprender aventuras más allá de mi entorno, a mi padre le desconcertaba porque no sabía lo que uno se podía encontrar por ahí. Al principio opuso una cierta resistencia, porque el pobre comprendió que podía ser mi vida y mi destino, y me dio todas las facilidades del mundo.
-Cuando ya dio el salto y fue parte de la Quinta del Buitre, cuando triunfó con el Zaragoza y fue convocado con la selección, ¿llegó a cambiar de idea?
Es que mi padre tampoco ha sido nunca un gran aficionado. Lo que mi padre hubiera querido es que yo hubiera estudiado una carrera relacionada con la mecánica, una ingeniería, y que hubiera estado vinculado de alguna manera a su negocio. Pero jamás me presionó en ninguna dirección. Luego, los hechos son demasiado tozudos y contra eso es difícil hacer nada. Ciertamente, llegó un momento en que él se vio desbordado y no le quedó más remedio que decir: “Si esta va a ser tu vida, lo único que te pido es que seas consecuente y serio y que te responsabilices de lo que quieres hacer”.
-¿Cómo recuerda aquella época tardofranquista y postfranquista?
El único recuerdo fehaciente que tengo del franquismo fue cuando se murió Franco, porque yo tenía diez años. Empecé a notar lo que había representado cuando me vine a Madrid porque todavía había un cierto clima postfranquista, en el sentido de que todavía había un magma del que podías empaparte de lo que había representado realmente. Y Madrid era la ciudad más representativa de lo que iba ser el cambio. Un cambio que había que entender desde el pasado y con la perspectiva del futuro, y yo evidentemente me impregné de aquello. En Madrid, a principio de los ochenta, hubo una gran ebullición cultural y social, pero lógicamente se debatía entre los nostálgicos de un pasado y las nuevas fuerzas que querían otra situación.
-A su padre, por cierto, lo defiende, pese a todo, en el libro, porque no se dejaba ir por ese anhelo de los padres de hoy en día por el lujo y los éxitos que sus hijos puedan lograr.
Mi padre estaba muy alejado de esas pulsiones. Hoy día -aunque no digo que sean todos-, los padres más modernos tienden a pensar que sus hijos tienen que ser Cristianos Ronaldos o Messis necesariamente. Y eso creo que añade una presión innecesaria y muy artificial a los niños. El fútbol, sobre todo, tiene que ser un motivo para la diversión y para el placer. Me parece absolutamente nocivo e improcedente entenderlo más allá de eso. Que luego el talento te da para hacer una carrera larga y para ganarte la vida, pues bienvenido sea; al fin y al cabo, más allá de lo que se pueda pensar, es una bonita profesión. Pero desde mi experiencia, he notado que muchos padres ponen unas expectativas exageradas en los niños, que tienen que leer, educarse y formarse como personas.
-¿En su época era algo tan agresivo como ahora?
Quiero pensar que no, que el fútbol aún estaba en unas dimensiones más o menos controlables, incluso desde el punto de vista emocional. Ha experimentado una expansión casi estratosférica en los últimos veinte años y se ha convertido casi en un deporte despótico.
-¿Los futbolistas de hoy en día son conscientes de la suerte que tienen de ser quienes son y de tener lo que tienen?
No lo sé, supongo que sí. Es como en todos los ámbitos; dentro del mundo del futbolista profesional hay de todo: gente más sensata, menos sensata, más consciente de la suerte que han podido tener en un momento dado, otros que se creen que esto va a durar toda la vida… Llegar al mundo profesional en un deporte tan exigente es muy complicado, de tal manera que no sé en qué medida eso puede perturbar un poco la percepción de la realidad. En todo caso, creo que ese es un ejercicio que a lo mejor se termina haciendo con el tiempo. Al principio, no; no eres muy consciente. Si tienes la suerte de llegar, intentas disfrutar y gozar todo lo que tienes. Y sólo con el tiempo empiezas a tomar conciencia de lo que realmente has vivido.
-¿Piensa alguna vez en qué hubiera sido de usted de haber tenido verdadera continuidad en la Quinta del Buitre?
Es una hipótesis a la que no le he dado muchas vueltas; las cosas fueron como fueron. Yo no soy muy revisionista de mi pasado, aunque este es un libro en el que reviso mucho mi pasado. Las cosas sucedieron como sucedieron por unas circunstancias muy determinadas y estuvo bien como estuvo. Yo sabía que esto duraba muy poco tiempo y que había que disfrutarlo. Si fuera una profesión que a lo mejor dura treinta o cuarenta años, quizás me hubiera planteado las cosas de otra manera.
-“No podía luchar contra un mito”, dijo. No parece una frase propia de alguien que cree que puede ser lo que se proponga, como en su día fue ser futbolista.
