No hubo color. Bueno, sí, fue amarillo, completamente amarillo. El Valencia pasó por El Madrigal como si nada se jugara. Y, claro, salió escaldado. Apareció la mejor versión del Villarreal y la peor valencianista. Nunca se sabrá qué fue primero, si el buen fútbol local o la desidia visitante. Zanjó el debate Llorente y lo selló Cani, ambos determinantes, los dos en racha.
Llorente pidió un partido eléctrico en la grada y frío sobre el campo de juego. Temía que la adrenalina del ambiente beneficiara al Valencia, más acostumbrado a la tensión alta, al choque directo y a su potencia ofensiva. El delantero vasco hablaba por boca de sus compañeros, porque lo suyo es precisamente la lucha, el no dar un balón por perdido. Sus dos goles, fruto de la insistencia y el empuje, lo demuestran.
Aprovechó que el Villarreal salió más enchufado para adelantar a su equipo por dos veces. Del Valencia se sabía que estaba en el campo por su afición, que había llegado a El Madrigal en avalancha: 2.100 hinchas. Los de Pellegrini fueron fieles a su estilo de toque y desmarque; los de Emery, ni se sabe, al menos durante la primera parte. Menos mal que Villa sacudió la caraja que tenían.
El primer tiempo fue un monólogo de Llorente. Pelea cada balón y peina su área como si tuviera un detector de metales; siempre está allí donde suenan las alarmas de gol. Contó con la colaboración de Javi Venta para cumplir con su tarea. Ambos tantos fueron un calco: centro del lateral y ya sea con la pierna derecha o de cabeza, lo cierto es que Llorente fue letal.
Y lo fue porque el Villarreal en su conjunto lo era. La diferencia era notable: mientras los amarillos trenzaban con fluidez y hacían del buen fútbol su mejor aliado, los valencianistas apenas dejaban constancia de su impotencia para frenar a un equipo enrachado. Hasta las tarjetas amarillas, algunas rigurosas, mostraban esa incapacidad de los jugadores de Emery para sobreponerse a su desgana.
Tan sólo hubo cierta intriga en los primeros compases de la reanudación. Entonces, Mata tiró del carro y dio la impresión que el partido se equilibraba y ganaba en emoción. Fue un espejismo. Lo rompió Cani, un jugador intermitente que acaba la temporada pletórico. Recibió un pase de Pires y libre de marca fusiló a César. Ahí se acabó el encuentro. Bueno, finalizó mucho antes, porque el Valencia nunca terminó de meterse en el partido. Llorente le sacó al principio, y Cani, cuando estaba más nivelado el juego, le mandó a la luna del Turia.
Finalmente rompió a llover en El Madrigal para asociarse al chaparrón de juego amarillo. De ahí que la grada se dedicara a entonar eso de 'eo, eo, eo, esto es un chorreo'. Y la verdad es que al Valencia le cayó el mejor Villarreal y nada pudo hacer patra detemer. Los de Emery no tienen ni asegurada la UEFA. Los rostros cabizbajos de los valencianistas lo decían todo. Tenían la Champions a tiro y les ha volado.
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