madrid
Actualizado:"El otro día soñé con Echenique, recuerdo que le llevaba a hombros porque se le había roto la silla"; "yo soñé que zurraba a mi hijo adolescente y que luego me autolesionaba para no seguir pegando al chaval"; "yo me encontraba ante una bomba y sabía que tenía que cortar un cable rojo para desactivarla, pero veía todo en blanco y negro y no sabía identificar el cable bueno"; "yo suelo jugar un partido de fútbol americano en el que me dan la pelota e intento correr pero me placan y me dan hostias hasta en el carné de identidad. La frustración y el esfuerzo por ponerme de pie y volver a caer placaje mediante".
Lo que acaban de leer es un repositorio de perturbaciones nocturnas. Sueños y pesadillas cotidianas que, de forma recurrente, convierten nuestro descanso en un verdadero suplicio. La pandemia, coinciden los expertos, ha potenciado nuestra capacidad para entregarnos a descabelladas ensoñaciones, breves pero intensas filmaciones que parecen urdidas por guionistas puestos de keta y directores de fotografía con cierta predisposición por lo perverso. Y si no me creen atentos al dislate que viene:
"Soñé que debía ingerir una docena de yemas de huevo duro, lo conseguí pero al terminar me ardía la boca y corría por un prado de hierba naranja tratando de saciar mi sed sin encontrar una puñetera fuente o un lago". El soñante prefiere preservar su anonimato. No es para menos. Delirios aparte, no cabe duda de que corren tiempos inciertos, el material del que están hechos los sueños se ha tornado, de un tiempo a esta parte, un elemento difícilmente asumible. Dicho de otro modo; cuando la realidad es ya de por sí inquietante, ¿a qué se supone que deben parecerse nuestras pesadillas?
José Ramón Ubieto, profesor colaborador de los Estudios de Psicología de la UOC, aporta algunas claves: "La pandemia no está cambiando el contenido de los sueños, está aportando a los sueños material diurno propio, que en términos freudianos vienen a ser aquellas vivencias o pensamientos que nos rondan durante el día por el inconsciente". Son esos restos de lo cotidiano los que se funden en el sueño con preocupaciones atávicas y dan como resultado la peli que nos montamos cada noche cuando cerramos los ojos.
Visto así, la pandemia sería como un proveedor de subtramas oníricas. Donde el desasosiego, el fracaso, las relaciones, la enfermedad o el miedo a la muerte serían la brújula que guía nuestras andanzas nocturnas, y la contingencia pandémica el aderezo. Las imágenes y los relatos del sueño son novedosos pero el sustrato es el mismo, es inmutable y está hecho de lo que nos duele durante el día. "La pandemia, como toda situación de estrés permanente, aumenta nuestra angustia y por tanto el inconsciente tiene más trabajo porque el sueño, a fin de cuentas, lo que hace es interpretar aquello que nos duele", apunta Ubieto.
Quizá por ello soñamos más y nuestros sueños son más extravagantes. La coyuntura convierte nuestros desvelos nocturnos en algo recordable porque se sale de lo común, y porque obliga a nuestro inconsciente a digerir un mayor número de preocupaciones y miedos. "He llegado a soñar con sectas que convencían a mi compañero y a las farmacéuticas de mi pueblo a darles todo lo que teníamos y suicidarnos para ir a un mundo sin la covid", nos confiesa otra soñante.
Bancos de sueño y algoritmos
Ahora imaginen que podemos analizar miles de sueños. Piensen en una suerte de archivo online repleto de experiencias oníricas que generosos soñantes han ido compartiendo durante décadas. Ya existe; se llama dreambank.net y cuenta con 38.000 informes de sueños, que se dice pronto. El reto consiste en saber qué hacer con ellos, de qué modo desmenuzar todos esos relatos aparentemente inconexos y convertirlos en un relato mayor, uno que nos cuente de qué modo sufre o siente la sociedad las contingencias sobrevenidas.
La inteligencia artificial está en ello. Por lo pronto ya hay equipos de investigación, como el Nokia Bell Labs o el entente formado por académicos de las universidades de Cambridge en Inglaterra y Turku en Finlandia, que buscan desentrañar qué esconden los sueños cuando se pueden cotejar de forma masiva. Para ello se sirven de algoritmos que van procesando con paciencia robótica todas esas fantasías durmientes a la caza de algún patrón, algo que nos explique el desajuste a un nivel macro.
Surge la duda de si el algoritmo llegará, algún día, a comprender el significado que el sueño tiene para el soñante, o de si podrá identificar entre cientos de miles de relatos aquello que nos une y define cada vez que el inconsciente hace de las suyas. Quedémonos, entretanto, con el mero deleite de ese viaje, leamos los sueños como crónicas de un mundo tan cercano como ajeno, un libro de aventuras escrito en un idioma cuyo alfabeto es idéntico al nuestro, pero de cuya sintaxis poco sabemos.
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