Entre 1789 y 1842, el pintor Joseph Mallord William Turner (1775-1851) se construye a golpe de enfrentamiento. La identidad a la contra del gran paisajista inglés, precursor de los impresionistas, le llevó a plantar cara a todos los maestros y contemporáneos que podían hacerle sombra, para ver hasta dónde podía llegar. Ese es el planteamiento de Turner y los Maestros, la exposición que el Museo del Prado inaugura el próximo 22 de junio, después de haber pasado por la Tate Britain de Londres y el Grand Palais de París. Las 42 obras de Turner que se presentan forman parte de la primera gran exposición sobre él que llega a nuestro país.
La cita está planteada para repetir el éxito de visitas que tuvo el pasado año la exposición de Sorolla, también en El Prado. La placidez del valenciano deja paso a la violencia. No sólo por sus tormentas, sino por sus ambiciones. Buscaba la referencia en los demás para saber quién era él mismo, para comprobar hasta dónde podía llegar en su ejercicio. Al menos, así lo ha querido destacar David Solkin, el comisario de la exposición junto con Javier Barón.
Finaldi: 'Se apropió del ADN de los grandes pintores para superarse'
La pelea de Turner contra todos se produce emparejando sus obras con las de Rembrandt, Piranesi, Van de Velde, Richard Wilson, Salvator Rosa, Tiziano, Claudio de Lorena, Poussin, Cuyp. David Wilkie, Rubens, Watteau, Canaletto o Constable, entre otros. En muchos casos gana en la comparación, en otros tantos, rotundamente no. La exposición es atrevida en su planteamiento didáctico. No es una retrospectiva de paisajes al uso, en la que la hipérbole se dispararía libre ante los mares vaporosos y embravecidos, los atardeceres, las campiñas y la naturaleza salvaje de Turner. En este planteamiento a Turner se le ve la cojera.
David Solkin definió a Turner como 'un gigante que usó el paisaje como vehículo para abordar temas mitológicos y bíblicos. Aunque sólo creía en el valor supremo de la naturaleza, a la cual trató de comprender sabiendo que era incomprensible'. Para GabrieleFinaldi Turner fue un gran viajero, aunque nunca pasó por España. Así, en cierto modo, esta es su primera estancia en el país. 'Se midió con las obras de sus rivales para superarse. Se apropió del ADN de los grandes pintores a los que admiró y retó', resume el director adjunto de Conservación del Museo del Prado. 'La idea del diálogo y la rivalidad también es una característica de nuestro museo', puntualizó. Habría que preguntarle a Turner por la idea de colocarlo, por ejemplo, con Watteau, de quien recibe una paliza poética.
En este planteamiento, a Turner se le ve la cojera
Turner trató de entender la naturaleza y se encontró con un alma atribulada: mientras el resto de pintores acudían a la referencia paisajística con una intención de copia y exactitud, él utilizaba aquellos lugares como herramienta de expresión de su interior atormentado. El paisaje era un reflejo del alma del artista. Turner prefirió la verosimilitud y el error, la pincelada suelta y dramática, los colores vivos y la interpretación. La verdad no tenía tanto valor.
La pasión de Turner chilla al lado de la frialdad de Claudio de Lorena o del paisajismo clásico de los maestros holandeses del siglo XVII. Desde una educación tradicional como dibujante de arquitecturas, en 1789, en la escuela de dibujo de la Royal Academy, aspira a derrumbar con el dramatismo a todo el que se le ponga a tiro. De Rembrandt aprende el interés por plasmar los efectos de la luz nocturna. Pero él cae en el efectismo y el maestro holandés trabaja con naturalidad. La primera batalla la libra con el maestro indiscutible de las marinas, Van de Velde. Turner recurre a ampliar el tamaño del cuadro, a la textura y de nuevo al dramatismo. No le importará nunca perder en precisión de detalle si en lo que gana es en su esencia 'salvaje'.
El inglés aparece frente a sus maestros como un pintor a la contra, que no temió a nadie. El diálogo que entabló con los maestros clásicos puso de manifiesto su infinita ambición. Pero además estaba decidido a dominar el escenario artístico de su tiempo. Hasta llegar a la pelea definitiva: Constable. Este era muy preciso en las escenas costeras. Prefería la exactitud en la verdad. Estaba bien asentado en la tradición holandesa e interpretaba un colorido más claro y un espíritu claramente melancólico.
Turner dinamitó cada uno de los valores de su rival. Eran los años finales, el momento en el que su estilo enloquecía sin remedio. Cuando la crítica definía su estilo como 'áspero y negligente'. De aquella pelea, Turner creció hasta vivificar las rigurosas estructuras compositivas, tanto, que se acercó como nunca antes lo había hecho nadie a la abstracción. Prueba de ello son las tres pinturas finales con las que se cierra la magnífica muestra: Sombra y oscuridad: la tarde del diluvio; Luz y color, y la extraordinaria Paz. Sepelio en el mar. Tomando al pie de la letra sus palabras, sí, la atmósfera fue su estilo.
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