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MADRID.- Hoy retrocedemos treinta años en el tiempo: ella tenía 24 y amenazaba con comerse el mundo. Tenía una fe en sí misma que procedía del océano Atlántico, donde su padre, capitán de barcos, "se dejaba la vida peleando con las olas". Tenía un ímpetu que se inspiraba en la muerte de su único hermano por leucemia y que ni siquiera ella, a pesar de los dos trasplantes de médula que le hizo, pudo evitar.
Tenía demasiados sueños y demasiados motivos. Se había quedado a cuatro centésimas de ir a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles '84 y María José Martínez Patiño soñaba con saltar las vallas en los de Seúl '88. Pero lo que no sabía hace treinta años es que, tras participar en la Universiada de Kobe (Japón), se le iba a retirar la licencia de atleta. Un control de sexo estableció que tenía cromosomas del tipo xy, propios del sexo masculino, y la Federación Internacional la alejó para siempre de las pistas. "Me pusieron la maleta en la calle. Me prohibieron que nadie me entrenase", recuerda hoy sin miedo a los recuerdos. "Yo iba a saltar la valla del INEF de noche a las once a oscuras. Acariciaba la pista y me prometía a mí misma que volvería a triunfar. Tenía 24 años, había sido campeona de España de 60 metros vallas, récord de España, lo tenía todo a mi favor y, de pronto... me quitaron la beca, me dijeron que no podía volver a competir más".
Sin embargo, no arrancaron su vocación. "Mi compañera Covagonda Mateos, que era una saltadora de altura, hoy profesora en la Universidad de Las Palmas, me sacaba los bocadillos de la antigua residencia para que yo pudiera comer". De atleta de elite pasó a ser acusada "de bruja en la residencia Blume", donde la hemeroteca conserva días muy amargos: "Se han dicho tantas cosas de mí que, si yo viviera en el siglo XV, ya me habrían quemado viva". Pero, en la adversidad, María José, que hoy es algo más que una pionera, tuvo el orgullo de no darse por vencida. "Descubrí el potencial que tenemos frente a la adversidad", recuerda hoy, treinta años después, mujer de solida posición social, profesora de la Universidad de Vigo, investigadora y conferenciante en medio mundo, donde apela al poder de la motivación. "Yo me quedé sin todo lo que tenía, sin el dinero que cobraba, sin la habitación que tenía, sin el trabajo que tenía. Tuve que salir a buscar trabajo y encontré uno en un gimnasio, que apenas me daba para comer. Tuve momentos en los que quería cerrar los ojos y no despertar, porque enseguida me recordaba a mí misma: 'María José, tienes que plantar cara'. Tenía ese ingenio que, al final, ganaba a la pena".
El precio fueron dos años crueles, "de pruebas médicas larguísimas y carísimas", con "el único apoyo económico" de sus padres. "Por eso ahora, en la vejez, tengo que compensarles todo lo que hicieron por mí". El resultado es que María José demostró que llevaba razón aquel día de octubre de 1988 en el que el sueco Arne Lundqvist, el presidente de la Comisión Médica Internacional, se disculpó con ella y le levantó esa sanción que, además, cambió la norma. "Volví a competir y volví a batir un récord de España", recuerda. "Pero ya había perdido el motor que mueve al atleta: ya nada era como ayer. Me fui sola a entrenar a la Unión Soviética, donde podía ser una persona anónima, porque allí no me conocía nadie. Pero, incluso, ahí me convencí de que mi carrera se había acabado". Algo que ahora, pasados treinta años, tan alejada la fotografía de hoy con la de ayer, ya no se lo reprocha a nadie. "Al contrario. Creo que mereció la pena. Si el destino me eligió a mí fue por algo. Sabía que yo no me iba a dar por vencida".
"¿Presidenta de la Federación?"
Hoy, el placer quizá sea el de escuchar a María José, que aprendió a enfrentarse a sus miedos. "Tenía la intuición de que podía haberlo, porque yo tenía bagaje de atleta. Pasaba seis y siete horas diarias entrenando en la pista. El día a día de un atleta, en realidad, puede ser terrible. Pero no sabía si al final iba a tener esa fuerza para caer en el desánimo y para decir 'ya está, se acabó'". No lo dijo, y por eso hoy el TAS (Tribunal de Arbitraje Deportivo) le ha llamado como asesora científica y hace diez años se eliminaron los controles de sexo en el deporte y ahora hay atletas anónimas, con casos como el suyo, con la diferencia de que a ella le destrozaron la carrera. "Sufrí, porque no quería ni salir a la calle para que no me reconociesen. Pero nunca pensé en el suicidio. Mi familia me mandaba dinero, comida… ¿Cómo iba a hacerles eso? Siempre pensé que volvería a ver la luz". Y el día que la vio no sintió ánimo de revancha, sino de desahogo. "Fue la sensación del deber cumplido". Un legado que hoy utiliza entre sus alumnos en la Universidad. "Nadie va a escribir el libro de tu vida por tí". También en las empresas, en las que da conferencias y en las que huye del individualismo.
"En las empresas, la gente se queja mucho y es importante recordarles que la sociedad la formamos todos, no sólo el Estado, el Gobierno… Siempre hay un trabajo que podemos hacer cualquiera de nosotros", explica María José Martínez Patiño, la mujer que hoy replica sin miedo a la crisis. "Claro que la he sufrido en la Universidad, donde los recortes me han impedido, por ejemplo, viajar muchísimas veces. Pero somos españoles, tenemos la marca España y siempre sabemos cómo reinventarnos". Criada en un colegio de monjas, se ha reconvertido al budismo, en el que se conjuntan pasado y presente, la historia de una mujer que nunca peleó por esa medalla olímpica que soñó. "Alguna vez sueño que vuelvo a competir y que llego tarde a las eliminatorias de 100 metros vallas". Pero rápidamente despierta y recuerda que ahora su nombre no sólo es el de una pionera. También el de esa mujer a la que preguntar si aspira a presidir la Federación Española de Atletismo. Y sin contestar que sí tampoco contesta que no. "El problema sería que no tengo vocación de hacer campaña".
La realidad es que ahí sigue tres décadas después. Cumplió años, pero no envejeció. Los excesos de ayer sólo la sacaron de la pista. "De vez en cuando me duelen los tendones". Pero no apagaron la llama de la ilusión de una mujer que ahora ocupa gran parte de sus días leyendo tesis doctorales. Y en el tránsito nunca se olvida de que el esfuerzo tiene razón y de que sus alumnos se parecen a la atleta que fue ella en los ochenta y que, con poco respaldo social, luchó frente a lo que parecía imposible. Por eso repite tantas veces que "si no aprendes a enfrentarte a tus miedos nunca estarás en los puestos de privilegio de la sociedad", justamente donde está ella ahora, cantidad de días de viaje por el mundo para explicar una experiencia digna película. "¿Yo tío?", protestaba entonces. "Pero, tú, ¿de qué vas?" Y la fidelidad de las hemerotecas de ayer lo demuestra con fidelidad.
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