El fantasma de los octavos de final sigue vivo para el Madrid. Lo ha resucitado él mismo. El día que tenía que dar un golpe de autoridad, de presentar sus poderes en Europa, de afianzar el estilo, se descolgó con una partido de esas noches europeas de los ochenta en las que parecía que sus jugadores seguían a pan y mantequilla con azúcar y los rivales ya conocían los bífidus.
Sí, el todopoderoso Madrid, el equipo construido para enamorar desde la pelota, no supo qué hacer con ella. La cantada desparrama sobre el tapete del Bernabéu los 296 millones de euros envidados este verano con la organización de la final de fondo. Partido a todo o nada el 10 de marzo. Una cita que pone en solfa todo el proyecto. Y no estarán ni Xabi Alonso, ni Marcelo, por tarjetas.
El misilazo de Makoun hizo justicia. Y pudo ser peor. Delgado estrelló una volea en el palo y Casillas le sacó un mano a mano a Cissokho. Los nervios del meta en los saques de puerta retratan el partido de todo el equipo: torpón.
El equipo diseñado para enamorar con la pelota no supo qué hacer con ella
El Lyon le ganó al Madrid en todo lo que podía hacerlo. En los rechaces, en las jugadas a balón parado y en los contragolpes. Nadie supo cómo parar a Lisandro, que dio una lección de cómo hacer daño a partir de las características de un jugador. Eso que tanto le cuesta a Pellegrini descubrir. Lisandro recibía de espaldas, cuerpeaba y siempre salía con la pelota controlada para amenazar a Casillas. Con Govou tampoco podía Marcelo y destapó los miedos de Pellegrini.
Le dejó en la ducha en el descanso para que Arbeloa retornara a la izquierda y Ramos al lateral. La lectura es clara, Pellegrini no cree en Marcelo como lateral para partidos en los que el rival te come la pierna o te la anuda. Y lo que es peor, no ha dado con una circulación de balón lo suficientemente estable que le otorgue tranquilidad al equipo. Que le permita tener un lateral ofensivo como Marcelo.
Tampoco nadie contaba con Mahmadou Diarra en el once. Era el regreso de Benzema a Lyon, la vuelta del portador de uno de esos tantos billetes de la humildad a la opulencia que emite el balón. Pero el que jugó de inicio fue Diarra, que también regresaba al estadio que le catapultó al Bernabéu. Pellegrini buscaba mayor poder en el juego aéreo, no perder demasiado en el otro fútbol, ese de las segundas jugadas. La fórmula le duró al Madrid los primeros 20 minutos. Los que tardó el Lyon en darse cuenta de que el fútbol lo domina el que lo sabe resolver.
Pellegrini no cree en Marcelo como lateral para los grandes partidos
El Madrid se quedó en el envoltorio, en lo previsible. En que Kaká conduce a toda velocidad y que Cristiano pisa la pelota con el arte de un jugador de fútbol-sala, que tiene los mismos dejes circenses de Magic Johnson mirando hacia el otro lado para dar un pase sin trascendencia o que te desarbola con un tacón o un tiro lejano. Eso fue el Madrid, apariencias previsibles e imprecisión.
Es un equipo que necesita a Guti porque es el único que es capaz de coser tantos arabescos desperdigados. De ganar desde la pelota el órdago que le espera el próximo 10 de marzo. 296 millones de euros a todo o nada.
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