La memoria colectiva sólo aceptaba el camino fácil. La maquinación constante en busca del gol. Cuantos más, mejor. En definitiva, la venganza ante el mal cuerpo que había dejado en España la derrota, en el debut del pasado Mundial, ante Hungría, el equipo que empezó a destrozar el feeling de la primera propuesta de Valero. Un año después, los matices han engrandecido las sensaciones y, con ellas, la propuesta. Ni siquiera la baja de Sterbik para todo el campeonato será sustituido por Sierra en la segunda fase altera comportamientos. 'Sé lo que toca. Dos partidos recibiendo por todas partes', bromeaba Hombrados.

Pero esta España castiga más que sufre. Un día es Iker Romero; otro como ayer los hermanos Entrerríos; y todos, Víctor Tomás. Sus siete goles, sin penaltis, fueron marcando cíclicamente una ventaja que obligó a Hungría a mostrar lo más rudo de su escuela. Golpes exacerbados en la defensa 6-0 y la irrupción constante de los 113 kilos de su pivote Gal para destrozar, a base de palos, al centro de la defensa española. Pero España no entró en la provocación. Tampoco le hizo falta. Apoyado en una circulación exquisita en la primera línea, los de Valero exploraban cada cambio de defensa magiar (del 6-0 a un doble avanzado) con una capacidad innata para encontrar huecos.

Apenas Gurbindo y Garabaya se quedaron sin anotar entre los que tuvieron minutos. El primero, porque se encontró con la madera en varias ocasiones. El segundo, porque apenas entró en juego. Todo lo contrario que Eklemovic. Un canto desesperado entre la pobre imagen de Hungría, el país que puede perder a Lazslo Nagy para los Juegos de Londres, si este confirma su petición de convertirse en español. Entonces, llegará a un vestuario que, ya clasificado para la segunda fase, busca mañana ante Francia volver a sentirse importante.