MADRID
La Real Academia de la Lengua dice que ‘violar’ es “tener acceso carnal con alguien en contra de su voluntad”. Hoy, cuando el índice de violaciones en España ha subido un 28,4% respecto del año pasado, cuando hay agresores que imitan el comportamiento de los miembros de La Manada, cuando la indignación y el cansancio de las mujeres es ya insoportable, la mejor definición —por mucho que al juez Ricardo González no se lo pareciera— es la que daba la propia Fiscalía al detallar el caso de la violación múltiple de San Fermín.
Se pone la piel de gallina al releer el auto. Felaciones, penetración anal y vaginal, algunos “reclamando su turno”. Aunque a veces parezca que las palabras resultan insuficientes para describir el horror, la imaginación ya se ocupa de hacer el resto. En ello el cine es un camino más directo, el dolor, la violencia, el miedo… hasta la arcada se pueden provocar con una escena de agresión sexual. Es una angustia que surge por la empatía con la víctima —“¡Cuando veas que una mujer llora así, no se está divirtiendo!”— o, todo lo contrario, una absoluta repulsión que nace de la recreación en la violación. Desgraciadamente, hay unos cuantos ejemplos de esto último.
Gaspar Noé, uno de los ‘niños malditos’ del cine galo, nunca fue tan maldito como cuando presentó en Cannes Irreversible, donde se mostraba una violación en tiempo real. Un plano fijo de nueve minutos de tortura a una mujer (Monica Bellucci), una secuencia violenta, sucia, obscena… la polémica que tanto le gusta al cineasta, desde luego, estaba asegurada. Pocas veces ha estado tan contaminado el uso de una mujer para la promoción de una película. El coprotagonista, Vincent Cassel, entonces marido de Bellucci, confirmó muy poco después en una entrevista que su padre, el magnífico actor Jean-Pierre Cassel, le reprochó haber participado en semejante proyecto.
Había razones de sobra para cargar contra la ética de Noé, pero hay que reconocer que las violaciones en el cine son a menudo motivo de debate. Muy pocos se quedaron indiferentes antes las escenas de sexo violento que rodó Lars von Trier en la película Anticristo y a la inmensa mayoría le pareció que no estaban de ninguna manera justificadas en la trama. La mujer sufría en esos momentos no se sabía para qué.
Mención aparte merecen un par de violaciones, o mejor dicho, una violación y un intento de, que —¡cuesta hasta escribirlo!— terminan con una mujer satisfecha. Una es, por supuesto, la que protagoniza Isabelle Huppert en Elle, del provocador profesional Paul Verhoeven. La otra es el ataque de Antonio de la Torre, en su personaje de Velarde, uno de los policías de Que Dios nos perdone, contra la mujer que limpia los apartamentos en los que vive. Ella huye, pero poco después, vuelve complaciente buscando a su agresor. Aquel momento en la película de Rodrigo Sorogoyen fue la gota que colmó el vaso para una película claramente machista, en la que se investigaba un caso de violaciones y asesinatos a ancianas, para lo que el director mostraba los cuerpos desnudos vejados de las víctimas en primerísimo plano —solo justificaba esas imágenes la búsqueda de morbo— o donde las madres eran las únicas culpables de los dementes actos de sus hijos.
Debate y mucho tuvo Pedro Almodóvar primero con Kika, a propósito del tono de comedia que se usaba en la escena de la violación a la protagonista (Verónica Forqué) por parte del hermano de su cuñada. Después llegó la gran bronca con Hable con ella, donde el personaje de Benigno (Javier Cámara), un enfermero, violaba a la mujer a la que supuestamente amaba, Alicia (Leonor Watling), mientras ésta estaba en coma. Se le achacó la bondad con que había dotado al violador, el enfermero protagonista. Menos polémica, aunque no pasó inadvertida, fue la violación que rodó en La piel que habito.
Brutales, como en la realidad, que consiguen asquear a cualquiera, son violaciones que también existen en el cine y que no dejan lugar a dudas de su intención. Es inútil intentar soportar con serenidad La naranja mecánica y ver uno tras otro los actos salvajes de esa pandilla de bestias. Dan palizas, aterrorizan a la gente… irrumpen en la casa de un escritor, la destrozan y Alex (Malcolm McDowell) viola a la mujer (Adrianne Corri) mientras canta Singin’ in the Rain. Kubrick era demoledor, no dejaba un atisbo de bondad en aquel macarra.
El maestro Alfred Hitchcock dejó bien clara su propia repugnancia hacia la violación en Frenesí. Gaspar Noé hubiera debido aprender de la escena que rodó aquel en 1972 en lugar de intentar superarle. Los de Hitchcock son nueves minutos también, pero estos son impecables. Barry Foster (interpretado por Bob Rusk) se acerca a su víctima y la asedia antes de agredirla y finalmente asesinarla. Un momento durísimo y evidentemente en contra de la violencia.
Sam Peckinpah mostró el rostro de la víctima mientras la violaban —dos veces— en Perros de paja y era difícil en ese momento mantener la mirada en la pantalla. Repelía ver a Otis (Tom Towles) cuando violaba a una mujer después de matarla en Henry, retrato de un asesino. La escena de la violación múltiple sobre una máquina pinball de Acusados es absolutamente bestial, los hombres golpean y violan a Sarah Tobias (impresionante Jodie Foster), mientras el resto de indeseables jalea lo que ven y lo disfrutan. En aquella película de Jonathan Kaplan, el horror continuaba cuando a la joven nadie la cree y la llegan a acusar a ella de ir por lo bares provocando a los hombres.
Afortunadamente, a la víctima de La Manada la creemos todos. O casi todos, porque la actuación de la justicia en este caso, primero con la sentencia de abuso sexual en lugar de violación, y ahora con la libertad provisional, pone los pelos de punta. A lo mejor por eso cada vez nos acordamos más del momento en que Louise se venga del violador de Thelma. Y en ese momento respiras, aunque sea asesinato, porque éste te permite al menos el alivio de la ficción.
— ¡Déjala ir, pendejo de mierda o voy a salpicar este bonito coche con tus sesos!
— Cálmate. Sólo nos estábamos divirtiendo un poco. Es todo.
— Parece que tienes una idea bien jodida de lo que es divertirse.
— Date la vuelta. ¡En el futuro cuando veas que una mujer llora así, no se está divirtiendo!
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