Tras esa fragilidad de pajarito hay una mujer valiente contra viento y marea, en dictadura y democracia. Las escritoras Almudena Grandes y Juana Salabert subrayan el enfrentamiento de Ana María Matute a la miseria moral de la sociedad franquista cuando se pretendía la mejor imagen para un régimen corrupto. Y, luego, sin Franco pero con la voracidad del mercado editorial, la atrevida escritora que se arriesgó con un género inesperado en Olvidado rey Gudú. Ambas, cerca de la recién premiada con el Cervantes, destacan las enseñanzas y aprendizajes de una mujer que fue sancionada por sobresalir.
Público: Ana María Matute fue maltratada por la censura, ¿por qué creen que se quedó y resistió?
Almudena Grandes. Ella no cedió ante la autocensura. Muchos escritores optaron por autocensurarse porque si no no cobraban; ella no lo hizo y nunca se ha colgado medallas de eso.
Juana Salabert. A veces oigo hablar de los narradores de los cincuenta despectivamente y tienen un valor incalculable. Es una generación que ha sido maltratada.
A. G. Sí, pero la hemos maltratado nosotros. Nuestra generación tenía que entonar el mea culpa. Cuando yo entré en la universidad no leíamos autores españoles, porque teníamos un prejuicio brutal contra la cultura española. Nos parecía casposa, provinciana y, curiosamente, sospechosa de la dictadura, cuando en realidad esa generación sostuvo la oposición contra la dictadura. Recelábamos de la cultura española. Qué anormales éramos.
J. S. Mi caso fue diferente porque al vivir en Francia sentía devoción por la literatura española y leí mucho aquella generación. Habría que analizar lo que significó la Movida, en cuanto a la aculturación, la despolitización
A. G. Y la amnesia, la Transición. Leí muy tarde a Ana María, a Aldecoa, a García Hortelano, a Marsé... Lo normal es que de adolescente empieces a leer a la gente de tu país, pero empecé con todos los del boom y ya con veintimuchos me quedé con la boca abierta cuando descubrí mi equivocación. Hasta que no los leí no sabía qué iba a escribir, porque escribir siempre es una tradición. No iba a hacer realismo mágico por mucho que me deslumbrara García Márquez a los 17 años, porque en Madrid no llueven ranas.
J. S. Para mí, Ana María es la William Faulkner española, porque su escritura se maneja en la modernidad estructural pero sin romper con las raíces. Además, en esa generación hay una tremenda modernidad y valor. Era muy difícil atreverse a escribir sobre una vida
A. G. Sí hacía falta mucho valor. Creo que, de verdad, lo que más me deslumbró de Ana María es la mirada de esos adolescentes que tienen un estupor absoluto, que viven en un país desahuciado. La pérdida de la inocencia. A los que miraban directamente esos ojos de estupor era a los lectores españoles y los lectores españoles, a veces, no estuvimos a la altura de esa mirada.
J. S. Pero por la Transición. ¡En la Transición todo el mundo quiso ser Andy Warhol!
A. G. Y por el espíritu del tardofranquismo, en los primeros setenta, con la obsesión por romper, escapar, salir, por homogeneizarnos con el resto del mundo, la modernidad, un mal concepto de la modernidad Probablemente, un país no reacciona cuando quiere, si no cuando puede. Aquí hemos tardado mucho y nos hemos dejado cosas por el camino.
J. S. Yo adoro el lenguaje y la psicología de los personajes populares que describe, todos esos seres solos frente a la codicia del mundo. Ella siempre ha tenido mucha curiosidad por los otros y suele decirme que lo que más le angustia es toda esa gente que vive instalada en ignorar al otro, que no ven la pobreza ajena, por ejemplo. Ella sabe manejarse porque escribe por necesidad. Escribió porque la escritura surge de los conflictos.
A. G. Le tocó vivir eso. Me la imagino a esa Ana María joven y como dorada, andando por las calles de una ciudad humillada. Es una escritora muy piadosa. La novela de ella que más me impresiona en ese sentido es Los hijos muertos, pero lo que significa Gudú es increíble: una mujer que estuvo callada tanto tiempo y que volvió con esa novela monumental, arriesgadísima, a una edad a la que normalmente los escritores se apalancan y se repiten, ¡y se lanzó a un género sin antecedentes! Recuerdo que cuando la vi por entonces me dijo: 'Voy a sacar una novela muy rara porque en España no se ha escrito nunca. Me van a machacar, es una cosa entre Tolkien y Ursula K. Le Guin'. Qué valiente.
