Público
Público

Amancio: "Yo iba a tomar el aperitivo con Luis Aragonés"

ALFREDO VARONA

Existió otra época en la que Amancio Amaro (A Coruña, 1939) fue el Cristiano Ronaldo de ahora. 'Supongo que lo dirá porque yo también llevaba el 'siete', no por otra cosa', rebate Amancio, un hombre listo, enigmático de 74 años que jugó 14 temporadas en el Madrid (1962-74). Inauguró la leyenda del '7' en Chamartín, ese número reservado para gente con un carisma especial como ahora es Cristiano y ayer fueron Juanito, Butragueño o Raúl. Toda una vida que comenzó sin querer Amancio en los sesenta, porque 'mi dorsal favorito era el '8', que era con el que empecé en el Deportivo de interior derecho. Pero entonces los futbolistas no elegíamos. La casualidad quiso que yo llevase el '7', porque los números entonces eran correlativos hasta el '11. No existía nadie que llevase el 24, el 27 o el 33'.

Usted perteneció a una época más romántica.

Era diferente, claro. Aquel fútbol nuestro empezaba desde la amistad. En mi época, yo podía quedar perfectamente para tomar el aperitivo con Luis Aragonés, con Gárate, con Ufarte, con los mejores jugadores del Atlético y, a lo mejor, ahí se presentaba Antoñete, el torero, y lo pasábamos en grande. No sé si teníamos tanta amistad como para invitarles a mi cumpleaños, pero esos aperitivos existieron.

¿Por qué ahora es impensable que Diego Costa quede a tomar un café con Cristiano?

Los futbolistas han perdido mucha libertad. Por eso no sé si viven mejor de lo que lo hicimos nosotros. Yo no cambiaría al futbolista que fui por nadie. Tuve esa libertad. Pude vivir a mi manera. Recuerdo de ir al cine los fines de semana cuando íbamos a jugar a cualquier ciudad de España. Ahora, eso ya no se ve.

Quizá siempre sea mejor regresar al pasado.

En algunos casos, sí, pero en otros no. Yo envidio cosas de las de hoy, esos terrenos de juego, esas cámaras de televisión... Sin embargo, en mi época, se daban patadas a discreción. Ahora, siento que el 90% de los jugadores salen a jugar al fútbol, pero en mi época tengo mis dudas. Las patadas entonces eran de medio cuerpo para arriba para que no cojeases. De esa manera te avisaban que en las piernas te las podían dar mucho más fuertes y los delanteros estábamos mucho más expuestos. Entonces patadas como la de De Jong a Xabi Alonso en la final del Mundial, que ahora son excepcionales, eran de lo más habitual.

¿Su triunfo entonces valió el doble?

No sé, pero supongo que ahora hubiese jugado más cómodo. Yo jugué en terrenos de juego que casi daban miedo verlos. Había zonas en las que no había ni hierba y otras tan embarradas en las que directamente te preguntabas: '¿cómo voy a controlar yo aquí el balón?' Pero la realidad es que luego salías y lo controlabas, porque el futbolista se acostumbra a todo.

También a las órdenes de los entrenadores, que ya casi no consienten a regateadores como fue usted.

Yo veo a Messi.

¿No es Messi la excepción?

También depende de los futbolistas. Yo nunca pierdo la esperanza de ver un regate. Pero es verdad que a regatear no se aprende: no puedes pedir a un entrenador que te enseñe a hacerlo, porque ese don es innato. Se nace o no se nace con él.

¿Por qué no nació otro Amancio en la familia?

No lo sé. Supongo que fue el destino. Desde luego culpa mía, no fue, porque en casa siempre he vivido rodeado de balones. Me alegra los ojos ver un balón. Pero entiendo que mis hijos no fuesen como yo. A lo mejor les gustaba, pero eso implica levantarse a las siete de la mañana, jugar a las nueve, hacerlo con lluvia, con frío... y quizá no estuvieron dispuestos a pagar ese sacrificio. La vida del futbolista es así, tu puedes querer mucho al balón, pero si no le das lo que te pide...

¿Qué sucedió el día que dejó de ser futbolista?

No, yo nunca he dejado de ser futbolista ni de amar esta profesión. No fue un capricho de verano para mí. Fue un amor verdadero, pero hubo un día en el que mis piernas no dieron más de sí. Entonces tuve que preguntarme: 'Amancio, ¿estás conforme con lo que lograste?' y, casi 40 años después de retirarme, sigo respondiendo que sí, que ver un balón me da la vida.

'La guitarra es una hija de puta, la detesto' (Paco de Lucia). ¿Se puede odiar a lo que más se quiere?

Bueno, es que yo creo que esa afirmación de Paco tiene un doble sentido, porque todo lo que hizo él con la guitarra no se puede hacer desde el odio ni desde el rechazo. Es como si me pregunta a mí por el balón. ¿Cómo no voy a quererle? De hecho, ahora, que ya apenas puedo tocarlo, necesito acariciarlo.

¿Existe en la vida algo mejor que ser un futbolista de prestigio?

No sé. O sí, claro. Supongo que Nadal dirá que el tenis, Gasol el baloncesto y el abogado, que ama su profesión, dirá que abogado. Pero si me pregunta a mí, fui feliz en el fútbol. Hice verdad mis sueños, pude vivir dignamente de esta profesión que empecé en el Deportivo sin saber qué iba a ser de mí. Pero luego apareció el Madrid, que me permitió jugar con Di Stéfano, Gento, Puskas... los mejores futbolistas de mi época.

Su vida como entrenador, sin embargo, no fructificó. Salió malherido del Madrid después de iniciar a la Quinta del Buitre. ¿No fue un paso en falso?

No, no quiero verlo así. Tuve mi opción, pero los resultados no acompañaron y ante eso no hay entrenador que se mantenga, porque crea presión, y no es fácil vivir con presión. Luego, rechacé vivir una vida dilatada de entrenador. Salí del Madrid y tuve ofertas para viajar fuera, pero no quería moverme de la ciudad y no hubo nada que hacer.

Al menos, con usted de entrenador del Madrid se inició 'el miedo escénico' en aquellas grandes remontadas de la UEFA. Siempre le quedará eso.

¿Fue conmigo?

Fue con usted.

Bueno, sí, claro, ahora que lo dice los partidos del Anderlecht, Borussia, los goles de Butragueño... Sí, claro, era un equipo con mucha madera, pero necesitaba asentarse, crecer, y cuando eso pasó yo ya no estaba en el banquillo. Bueno, son cosas que pasan.

¿Te ha resultado interesante esta noticia?