MADRID
Existen casos que cambian el curso de la vida de un detective marcando un punto de inflexión y convirtiendo al encargado de resolverlos en alguien que no era antes de comenzar la investigación. De eso trata la tercera temporada de True Detective, que vuelve a sus orígenes con un protagonista absoluto: Mahershala Ali.
La serie antológica creada por Nic Pizzolatto regresa a la parrilla seriéfila tras dos años y medio de ausencia y a las distintas líneas temporales, a la pareja de policías formada por dos agentes de personalidades opuestas, a una comunidad reducida sacudida por un hecho violento, a las desapariciones por resolver y a los asesinatos recreados de manera teatral. Con el añadido de que en este caso las víctimas no son jóvenes sacrificadas, sino un niño y una niña, dos hermanos de 12 y 10 años.
El escenario vuelve a ser el de un pueblo –nada de grandes ciudades–, en Arkansas. Allí, en West Finger, dos pequeños desaparecen y cualquiera puede ser sospechoso de haber sido el autor. La tranquilidad que da el que (casi) todos los vecinos se conozcan salta por los aires en solo unas horas, las que transcurren entre el momento en el que el padre da la señal de alarma y la noticia empieza a correr como la pólvora. Miradas de desconfianza que se lanzan unos a otros y sospechas que sobrevuelan del tejado de una casa a la de al lado. Incluso, a la de los familiares más cercanos. Aunque en realidad, quien importa de verdad en True Detective, no son tanto las víctimas o sus allegados, sino los encargados de resolver el misterio planteado.
En esta ocasión el personaje de Wayne Hays lleva la voz cantante y se encarga de abrir la carpeta de un suceso que lastra su vida durante décadas. Allí, sentando en la mesa de una comisaría, con dos compañeros interrogándole, responde a las preguntas de estos sobre los hijos de los Purcell. "Claro que recuerdo. No hace demasiado. Diez años no es nada. Lo recuerdo todo", dice seguro de sí mismo. "Bueno, no lo sabemos. Lo que no recuerda no sabe que no lo recuerda", le espeta uno de los agentes al otro lado de la habitación. Un intercambio de palabras que deja claro que hay mucho más que rascar en esta historia que la investigación de la desaparición de dos hermanos. Una forma muy hábil de descubrir cuáles son las intenciones de la historia que acaba de comenzar a ser contada.
Ahí, en esa sala de interrogatorios es donde se inicia el relato, pero esta temporada de True Detective despliega tres líneas temporales que se van desarrollando a distintas velocidades y siempre conectadas, como partes distintas de una misma pieza del puzzle. El guion está planteado de tal manera que se van dando los detalles suficientes en unas y otras para que el espectador no deje de preguntarse cómo se relacionan entre sí. Se manejan tres tiempos. El de la sala de interrogatorios se corresponde a 1990, cuando Hays es llamado para hablar de un antiguo caso ocurrido hace diez años en el que han encontrado una nueva pista. Lo cual implica que en su día no fue resuelto. Ese día es 1980. La última línea temporal da un salto mayor y se traslada a 2015.
El hilo conductor y de conexión está en Hays. Lleva décadas obsesionado, anclado a una investigación que le cambió la vida, para lo bueno (su mujer y sus hijos) y para lo malo (le dejó realmente tocado). Tres tiempos, tres Hays diferentes. El más joven alardea de esa imagen de detective de gran capacidad de análisis, siempre examinando, veterano de guerra que ha visto demasiado pero que aún conserva cierta chispa y esperanza. Diez años más tarde aparece como un hombre tocado y a la defensiva que no ha superado lo que fuese que ocurriese. Y por último, el anciano que intenta recordar lo ocurrido hace 35 años, desorientado en ocasiones y sin poder cerrar el capítulo más largo de su vida. El manejo de las tres líneas temporales se hace con soltura, primando, al menos en los dos primeros episodios, la de los ochenta, que es cuando tuvieron lugar los hechos que marcaron al personaje de Mahershala Ali.
El estreno de este lunes en HBO es doble. El primer episodio es el que plantea el caso, las circunstancias que rodearon la desaparición de los hermanos Purcell y el que coloca ante los ojos del espectador las migas de pan que deberá seguir en el juego de descubrir al culpable. Unas veces de una manera más obvia –o eso es lo que parece–. Otras, más sutil. Este es el capítulo que engancha, que conecta los tres momentos clave del relato.
El segundo se centra más en las personas, en cómo cada un afronta la tragedia, dando protagonismo a Ali y su frustración. El resto de personajes giran en torno a él como satélites. Pasa con su compañero de patrulla, Roland West (Stephen Dorff). Cohle (Matthew McCoaughey) y Hart (Woody Harrelson) andaban más parejos en la temporada que abrió la antología. Por otro lado, llama la atención en este segundo episodio la introducción de dos escenas casi más propias de una película de terror que de un drama policial. Ambas especialmente significativas. Una la de un autobús escolar recorriendo un pueblo fantasma con la niebla al fondo y una puerta que se abre para recoger a… nadie. La otra, al ser la final, mejor no comentarla.
Uno de los aspectos mejor trabajados de True Detective son sus diálogos. En ellos reside el peso de gran parte de las escenas. De hecho, son muchas las que se reducen a eso, a dos personas (o puede que tres) hablando y aportando un cantidad ingente de información sobre ellos, sobre los demás o sobre la investigación. Reseñable resulta también el uso de los tonos, oscuros o tirando a apagados la mayor parte del tiempo, y de la luz para crear esa atmósfera misteriosa y algo deprimente que requiere la historia.
No hay lugar para el humor aquí, pero sí para el sarcasmo ocasional o alguna que otra referencia a la cultura popular del momento. Estando en los ochenta, hasta La Guerra de las Galaxias se cuela en un momento dado. Ocho episodios en total para una nueva entrega de True Detective que ha colocado a su protagonista, Mahershala Ali, en el radar de los premios. Como ya hizo con Woody Harrelson, Matthew McConaughey y Michelle Monaghan hace cuatro años. Lo que pueda ocurrir con los personajes y las actuaciones de Stephen Dorff –correcto pero con poco peso en los dos primeros episodios–y Carmen Ejogo –que irá ganando presencia a medida que la temporada avance–está aún por ver.
Como lo está también descubrir cómo se desarrollan otras temáticas que se perciben en este arranque como el racismo –tanto hacia Hays como en los perjuicios a la hora de buscar sospechosos– y las secuelas de la guerra de Vietnam –de la que el personaje de Ali no es el único veterano–. Tras una segunda temporada que fue vapuleada por gran parte de la crítica y se convirtió en un caos hacia su final, pese a que el arranque y sus intenciones de dar más protagonismo a los personajes femeninos eran buenos, en esta nueva tanda se vuelve a relegar a las mujeres a un plano secundario. Que en los dos primeros episodios se de más peso al personaje del padre de los niños (Scoot McNairy) que al de la madre (Mamie Gummer) llama la atención. Quizá se resuelva más adelante. Especialmente con el avance del personaje de Ejogo, la profesora Amelia Reardon, importante en la historia e interés romántico del Hays.
La tercera temporada de True Detective puede verse en España en HBO y también en Movistar+.
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