Público: ¿Es decisiva su carga autobiográfica, rebelde y dolorosa?
A. G. No olvido nunca de Paraíso inhabitado la primera frase: 'Yo nací cuando mis padres ya no se querían'. ¡Increíble! Qué buena es. Una mirada profundamente ajustada a la realidad y honesta. De verdad, creo que Los hijos muertos es la mejor novela que se ha escrito sobre la posguerra, no entiendo cómo no se publica más. Mi editor, Juan Cerezo, dice que esa novela no se lee más de lo dura que es.
J. S. Hemos llegado a tal pereza en un mundo, que sólo se quieren resultados inmediatos y pasar corriendo a otra cosa.
A. G. Es la gran cronista del franquismo. Nadie ha sabido contar lo que fue aquello en la vida de la gente, en los pequeños acontecimientos que acaban condicionando el destino. Que es lo que pasa en los cuentos de Los niños tontos o Cuadernos de cuentas. Desde la inocencia cuentan una realidad absolutamente terrorífica y absolutamente miserable.
J. S. Otro de los temas fundamentales de Ana María, en la trilogía de Los mercaderes, es la codicia. Mucha gente descubriría hoy que entonces la voracidad ya estaba presente.
A. G. Ana María Matute nos ha enseñado a escribir sobre España, a mirar España y gran parte de lo que ahora se celebra como una nueva mirada a la memoria, y fíjate que lo digo con conocimiento de causa, está ya en Ana María. La imposibilidad de un futuro común para los hijos de los vencidos y los vencedores ya lo contaba ella.
J. S. Hay otra cosa que me impresiona: sus libros son como una gran pintura holandesa, la atención en los pequeños detalles. La abuela de Primera memoria lleva un anillo sucio, por ejemplo, donde el interior de los personajes y acontecimientos se expresa en esos pormenores.
A. G. Es que eso también fue una estrategia contra la censura, porque, en apariencia, los pequeños detalles no tienen ningún valor subversivo, porque es una carga de profundidad brutal.
J. S. Frente a un régimen que pretendía que todo era maravilloso y estupendo y todos eran felices. Contar por los detalles era mucho más subversivo de lo que podían ser otras escrituras más intelectualizadas y pomposas, pero con menos talento y garra.
A. G. A mí Tiempo de silencio [de Luis Martín Santos], que me gusta, jamás me ha afectado igual.
J. S. Desde luego, para mí no es lo mismo.
A. G. Es que no podrá competir jamás con los detalles de Ana María.
Público: ¿Cómo fue su vuelta después de haber dejado de publicar tanto tiempo?
A. G. Tengo la impresión de que ese silencio, del que ella sale como un Mihura con una novela como Gudú, no se hubiera valorado de la misma manera.
J. S. Pienso exactamente lo mismo que tú. Es que hubo un crítico que afirmó que ¡él no leía nunca novelas largas! Pero este señor no lee Guerra y Paz, Fortunata estoy harta del desprecio que siente este país por sus gentes, que se ha heredado directamente de la Inquisición.
A. G. Gudú es maravillosa y admirable. Es muy curioso cómo las críticas a ese libro fueron personales.
J. S. Puro machismo, incultura, pereza mental.
A. G. Es muy triste ver cómo esa ilusión y pasión que tuvo se pudo volver en su contra. Porque era una niña.
J. S. Es que nunca ha matado a la cría que lleva dentro.
A. G. Por eso da rabia que haya sido señalada por su inocencia, por su curiosidad por las cosas, que es el motor de un escritor. En el momento en que dejas de emocionarte por las cosas, dejas de ser escritor.
J. S. La literatura de Ana María se rebela contra la idea del utilitarismo, del servir o no servir. ¡Cuántos escritores han creado personajes a los que no se les puede tocar la piel!
A. G. Ella tocó las heridas de su tiempo, sin recurrir a alegatos contra la dictadura. Elude el maniqueísmo.
J. S. Si fuera francesa, ya habría tenido el Nobel.
A. G. ¿Sabes otra cosa que me gustaría destacar? Sus manejo de los silencios. Tiene silencios pantanosos. Abrió un camino que hemos seguido, y ahí me pongo yo la primera, muchos de los novelistas de hoy en este país. La literatura de Ana María Matute está abocada a crecer.
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