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Jesús España, el olímpico sin Twitter

A los 37 años, Jesús España aumenta su leyenda. Se ha convertido en olímpico en el primer maratón de su vida. Asume que “la vida de un atleta tiene que ser egoísta a la fuerza” pero no se deja llevar por el ansia de fama: "No hago nada pensando en la repercusión".

Jesús España haciendo su entrada en la línea de meta del maratón de Sevilla.

ALFREDO VARONA

MADRID.- Gloria, la pequeña, acaba de pasar al padre el dibujo de “un elefante” que podría simbolizar al maratoniano. Hoy, la emoción ya pasó, porque, en realidad, las emociones duran un segundo a diferencia de ese dibujo de la pequeña, que Jesús España (Valdemoro, 1978) expone como uno de sus baluartes. “Si hay algo que me cuesta en la vida de atleta es la de ser egoísta. Ser egoísta en tu modo de vida. Ser egoísta con tu pareja o ser egoísta con tus hijos hasta el punto de que si están resfriados tengo que decirle a Olga, mi mujer, “llévatelos a otra habitación no vayan a contagiarme’.

"Antes, cuando estaba soltero, no tenía cargo de conciencia, pero es que ahora me importan ellos más de lo que me importo yo”. En realidad, el atleta es el mejor crítico de sí mismo, horas de soledad. “No me queda otra. No se lo tengo ni que explicar a mi mujer. Me lo explica ella a mí, ‘Jesús, se trata de ahora o nunca’. Tengo 37 años y no me quedan más de dos o tres, la fecha de caducidad existe. A los 42, a los 43 años, yo seré otro hombre, capaz de devolverle a ella o a mis hijos todo lo que están haciendo por mí”.

Jesús España: "Yo ya no quería ser un comparsa en la pista, ya no iba a ser un atleta de menos de 13’15” en 5.000 y eso en un Mundial, a lo máximo, te permite pasar a la final por tiempos”

El relato es incapaz de olvidarse de las emociones del maratón de Sevilla del domingo. Nació con esa idea de explicar la incertidumbre, la vida del maratoniano o las lágrimas del periodista Vicente Capitán, incapaz de articular palabra en TVE cuando Jesús España cruzó la línea de meta con el objetivo deseado. La letra de una maravillosa canción que Jesús España compara desde la frialdad del día después “con un ejemplo de reconversión laboral. Yo ya no quería ser un comparsa en la pista, ya no iba a ser un atleta de menos de 13’15” en 5.000 y eso en un Mundial, a lo máximo, te permite pasar a la final por tiempos”.

De ahí que pidiese permiso a la incertidumbre del maratoniano, vida en la que se almacena la monotonía, silencios de horas, hay que valer para eso. “Pero me gusta tanto correr”, interrumpe. “Desde los 12 años no he hecho otra cosa. Es más, a mí siempre me apetece ir a trabajar. A lo sumo, de los 365 días del año, hay uno o dos en los que me da pereza salir a entrenar. Pero enseguida mi cuerpo me recuerda que es lo que más me gusta”. De ahí que no pida que no le guste que nadie idealice a él ni a su pasado.

“No tengo ni cuenta de Twitter. No hago nada pensando en la repercusión que vaya a tener. Crecí así. Construí mi personalidad así”

“No tengo ni cuenta de Twitter. No hago nada pensando en la repercusión que vaya a tener. Crecí así. Construí mi personalidad así”, explica con la voluntad del hombre que podría morir por amor a lo que hace. “He hecho mi personalidad gracias a esto. He tenido muchas lesiones y nunca me dejé vencer. No busqué la frustración porque no la necesitaba. Es más, recuerdo que cuando me operaron de los dos tendones de Aquiles creí que me podría morir, porque no podía moverme. Pero resulta que de aquel mes que estuve en silla de ruedas fue de los que más aprendí en mi vida: el mero hecho de subir un bordillo con la silla no te imaginas lo que te puede costar hasta que te ves en esa situación”.

