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Hay recuerdos que no envejecen. Han pasado 36 años pero él no se ha atrevido a olvidarlo. Él es Jordi Llopart, que en los JJOO de Moscú 80 logró en marcha la medalla que esta tarde buscará Miguel Ángel López en Río. Un recuerdo o una locura que refleja otra época, una felicidad interminable premiada entonces con “3.000 euros (500.000 de las antiguas pesetas) que me valieron para comprarme un Ford Fiesta, que fue mi primer coche”, recuerda Llopart que, en cualquier caso, va más allá de lo material.
“No fue lo que gané, sino lo que enseñé. Abrí un camino. Presenté una nueva especialidad, la primera medalla de nuestro atletismo en unos JJOO”. Fue un valiente, en realidad, fiel a su padre, Moises, que era su entrenador y que le pidió que “en la primera mitad de la prueba no perdiese más de dos minutos”, y no los perdió. Las medallas también se ganan desde la supervivencia. “Yo era un motor diésel”.
Sin embargo, de cara a esta tarde, Llopart no se atreve a aconsejarle a Miguel Ángel López en Río, donde hará más calor que hace 36 años en Moscú. La humedad tampoco será la misma y ni siquiera los ritmos se parecerán a los de entonces. “Me conformo con que mantenga su velocidad de crucero, a menos de 4’00”/km”.
Llopart, sin embargo, representa otra época en la que el máximo paralelismo con López está en el currículum. “Sí, porque a él le pasa como a mí, llega a los Juegos después de haber sacado muy buenas notas. Yo había sido dos años antes campeón de Europa en Praga; él fue campeón del mundo el año pasado en Pekín. Eso crea con uno mismo la obligación de ganar o de estar entre los tres primeros”. Y esas obligaciones son imposibles de esquivar. “No conozco nada más responsable que los deberes que se impone uno mismo. No tienen por qué ser los demás. Puedes ser tú mismo. Has de ser tú mismo. Uno entonces se crea su propia historia y recordar que nadie lo hará por ti”.
"Hoy, todo el mundo hablará de Miguel Ángel si logra medalla. Pero después se olvidará y se va a olvidar porque esto es así"
En un momento como éste, Llopart retrocede 36 años sin ayudas. “Cuando llegas a unos Juegos lo primero que recuerdas es que debes esperar otros cuatro años para volver y que eso es mucho”. Por eso no se juzgan las faltas de ortografía de la vida. “Vamos a ser sinceros. Hoy, todo el mundo hablará de Miguel Ángel si logra medalla. Pero después se olvidará y se va a olvidar porque esto es así. El tiempo lo hizo siempre. La marcha no es un deporte llamativo. No lo fue en mi época ni lo es ahora. Pero uno no va a buscar la medalla pensando en el reconocimiento de los demás, y eso que en mi caso no puedo quejarme. Fue una locura: fiestas, reconocimientos, fotografías, grabadoras de periodistas… En realidad, estaban informando de algo que nunca había sucedido en España”.
“Con los brazos en forma de ‘V’”
"Salí a las tantas del estadio hasta que pasé el control antidoping. Volví a la Villa Olímpica en el autobús del equipo ruso"
Su presentimiento es que ahora es distinto, porque “hay mil deportes más”. Pero es entonces cuando Llopart insiste en la fidelidad a uno mismo, en esos silencios que lo descubren todo. “Salí a las tantas del estadio hasta que pasé el control antidoping. Volví a la Villa Olímpica en el autobús del equipo ruso. Y el primero que estaba esperándome en la puerta era mi padre, que me cogió y nos fuimos a cenar. Pues bien, los silencios de esa cena lo dijeron todo. Supimos hacerles caso. Porque no era ese día, sino los días que precedieron a ese día. Aquellos tres meses en las Cañadas del Teide, a 2.250 metros de altitud preparándose, soñando, aprendiendo, haciendo lo que habíamos visto hacer a los mejicanos en la altitud de su país”.
“Miguel Ángel López ama la marcha como la amaba yo. No es un fanático de esto; es un entusiasta. No conozco mejor formato que ese para ganar”
Hoy, Llopart se pone en la piel de Miguel Ángel López. “Sé que es un atleta cauto que no enloquecerá”. Lo conoce desde niño cuando intuyo que partía “con ventaja. Tenía estilo y técnica a su edad”. De ahí que hoy se prenda el fuego al hablar una medalla, la de Miguel Ángel López, como la de Llopart en Moscú hace 36 años. “Él ama la marcha como la amaba yo. No es un fanático de esto; es un entusiasta. No conozco mejor formato que ese para ganar”, añade Llopart que después corrió otros dos Juegos Olímpicos (Los Ángeles 84 y Seúl 88) sin el mismo resultado, porque “ser medallista olímpico, el hecho de poder serlo como puede ser hoy Miguel Ángel es algo que sólo se repite una vez en la vida. No se pueden extrañar las grandes oportunidades”.
Es la voz de Jordi Llopart, el viejo maestro, incansable paradoja de la vida que hoy se limita a cobrar el subsidio de desempleo, parado de larguísima duración. “Al menos, mi mujer en estos meses ha encontrado un trabajo de recepcionista en un hotel porque sabe idiomas lo que amortigua un poco nuestra situación”. Pero aun sigue sin parecerse a la de ayer, a esa fotografía suya de hace 36 años, entrando en el estadio Lenin de Moscú, de la que tantas veces Miguel Ángel López, el hombre de hoy, se ha declarado su heredero. “La prueba es que a él le gusta terminar las carreras como lo hice yo entonces, con los puños apretados y los brazos levantados en forma de ‘v’”, resume Llopart, cariño y categoría, descarado retrato de lo que nunca se olvida.
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