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Nostalgia de Cruyff en blanco y negro

Un portero del Barça y otro del Real Madrid de su época explican las diferencias que marcaba Cruyff en esos partidos. Miguel Ángel explica que el '14' "trajo lo que no sabíamos ni que existía: el cambio de ritmo. No le cogía ni su sombra".

Cruyff da instrucciones a los suyos en un clásico ante la mirada de Camacho.

ALFREDO VARONA

MADRID.- “Chato, pásame la pelota con la mano”. El Chato era Sadurní, el portero del Barça que hoy, a los 74 años, es incapaz de olvidar aquella exigencia de Cruyff. “Bajaba a un lateral y me pedía que le pasase el balón para empezar él la jugada desde nuestra portería”. Una melodía que se repetía sin descanso en el Barça de los años setenta en el que “efectivamente, Cruyff lo cambió todo”.

Miguel Ángel defendía la portería del Madrid desde 1968 y no era ajeno a eso. “Al contrario”, explica hoy a los 68 años mientras cuida de su nieto, tareas de abuelo, uno se ha hecho mayor. “Cruyff trajo lo que no sabíamos ni que existía: el cambio de ritmo. Estábamos acostumbrados a un fútbol de pases muy cortos y, de pronto, apareció él con esa velocidad, con esa agilidad. No le cogía ni su sombra. No le alcanzaban ni las patadas”.

Era la diferencia entre tener o no tener a Cruyff, entre Sadurní y Miguel Ángel. Una diferencia inconsolable que escandalizó días como el del 0-5 del Barça en el Bernabéu y que Miguel Ángel recordará siempre: “Yo estaba en el banquillo, el titular ese día fue García Remón, pero como si lo hubiese sido yo: no hubo nada que hacer, porque Cruyff lo exageró todo. Sabíamos que era buen futbolista, porque lo habíamos visto con Holanda en el Mundial de Alemania, pero nunca hasta ese punto”.

“Un chaval tan fino que era capaz de correr al mismo ritmo con o sin la pelota. No había visto nada igual en la vida", recuerda Sadurni la primera vez que vio a Cruyff en directo

Una idea de la que ya había avisado Sadurní a sus amistades en aquellos días del 74: “Una cosa es verlo por televisión y otra a tres o cuatro metros. Aún recuerdo la primera vez que lo vi en una pretemporada en Papendal, en Holanda, en un amistoso. Aquel futbolista me dejó anonadado”, explica. “Un chaval tan fino que era capaz de correr al mismo ritmo con o sin la pelota. No había visto nada igual en la vida, y así pasó. Cuando llegó al Barça estábamos con negativos y él nos hizo campeones de Liga. Yo, además, tengo que agradecerle que acabase con mi psicosis de perdedor. Llevaba desde 1.960 en el Barça, harto de ser segundo o tercero. Me parecía que era imposible ganar nada y que me iba a retirar así. Vivía casi resignado hasta que llegó él”.

"¿A qué hora estoy en tu casa?"

No es apología de Cruyff. “Yo hablaría de realismo”, señala Miguel Ángel desde la otra trinchera. “Su primer año en el Barça fue extraordinario. No era lo que jugaba. Era lo que organizaba: la personalidad, la exigencia con la que lo hacía. ¿Dónde se podía encontrar a un jugador así? Nosotros, en el Madrid, teníamos dos alemanes muy buenos, pero Cruyff era otra cosa”. La prueba es que 40 años después Sadurní, desde su jubilación dorada, entre sus viñas y olivos, se niega a compararlo con nadie. “A Cruyff había que vivirlo como le vivimos nosotros en el vestuario, yo mismo”, explica.

“Su primer año en el Barça fue extraordinario. No era lo que jugaba. Era lo que organizaba: la personalidad, la exigencia con la que lo hacía. ¿Dónde se podía encontrar a un jugador así?, asegura Miguel Ángel

“Era algo más que un futbolista. Todavía recuerdo el accidente de un chico en un pueblo al lado del mío, Llorenç del Penedès, que se quedó inválido y para apoyarle el último día del año, un 31 de diciembre, le hicieron un partido homenaje. Yo le pregunté a Johan si podía venir a hacer el saque de honor . No me pidió una sola explicación. Su respuesta fue: ‘Chato, ¿a qué hora hay que estar en tu casa?’ Al día siguiente, estaba allí a las once, con una puntualidad rotunda, acompañado de su mujer”.

Son cosas que diferencian épocas, nostalgias consentidas, para toda la vida. “Siempre les digo a mis amigos que el fútbol que yo conocí no tiene nada que ver con el que se juega ahora”, explica Miguel Ángel. “Los jugadores teníamos una libertad maravillosa. No nos perseguía nadie. No nos sentíamos tan fiscalizados como ahora. Pudo ser una época perfecta para jugar al fútbol”.

Y en ese escenario, en esa década de los setenta, Sadurní sigue recordando cosas que hoy serían imposibles, incluso para Johan Cruyff. “Metía la cabeza dentro de su taquilla en el vestuario en los descansos de los partidos y se ponía a fumar, tres, cuatro bocanadas, las que fuesen… Recuerdo que fumaba Camel y que le gustaban sin boquilla. Algo que nunca habíamos visto hacer a nadie. A lo sumo, podías haber visto a un compañero fumar un cigarro tras la cena, pero eso no. Y, sin embargo, nadie decía nada, porque ¿qué ibas a decir a Cruyff? ¿qué podías decirle? No había nadie como él en el césped”.

De ahí días como éstos, el privilegio del recuerdo, la rabia de la muerte, “la sensación de que el Barça había fichado a un maestro”, explica Miguel Ángel, “y de que ante alguien así no había réplica. La prueba es que el año del 0-5 luego jugamos la final de la Copa del Generalísimo y no estaba él. Ganamos 4-0 y nos demostramos a nosotros mismos las diferencias que podía marcar un solo futbolista”.

En el Barça de Cruyff  "nunca se vio a nadie rifar un balón"

Pero ese futbolista era Johan Cruyff (1947-2016), el mismo hombre que luego entrenó al Barça “y fue una continuidad del futbolista. Allí nunca se vio a nadie rifar un balón”. Una academia de carne y hueso que Sadurní recordaba cuando los clientes le preguntaban desde la ventanilla de la sucursal de Caixa Penedès, donde entró a trabajar el 1 de octubre de 1.976, un mes exacto después de retirarse del fútbol.

Los siguientes 30 años de su vida, hasta la jubilación, se desarrollaron en ese puesto, donde no era como ser futbolista. “A veces, hacía falta mucha paciencia, porque ya se sabe lo que es trabajar cara al público”. Pero en Sadurní había una diferencia, la leyenda de haber jugado en esa época de Johan Cruyff. Una clase de orgullo que, a 600 kilómetros de distancia, en Madrid, también explica Miguel Ángel. “Sí, claro. Vivimos a un futbolista diferente a todo. Hoy, podemos contarlo”.

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