MADRID
Actualizado:Benny fue un niño muy deseado. Nació en la época de entreguerras en el seno de una familia burguesa y contó con una buena educación. Ya en la escuela dio muestras de una mente lasciva. Su insaciable onanismo y la inquietud con la que acostumbraba a mirar a sus compañeras, le fueron convirtiendo en un apestado social, un tipo en los márgenes que a duras penas podía contener el continuo fluir de una psique perversa. Benny era lo que viene siendo un perturbado.
La cosa no mejoró y, pasado el tiempo, Benny terminaría por convertirse en lo que ya auguraba desde su más tierna infancia; un depredador sexual capaz de violar y asesinar a tres adolescentes. Por suerte estamos ante un personaje de ficción, un hombre enfermo modelado por la reconocida ilustradora de origen serbio Nina Bunjevac. Un hombre incapaz de discernir entre la realidad que le rodea y sus pérfidas fantasías.
Benny es el protagonista de Bezimena (Reservoir Books), un libro radical que se sumerge en los mecanismos de enajenación del agresor sexual; ese instante en el que un tipo se instala en su cabeza y renuncia a la realidad. Un billete de ida hacia el delirio que Bunjevac conoce bien. No en vano la autora fue víctima de dos agresiones sexuales en su adolescencia cuyo trauma aflora en estas páginas.
Una de ellas, tal y como explica Nina en el epílogo del libro, "ocurrió de la mano de un hombre a quien admiraba y en quien confiaba, un hombre que debía protegerme. Fue este incidente el que me marcó de por vida y me hundió en la oscuridad durante muchos años". El arte, afortunadamente, acudió al rescate y supo redimir a la joven de aquella sacudida brutal.
Lejos de indagar sobre la vergüenza, la culpa o el anhelo de venganza, Nina se aferra en Bezimena a una hipótesis menos convencional, a saber; que todos, en mayor o menor medida, somos Benny. Todos llevamos un monstruo dentro cuyos sentimientos y deseos pueden ser perfectamente repudiables. En esa pugna entre la realidad y el deseo se instala Bunjevac, consciente (y víctima) de esa oscuridad que anida en nuestro yo más profundo.
Con un estilo denso y sensorial, Nina va tejiendo una atmósfera perturbadora previa a lo imprevisible. Y lo imprevisible irrumpe aquí con una brutalidad que desarma, como si un cuento de hadas deviniera –en apenas un par de viñetas– en un siniestro acto de pederastia. Es precisamente desde esa tenue frontera entre la fantasía y la materialidad desde donde mira y nos interroga la autora.
Lo hace apoyándose en referencias cinematográficas como La mujer pantera de Jacques Tourneur o El testamento de Orfeo, a cargo de Jean Cocteau. También echando mano del mito de Artemisa y Siproites, joven cretense que quiso violar a una de sus sacerdotisas, acto que la diosa helena castigó transformándolo en una mujer. Un juego de máscaras e influencias que, de la mano de Bunjevac, nos permiten viajar al centro de la mente de un depredador sexual.
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