Es que es verdad. La situación en aquel momento era así. Yo me fui cedido al Zaragoza, volví al Real Madrid y resulta que cuando llego, con veintiún años, me encuentro a dos delanteros como Hugo Sánchez y Butragueño, con veintitrés y veinticinco años. Dos estrellas mundiales contra las que iba a ser muy difícil luchar. Dije esa frase, que ha quedado, pero yo lo que quería era jugar. Me podía haber quedado tranquilamente en el Madrid, pero analizado el panorama pensé que lo mejor era irme y jugar, que era de lo que se trata esto.
-¿Por quién de la Quinta del Buitre tenía más debilidad, aparte de por usted, imagino?
Con el que he tenido más trato, sin lugar a dudas, ha sido con Butragueño. Con los otros también, pero sobre todo con Emilio, porque también he coincidido cinco años con él en el club y hemos participado en algunas cosas.
-Ha dicho en alguna ocasión que Zaragoza siempre creyó en usted.
Sí, es una ciudad a la que le debo muchísimo. Me acogió bien, hice muchísimos amigos, mis hijos nacieron allí e hice una carrera profesional muy larga. Además, tuve la gran suerte de que coincidí con una gran generación y una gran época del club: ganamos dos finales de Copa, una Recopa, estuvimos casi todos los años entre los cinco o seis primeros… Fue un momento glorioso. A veces, los buenos conjuntos se forman por generación espontánea. Evidentemente, había unos responsables que acertaron en algunas contrataciones, y luego se formó un grupo que rindió bien. Luego, se generan sinergias buenas y eso dio como resultado ese equipo.
-Comenta en el libro que la “popularidad” le daba “seguridad”, pero que eso no evitaba que “uno continuara siendo para el resto de sus horas el solitario atribulado de todas las noches”. ¿Así lo sentía en su época de futbolista famoso?
Sí. Uno representa un personaje deportivo, político, literario, del cine… Pero uno es quien es. Puede engañarse y engañar a quien quiera, representar el papel que más le convenga, pero al final uno acaba yéndose a la cama con sus propios fantasmas. Uno genera monstruos a lo largo de la vida con los que más o menos convive, a los que a veces al principio ingenuamente intentas doblegar, pero llega un momento en que comprendes que es muy difícil matarlos del todo. Con lo cual, llegas a un pacto e intentas convivir con ello de la mejor manera posible.
-¿Y usted está tranquilo con su actual versión de sí mismo?
Yo nunca estoy muy contento con la versión de mí mismo [risas]. No porque piense que pueda ser mejor, sino porque uno siempre sueña con haber podido ser otras cosas que la vida te va enseñado que no vas a poder ser. Eso forma parte del temperamento soñador casi de cualquiera. Por eso, a veces, uno escribe; para soñar otras vidas y para soñarte de una manera diferente a lo que eres e intentar verte de una manera más idealizada.
-¿Qué quiso tener o qué quiso ser que finalmente no pudo?
Me hubiera gustado ser escritor y llegar a tener una vida más directamente relacionada con el mundo de la cultura y de la música. Eso, evidentemente, sin despreciar mi vida, porque yo he sido de los privilegiados que fueron lo que quisieron ser de pequeños. Yo quise ser futbolista y lo logré y además hice una carrera muy larga que me ha permitido y me permite vivir. Ahora, de alguna manera, con mis años, procuro hacer las cosas que me hubiera gustado hacer, pero que no pude porque había otras grandes y estupendas prioridades.
-¿Hubiese tenido una vida más plena y feliz de haber sido otra cosa, como escritor o algo relacionado con la cultura?
Yo he sido muy feliz jugando al fútbol. Además, te permitía mucho tiempo libre para llevar de la mano la literatura. Para mí, nunca ha sido incompatible ni aficiones excluyentes. A veces, la gente se sorprende y dice: “Joder, un tipo que tal…”. Para leer sólo necesitas una o dos horas al día de las veinticuatro que tiene. Para mí, nunca ha representado ningún obstáculo. De hecho, he leído mucho, he sido un gran coleccionista de libros, conozco a mucha gente relacionada con la literatura y me ha dado tiempo a hacer la carrera de Filología Hispánica. Es decir, si uno quiere y tiene verdadero interés por algo, saca tiempo para hacerlo.
-¿Cómo sentaba, cómo se veía en los vestuarios por los que pasabas que fueras un tipo culto, leído, con intereses en la literatura?
Yo creo que con más normalidad de lo que pueda parecer. Soy un gran crítico con la imagen que a veces se tiene en la sociedad del jugador, que muchas veces se representa por las personalidades más estridentes y estrambóticas. Pero el futbolista es un chico normal. De manera que, aunque no fuera algo muy popular dentro de mi gremio, la gente se tomaba con absoluta normalidad el hecho de que yo leyera. Cuando empezaba a escribir en medios en los años noventa, alguno que se había molestado en leerlo igual intentaba hacerte una broma, pero son cosas normales.
