madrid
Su condición autodidacta, de eterno fotógrafo amateur, y la práctica de la fotografía como un juego hicieron de Vicente Nieto Canedo (Ponferrada, 1913- Madrid, 2013) un notario de la realidad de una España en blanco y negro que firmaba documentos sin habérselos leído antes. Así, no hay drama en sus fotos de la guerra civil, sino divertimento, el de unos milicianos con más voluntad que medios que se hacían los muertos ante el objetivo de una Kodak Baby Brownie que parecía de juguete. Sí hay optimismo, acaso esperanza, en los rostros de la retaguardia, como antes podría haberlos en la Columna Mangada, donde fue destinado como voluntario para defender Madrid desde la sierra.
Hijo de unos estanqueros de Ponferrada, a los quince años se mudó a la capital con una hermana y su cuñado, donde fue testigo de la proclamación de la Segunda República. Trabajó en el periódico El Socialista antes de aprender taquigrafía, lo que le posibilitaría dejar atrás el frente para incorporarse a las oficinas de la 32ª Brigada Mixta de la Tercera División. En Santa María de la Alameda comenzó a fotografiar la trastienda de la guerra. Vicente Nieto, militante de la UGT y de las Juventudes Socialistas, había llegado allí después de escuchar un discurso radiofónico de Manuel Azaña tras el golpe de Estado: "En lugar de ir a comer, me fui a un círculo republicano y me dieron un fusil y unas balas", recordaba en La mirada furtiva.
El documental, dirigido por Jesús Palmero, se rodó para ser proyectado en la exposición Vicente Nieto Canedo. Fotografías 1936-1967, que hace casi una década reivindicó a un artista olvidado a punto de cumplir cien años. Hubo que esperar a comienzos de este siglo para que su obra fuese reconocida y objeto de muestras, aunque él mismo confesaba que no se atrevía a exhibir sus imágenes porque no le parecían lo suficientemente buenas. "Yo no he vendido una foto en mi vida. Antes la fotografía era un entretenimiento, ahora se ve más como un negocio", le respondió a Beatriz Acinas en una entrevista para la Real Sociedad Fotográfica, en la que ingresaría en 1955, su puerta de entrada a una España desharrapada y pobre que la dictadura no quería mostrar y que él captó con su objetivo.
Hasta ese momento, su vida no había sido fácil. Tras la derrota republicana, fue encerrado en un campo de concentración en Valencia, donde dormía en el suelo y comía "un bocadillo con una sardina para todo el día". Antes, al menos, los vecinos del municipio de Manuel les daban naranjas, pero luego se lo prohibieron: "Pasamos más hambre que la puñeta", rememoraba en La mirada furtiva, donde no se explicaba la capacidad de resistencia de los suyos ni la pasividad de las potencias aliadas, que se desentendieron de una guerra que él consideraba absurda. Luego sufrió la cárcel en Madrid, si bien fue liberado porque no había cometido ningún delito: simplemente pertenecía a la Federación Taquigráfica. "Para ir al juicio, salí esposado como un criminal", criticaba en el documental. "¡Si yo no he hecho nada y no me voy a escapar!". Más que huir, entró a trabajar en la Fábrica de Platería Espuñes, donde ejerció como taquígrafo durante veintisiete años.
Vicente Nieto tuvo que comprarse una cámara española Fowel para poder participar en un concurso, en el que fue premiado con una suscripción anual a la Real Sociedad Fotográfica, donde se codearía con firmas de renombre y aprendería las bases técnicas. "Yo no hice fotos de verdad hasta que ingresé en la Real. No sabía nada de nada. Disparaba y llevaba los carretes a revelar a la Casa del Aficionado. Tú dispara y lo demás lo hacemos nosotros, era su lema", relataba a Beatriz Acinas. En realidad, ganó tres accésits, pues había presentado cuatro instantáneas con los nombres de su esposa y su cuñado. Pese al ambiente conservador y clasista, aquel fue su segundo hogar y, junto a varios compañeros, comenzó a dar testimonio de la vida cotidiana en los pueblos cercanos a Madrid. Entonces no sabía que estaba siendo uno de los protagonistas del realismo social.
