A lo máximo, Mandzukic será un gran rematador. Nunca un gran futbolista. Pero eso no vale para menospreciarlo. En realidad, el Atlético ha fichado a algo más que un futbolista. Ha fichado a un personaje, a un tipo que parece un Rolling Stone, que interpreta el fútbol como un concierto. No comparte la pelota, comparte goles. Comparte ese oficio que le lleva a todas partes, a cada salto, a cada pelea, a cada oración al árbitro. Así que, antes de comprobar si sabe regatear o no, la hinchada del Atlético ya se ha enamorado de él.
Adora a un tipo, capaz de sacar de quicio a Varanne y Ramos en una sola jugada. Adora, en definitiva, a un tipo que tiene veinte ojos y que, como si fuese Mick Jagger subido al escenario, no acepta las causas perdidas. Así sucedió en el primer gol, en el primer minuto, que fue el más decisivo de todos. Nació de un balón largo de Moyá desde su portería. La pelota viajó por los aires hasta que cayó al suelo. Allí apareció Mandzukic para imponer lo que mejor se le da. Así que Mandzukic fue el reflejo del Atlético que, en realidad, necesita vivir así a golpes, a estrictos arreones, supeditados después al sufrimiento. Y, desde luego, en esta final, para no desmerecerla, el Atlético pasó por momentos difíciles.
Sobre todo, en los últimos 20 minutos de la primera parte, que se cobraron a Simeone y en los que el Atlético lo justificó. Entonces no encontraba el modo de salir de su campo. El precio fue el riesgo frente a un Madrid, que hizo un uso poderoso del balón. Se fió del instinto de James, y eso fue una decisión inteligente. James jugó con la grandeza que lo hizo el último Mundial en Maracaná y dejó claro que en su relación con la pelota hay algo extraordinario. Tiene capacidad para jugar en cualquier parte y una obsesión por el gol que lo mejora. Así llegó por tres veces hasta el área de Moyá. Pero el portero, que presume de una motivación bárbara, desheredó a James. Moyá se ha apropiado de un puesto que no era para él, y eso se refleja en cada mano, en cada imagen suya, en la que aparece un tipo poderoso, la jefatura vestida de negro. Otra prolongación más de Simeone en el césped. La segunda parte fue casi una liberación para el Atlético.
Quizá el Madrid se cansó. Quizá el Madrid perdió a James y no ganó a Cristiano, que fue un número más. Quizá el Madrid deba pedir explicación a Ancelotti por sustituir al colombiano. Quizá esas cosas no se deban hacer en un Madrid, que se anticipó a la resignación en la segunda parte. No fue un animal herido. O no lo pareció. Fue un orgullo perdido. No sometió a ese acoso al Atlético que merecía el marcador. No fue ese gobierno que demandaba una noche perdedora. En realidad, no pasó nada siquiera en esa banda derecha que defendía Siqueira. Ni Carvajal ni Bale aparecieron como lo hicieron en la primera parte. Ni James, que ya se había ido. Así que tampoco hizo falta que Moyá se reforzase con alguna una parada extraordinaria. Al contrario.
La noche perdió suspense y el que hubo fue más emocional que otra cosa. Las mejores opciones de gol se vivieron en la portería de Casillas, casi siempre procedentes de jugadas a balón parado para no desmerecer al Atlético. Entonces ya se sabe que Mandzukic puede ser Mick Jagger. Pero olvidar a Raúl García sería un pecado. Raúl vive en silencio, pero él, como Mandzukic, también sabe vivir y vencer sin el balón. Son las cosas a las que le ha acostumbrado El Cholo o El Cholismo como se llama a esta bandera que se siente tan a gusto en el Calderón.
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