-Pero en su época, usted era un tipo de futbolista intelectual o culto que apenas existía.
Yo, como Rafael Reig, soy muy reacio a lo de intelectual. ¡Es que yo no soy un intelectual! Aquí le llaman intelectual a cualquier cosa. Lo puede ser Lévi-Strauss, Sartre o Savater, pero yo no. Soy sólo una persona normal que lee, un aficionado a la buena literatura.
-¿Por qué la cultura ha sido un enemigo del fútbol durante tanto tiempo?
Porque el fútbol ha pasado por muchas etapas. Ha sido ajeno a la evolución histórica de Europa en el siglo XX. Era impensable que un fenómeno tan popular no acabara cayendo en las garras del poder político, y, cuando ha sido manipulado de una u otra manera, se ha encontrado siempre a una corriente intelectual que ha visto el fútbol como un instrumento al servicio del poder, y lógicamente eso ha generado recelos. Cuando la situación sociopolítica ha evolucionado, el espectáculo del fútbol podrá ser más o menos bonito o culto, pero no está tan al servicio del poder político, aunque sí pueda estarlo al servicio de otros.
-Pero ahora la visibilidad de ese futbolista interesado por la cultura es mayor. ¿Por qué?
Porque ahora hay muchas más facilidades. Y porque del futbolista, que siempre ha atraído, ahora interesa todo: sus orígenes, su corta vida… Pero eso tiene que ver un poco más con una inflación informativa general. Vivimos en una sociedad tan mediatizada que no sólo interesa el futbolista, sino también las personas que no han hecho nada. La propia sociedad genera intereses que son absolutamente irrelevantes. Hoy vemos personajes televisivos que son del todo ridículos y que en sí mismos se han convertido en un objeto de interés, y se venden y escriben libros.
-¿En su época se notaba mucho esa manipulación del fútbol en España por parte del poder?
No, no tanto. Creo que era un negocio más neutro, y no sé si decirlo así. El fútbol no es inocente, no nos engañemos. Cualquier fenómeno que mueve mucha gente reclama el interés del poder económico y del político.
-¿Quién le ha influido y gustado más literariamente?
He pasado por muchas etapas. He sido un lector muy compulsivo e intentaba leerlo casi todo y comprarlo. Hasta que no me saciaba, no pasaba. Soy muy de Valle Inclán y de Borges, porque en mi época era inevitable.
-Una de las citas que usa al comienzo del libro es de Robert Louis Stevenson: “La vida no es más que un teatro con mala iluminación y un director incompetente”. ¿Cree en esa teoría?
Sí, sí. La vida es un teatro y estamos representando un papel. Lo que pasa es que muchas veces nos cuesta saber cuál es. Si analizas un poco lo que es la vida y la historia de la humanidad desde que empezamos a empujar carros, esto no deja de ser un escenario. Unos están de acuerdo con el director y otros no lo están con los papeles que representan los actores.
-¿Y cómo va la obra?
Va a ratos. Yo no estoy en general muy contento. Miro con optimismo algunas cosas. Vivimos mejor que hace muchos años; no me quiero imaginar cómo sería la vida en la Edad Media o lo que era en España al principio del siglo XX. Hay que leer a Eugenio Noel para saber lo que era este país, lleno de analfabetismo, folclorismo, caciquismo y desigualdades. Aunque no estemos en la mejor de las situaciones, estamos mejor que hace muchos años. Pero, por lo general, no hemos aprendido de los errores del pasado; seguimos cometiendo muchísimos. Hay disvalores dentro de la humanidad, como la ambición, la avaricia, la crueldad, la falta de solidaridad, que son incorregibles.
-También comenta en el libro: “El dolor y las barbaridades que arruinan el mundo me llegan amortiguados por culpa de la frialdad que crece con la descomposición de la juventud”. ¿Está muy arruinado el mundo hoy en día?
Me levanto todos los días pensando que la cosa va a mejor, pero luego te pegas un repaso por la prensa y ves que el ochenta y ocho por ciento son todo calamidades y desastres. Lo que pasa es que con los años, uno va entendiendo su propia irrelevancia y que es muy poco lo que, al final, puede hacer para cambiar el rumbo del mundo. Nos iremos de aquí sin que hayamos cambiado la rueda de este tinglado.
-“En mis ya muchos años he cosechado fama de esquivo, hasta de arrogante, pero eran sólo máscaras tras las cuales latía una gran timidez”, afirma. ¿Sentía la necesidad de explicarse ante algunos que chocaron con usted?
Al final, uno termina siendo lo que los demás piensan que eres, no lo que tú eres. Es verdad que he sido una especie de individualista irredento, me ha gustado siempre ir por libre. Me ha costado muchísimo identificarme con grupos o ideologías. He intentado ser una conciencia libre.
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