"Empieza a cultivar la mirada y se relaciona con fotógrafos que hoy son considerados unos clásicos. Tiene mucha inquietud desde un punto de vista plástico, experimenta con el lenguaje fotográfico y llega a hacer trabajos sublimes", explica a Público Amando Casado, comisario de la exposición, que puede visitarse hasta marzo en el Archivo de la Corona de Aragón, situado en Barcelona. Un centenar de fotografías de las más de cinco mil que donó al Estado, conservadas en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, donde plasma un aparente costumbrismo que no deja de ser arte, denuncia e historia. Porque más allá de la simplicidad a primera vista, el autor se vale del desenfoque, los claroscuros o el fuera de campo para hacer suya la realidad.
Casado distingue entre la obra durante la contienda, producto de la intuición y el instinto, y la de la posguerra, que adquiere matices y va ganando estilo hasta conformar un universo propio, adscrito a la Escuela de Madrid, aunque él iba por libre. "Primero muestra su capacidad de jugar, porque de hecho era un adolescente. Él y los soldados republicanos juegan a la guerra en la propia guerra. Pese a que no hacía documentalismo, visto hoy sí que lo es", explica el también fotógrafo berciano, quien califica su labor posterior como la de un francotirador, un heterodoxo y un cazador de imágenes que no manipula el entorno. "Es muy respetuoso y no interfiere en la vida cotidiana, de modo que la gente aparece en el escenario de una manera muy natural. Cuando supera la timidez, ya es más directo", añade Casado.
De hecho, el crítico de arte Roberto Castrillo señala en el documental que su retraimiento y su discreción son dos de sus grandes virtudes: "Predominan los exteriores porque le daba vergüenza pedir permiso para entrar a los interiores domésticos. Es una prueba evidente de la honestidad con la que aborda su trabajo. No se plantea alterar el transcurso de los acontecimientos, sino registrar y llegar a comprender la realidad de la vida, sin intervenir ni transformar su desarrollo". Él y sus colegas retoman el documentalismo y dejan atrás el pictorialismo. Igual que ahora no recurre a los elementos más "tétricos, recónditos o extravagantes", durante su etapa en la retaguardia republicana tampoco plasmaba el drama de la guerra, sino la convivencia diaria.
"El fotógrafo actúa casi como un voyeur, un espía, un espectador que selecciona lo que considera más significativo dentro de la realidad que contempla. Todos los recursos expresivos están puestos al servicio del contenido", explica Castrillo en La mirada furtiva. Nieto, en principio, no tenía una formación técnica ni conceptual, pero luego tampoco le daría gran importancia a esos aspectos, porque se centraría más en la mirada y en la relación con lo que tenía ante sus ojos. Su intuición es un atajo a un conceptualismo implícito, según Casado, quien sostiene que su obra termina impregnándose de una sofisticación estética. Podríamos decir que tenía olfato o, mejor dicho, ojo. "De ahí surge una idea plástica bastante refinada. Hay concepto, si bien el análisis lo hace in situ y en la propia fotografía", afirma el comisario, quien pone como ejemplo la imagen de una niña que hace la primera comunión, a quien le corta los pies para elevarla, como si levitase, buscando una idea de espiritualidad.
El fotógrafo berciano subraya que Vicente Nieto se preocuparía por aprender de sus colegas. Desenfoca los primeros planos o el fondo de la imagen, se siente atraído por los claroscuros y los contrastes, llega a inmortalizar bodegones en medio de la nada producto por su querencia por los objetos y texturas… "Incorpora las técnicas a su lenguaje y comienza a tener un estilo propio, aunque siempre pone en práctica la inmediatez de saber resolver una escena de forma poética. En el fondo, para él la fotografía no tiene límites", analiza Casado, quien insiste en que sus obras terminan teniendo una carga conceptual pese a que no figura en su planteamiento inicial. "Los sencillos recursos técnicos y estéticos que utiliza son variados y nada sofisticados, pero sí lo son sus resultados", escribe en el catálogo de la exposición Vicente Nieto Canedo. Fotografías 1936-1967, editado por el Ministerio de Cultura.
