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Actitud es lo que exhibió anoche el Atlético para tratar de resucitar en la Copa.

JOSÉ MIGUÉLEZ

El fútbol es actitud. Es calidad, es respeto a la pelota, es ánimo, es táctica, es físico... pero sobre todo es actitud. La grada, hacia la que se pongan como se pongan está dirigida este juego, no pide mucho más. Y eso, la actitud, es a lo que renunciaron los jugadores del Atlético durante el primer tercio de la temporada, exactamente hasta que Quique, hace una semana, les tiró en voz alta su desvergüenza a la cara. Y eso, actitud, es lo que exhibió anoche el Atlético para tratar de resucitar en la Copa.

De salida, hasta de forma exagerada, con inteligentes carreras demagógicas que conquistaron el imprescindible aliento del público. La cuestión deportiva le pudo salir luego bien o mal, pero el equipo nunca abandonó las ganas. Y así se ganó el respeto dilapidado. Las cosas se fueron poniendo de su parte. El reloj, el marcador, la moral del rival y la propia... Al descanso ya tenía la eliminatoria nivelada. Y muy pronto, hasta ganada. Y entonces, el fútbol, que sobre todo es actitud, se acordó de que sus leyes generales incluyen matices particulares que sólo caben en el Calderón. Que justo cuando ya está todo resuelto, a los rojiblancos les entra el pánico y su modesto rival, supuestamente hundido, se viene arriba. Que Assunçao se pone a regatear dentro de su área, regala un gol y a la jugada siguiente se autoexpulsa. Y que enseguida, con la eliminación en el cogote, el Kun cojo y un futbolista menos, la fe posibilita el milagro. O sea, la vieja montaña rusa. Y eso ya sólo se explica con una palabra: Atlético.

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