“En el maratón de Sevilla hasta el kilómetro 35 me sentía de maravilla y, de repente, en el 36 empecé a flojear, a tener miedo o a verlo negro hasta que me recuperé en el 39”

Por eso en su libro de ruta no hay contrato de permanencia con nada, al contrario, “la vida es para vivirla, prefiero aprender a saberlo todo, sin ir más lejos en el maratón de Sevilla. Hasta el kilómetro 35 me sentía de maravilla y, de repente, en el 36 empecé a flojear, a tener miedo o a verlo negro hasta que me recuperé en el 39. Hoy, agradezco esos miedos. Ha sido lo mejor que me podía pasar en este proyecto de maratoniano en el que me he convertido”.

El premio de ir a los Juegos a la primera

“A Río quiero que vaya toda mi familia, mi mujer que, además, es mi fisioterapeuta; mis hijos, que ya tienen edad para recordar y para no olvidar lo que no volverá a repetirse"

La voluntad sobra en esta conversación con un hombre castigado que hoy sólo ha salido a pasear un rato. “Si la analítica que me voy a hacer mañana, en vez de en el CAR (Centro de Alto Rendimiento), me la hiciese en un ambulatorio”, admite, “me mandaban a la UVI al ver la destrucción muscular que tengo”. Pero hoy el dolor es como un ramo de flores, satisfecho de lo vivido en el maratón de Sevilla, campeonato de España, que lo ha clasificado para los JJOO de Rio, “donde quiero que vaya toda mi familia, mi mujer que, además, es mi fisioterapeuta; mis hijos, que ya tienen edad para recordar y para no olvidar lo que no volverá a repetirse. He cumplido ya una edad”. Una edad que obedece a una leyenda en pista donde su currículum es muy valiente, cuatro veces campeón de Europa, asociado a esa idea suya que no en todos los trabajos es posible. “Tengo que estar al cien por cien porque si voy al 98% me pasan por todos los sitios, y no se trata de eso. No era mi forma de ser. No es la forma de ser del atleta”.

En el atleta habita la ambición. “Cuando hacía las series de 1.000 a 2’30” me acostaba con las piernas muy doloridas”. La voluntad de acordarse de lo que nos hizo mejores. Quizá por eso esta conversación intenta ser un reflejo de la vida o, simplemente, de esa bicicleta elíptica que España se compró en 2008. “Fue el mejor modelo del mercado y fue como una inversión para ahorrar impactos en un deporte tan lesivo como el atletismo”. A los 37 años, tiene heridas de guerra, tal vez demasiada. “He castigado mucho a mi cuerpo, claro”.

El infierno con Aquiles

Pero no se acomplejó nunca frente al dolor como aquellos días en los que tenía “el tendón de Aquiles derecho completamente inflamado. No podía ponerme la zapatilla. Tuve que cortarla para que me entrase el pie. El hueso me había crecido y era como una cuchilla y si salí de aquellos días, sinceramente, creo que puedo salir de todo”. Así que el maratoniano de ahora no es más que una demostración de que es posible. La pena no vale y frente a la pena está su cuerpo, “mi herramienta de trabajo”, que permite narraciones como la de hoy, 25 años después de la primera zancada. “Porque, además, yo soy el ejecutor de un equipo en el que está el doctor Leivar que lo sabe todo del maratón, o Juan del Campo, mi entrenador”.

“No sé lo que es echarme un baño en la playa con mis hijos, porque en las vacaciones de verano siempre estoy trabajando y esas son cosas, difíciles, que, a veces, uno prefiere no pensar”

En realidad, es el huracán que existe dentro de Jesús España, retrato de hombre discreto y verdadero, lágrimas fieles, historias que preferimos escuchar. “Mi entrenador alquiló una bicicleta para hacer el maratón conmigo. Y, de repente, el domingo, cuando se levantó vio que la habían robado. Y sólo él y yo sabemos lo que tuvo que hacer para conseguir una”. Frente a esas emociones, se explica la vida, parecida algunos días a una película de cine, convincente sin mentiras como ésta de Jesús España, que aprendió a aceptarse a sí mismo y a liberar su conciencia.

“No sé lo que es echarme un baño en la playa con mis hijos, porque en las vacaciones de verano siempre estoy trabajando y esas son cosas, difíciles, que, a veces, uno prefiere no pensar”. Pero fue la vida que eligió, una vida fundada en la incertidumbre, cuya melodía, si nada lo impide, seguirá sonando en los Juegos de Río de Janeiro, día 21 de agosto, día del 38 cumpleaños de Jesús España Cobo, el hombre que hoy se parece al “elefante” que acaba de dibujar su pequeña Gloria…

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