Más que un diletante, es un deleitante. Alguien que fotografía por mero gozo y placer. Siente satisfacción presionando el disparador y siempre se considerará un amateur: "Soy amante de la fotografía por encima de todo", dejaba claro Nieto, quien comienza a plasmar la realidad de los pueblos, sus gentes y, con el tiempo, el desarrollismo urbano de la capital. Con sus compañeros de la Real Sociedad Fotográfica organiza excursiones mensuales a localidades cercanas, pues el presupuesto no alcanza para una distancia superior a cien kilómetros. Son safaris etnográficos donde se encuentra con la España gris de posguerra, que él reflejará en blanco y negro con su cámara Rolleiflex, pues decide retirarse antes de llegar a usar el color. Muchas de esas fotografías nunca las revelaría por temor, como sucedió con Guardias civiles de verbena, donde dos agentes tiran al blanco en una caseta de tiro.
Mayor mérito si cabe tiene haber conservado los negativos de la retaguardia. "Muchos fotógrafos republicanos se deshicieron de las imágenes tomadas durante la guerra, porque tener ese material en casa les podía salir muy caro. Él, sin embargo, no lo hizo", valora Casado. Cuando Beatriz Acinas le preguntó si La Colmena —el grupo que formó en la Real para hacer contrapeso al conservador La Palangana— había sido discriminado, hasta el punto de que quedó relegado en la historia oficial de la Escuela de Madrid, Nieto lo achaca a la política: "Decían que no había miseria, y había mucha, mucha más que ahora, pero te prohibían hacerla. Yo hacía a una chica gitana, pero cuando no tenía a la policía detrás. La Palangana era más afín al Régimen". Su amigo Pedro Taracena había denunciado esa laguna en la memoria histórica, aunque tanto él como Marcos López se encargarían de recuperar su figura.
"Era un tapado dentro de la Real por una cuestión de clases sociales, lo que hizo que no expusiese en su día. En cambio, ejercía de machaca, pues redactaba el boletín mensual de la sociedad, donde usaba varios seudónimos", comenta Casado, quien asegura que los laureles le daban igual, pues lo hacía por su propia satisfacción. Al final, cuando se habían reconocido sus méritos, lo abrazaba y le decía: "Me voy a morir feliz". Mucho antes de su fallecimiento a los 99 años, en 1963 abandonó la fotografía. Como su salario como taquígrafo en la platería era insuficiente, aceptó un trabajo como representante de material fotográfico para Oliver Salleras. Al no disponer de un local, tuvo que convertir el laboratorio que tenía en su casa en un almacén. Cuando, años después, sus rescatadores le echaron un ojo a los miles de negativos se encontraron con un tesoro.
No era un gran archivo, pero destacaba por su calidad. "No era menor que otros fotógrafos con los que se relacionaba, que son los grandes clásicos de la fotografía española: Ramón Masats, Gabriel Cualladó, Oriol Maspons… Aunque no lo comparo, tiene un punto en común con Virxilio Viéitez, porque ambos no tenían ninguna idea ni pretensión de brillar u obtener medallas. En cambio, al gallego lo promocionaron mucho en su tierra y a él, no", se lamenta Casado. El profesor y comisario José Gómez Isla describe en La mirada furtiva su forma de trabajar en el campo, el mismo escenario de Viéitez: "Busca en entornos oníricos, bucólicos, rurales o incluso urbanos. No busca tanto el tema, como que el tema ayude a componer y a crear una imagen fascinante".
Ahora bien, Isla matiza que no se topa con esas imágenes: "No es un disparo rápido. Una vez que encuentra el tema, hace un proceso de reflexión previo al disparo de la cámara. Cómo encuadrarlo y enfocarlo, y cuando lo tiene pensado, construye la foto [...]. Ese maridaje entre la realidad preexistente y el cómo generar una realidad nueva a partir del modelo previo es buena parte de su estrategia compositiva". Carlos López, director del Archivo de la Corona de Aragón, se congratula de poder exhibir su obra, que refleja "esa España desaparecida que todavía queda en la retina de los que entonces eran niños". Una oportunidad, según él, para que su legado se difunda en Barcelona. "Nieto era una persona muy campechana, sencilla y honesta, que es lo que trasluce su fotografía. Es decir, la sensibilidad hacia la gente humilde por parte de una persona que da forma a la emotividad y al sentimiento de la realidad humana".
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