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El corazón que se confundió en el último camino

Alberto fue la cara alegre de un deporte que parecía al margen de las trampas

PEIO H. RIAÑO

Cada vez que ganaba una carrera, Alberto León entraba haciendo un caballito con una mano que decía 'soy el número uno'. No tuvo muchas ocasiones de enseñarlo, porque era un ciclista más de foto que de medallas. Fue la cara y la sonrisa de la primera marca de cigarros que decidió invertir en un deporte que nacía a principios de los noventa en este país, patrocinando un circuito de carreras y un equipo del que han salido grandes nombres, como Iván Álvarez, y grandes decepciones, como Jesús Manzano.

De padres cocineros, llegó a la bicicleta de montaña con ganas de hacer deporte y ganarse un futuro y no dejó ninguna carre-ra sin correr, ya fuera Copa del Mundo, prueba nacional o pachanga de pueblo. Él estaba allí, era insaciable, pero la casta le venía por su capacidad para relacionarse, para captar la atención y convertirse en un referente. No llegó a mito, aunque la megafonía le apodaba a cada paso por meta Alberto corazón de León. Era espectáculo: nadie olvida sus salidas explosivas ni sus cabriolas. Disfrutaba con el deporte, pero luego no supo qué hacer con él.

En los últimos años se le veía por los caminos del monte Abantos rodeado de chavales con ganas de bici. Su nombre ya se había dado a conocer en la operación Puerto, por los mismos motivos que le han hecho público en la operación Galgo. No esperábamos que fuera un tramposo, aunque este deporte ya estaba manchado desde sus inicios. Ayer volvió a sorprendernos por última vez.

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