MADRID.- En cualquier parte del mundo, hasta en un aeropuerto, se puede conocer a un hombre, incluido a un futbolista. Hace años pasó en el aeropuerto de Madrid Barajas con Jackson Martínez (Quibdó, 1986), el nuevo futbolista del Atlético. La mañana de aquel verano no tenía nada diferente hasta que le llegó la hora de embarcar a Oporto. Entonces el futbolista escuchó decir al hombre que estaba a su lado: “Yo no comparto con negros”. Y hoy esa anécdota es inseparable en su vida, en sus entrevistas públicas, en su manera de ser. Jackson esperaba en el control de rayos X del aeropuerto. El responsable de seguridad ofreció a los dos la posibilidad de compartir la bandeja para colocar lo último que les quedaba, que eran sus teléfonos. Aquella respuesta, sin embargo, no inspiró la rebeldía del futbolista, que todavía se felicita por ello, porque no nacimos para eso. “Dios me dio un autocontrol que en otro momento no hubiera tenido”.
Antes de conocerlo, impone respeto un hombre así y hasta lleva a profundizar en su vida e, incluso, a recordar que cuando pasó eso en el aeropuerto de Madrid, él ya era un futbolista de élite. Un goleador de prestigio que acababa de fichar por el Oporto tras triunfar en México y rechazar una oferta del fútbol coreano en la que, por lo visto, pretendían engañarle hasta en la fecha de su cumpleaños. Pero Jackson no dejó que pasase porque, en última instancia, tuvo la prudencia de buscar un traductor que le leyese lo escrito en los papeles de aquel contrato que tal vez podían haber cambiado su vida. “Yo lo pedí en español y me lo mandaron en coreano”. De ahí la desconfianza de un futbolista del que en lo humano siempre se ha escrito maravillosamente.
“Su voz suena a profesor de catequesis”, le dijo sin restricciones el periodista Galo Martín el día que lo entrevistó para la revista colombiana Bocas, en la que Jackson aseguró que cada halago que recibe lo comparte con Dios y con los que le permitieron llegar hasta donde está hoy. Y entonces siempre se acuerda de su padre, el hombre que hubo de renunciar a sus sueños de futbolista para sacarle adelante a él y a sus dos hermanas, porque “en el fútbol tenía un problema: no le daba para mantener a la familia”.
El dinero está para compartirlo
Casi sin necesidad de preguntas, Jackson hizo un relato de sí mismo que pone los pelos de punta. Un relato en el que hablaba de cualidades que nos unen a todos, como el sudor de la frente, las horas de niño y hasta de su novia, que madrugaba para irle a ver entrenar a las seis de la mañana antes de ir a la universidad. Quizá porque, como decía él, es mejor recordar que presumir, y en su memoria, antes de golear en Europa, se impone lo que no se ve, días como aquella chilena en el colegio en la que se asomó hasta el cielo y, sin embargo, cayó sobre el cemento del patio y se levantó como si no hubiese pasado nada.
Los otros niños se quedaron atónitos y, cuando los profesores le preguntaron, él contestó que no había sido él, sino Michael Jackson, la herencia del rey del pop, el precursor de que su madre le llamase como se llama y de que su inspiración no se reduzca sólo a su partida de nacimiento, sino también a su espíritu del baile que no sólo le recuerda a él. También a su familia, esa gente que no tenía y se portaba como si tuviese. Y eso ahora, a los 28 años, resplandece en Jackson Martínez como pasaba con su padre. “Él celebraba sus goles bailando un mambo”.
En realidad, todo el mundo tiene su historia. El arte está en relatarlo, en elegir los días imprescindibles antes de ser famoso o de escuchar el himno de la Champions como le pasó en Oporto y le pasará en el Atlético. Pero entonces, cuando regresen esos días, Jackson dice que volverá a jugar con ventaja. Al menos, en su ideología de la vida. “Sé que Dios estará a mi lado”. Y lo estará como lo estuvo en la infancia cuando jugaba al fútbol con pelotas de tenis o con las cabezas que arrancaba de las muñecas de sus hermanas. O en aquella mañana en el aeropuerto en la que tuvo el valor de no caer en esa gran provocación.
Por eso tal vez su historia no sea distinta, pero él sí ha sabido contarla y manejarla con la paciencia con la que esperó a comprarse su primer coche, un BMW; a ser padre, el padre de Josué, o a crear su propia Fundación en Colombia, la Fundación Jackson Martínez, en la que recuerda que el dinero está para compartirlo. “Agarré el desafío de ayudar en el ámbito que me tocó vivir a mí: no tener pasaje para transportarme, la compra del uniforme y poder brindarle eso a los niños, darles la oportunidad de ser vistos si tienen talento y no tener que estar esperando en Colombia”.
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